Ni el impulso presidencial ni la militancia digital lograron salvar a La Libertad Avanza de dos derrotas en las urnas en un mismo fin de semana

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La helada del domingo en Rosario no sólo caló en los huesos de los votantes sino, sobre todo, en las filas libertarias que venían con la frente en alto y el pecho inflado por el eco presidencial. Porque esta vez, el viento de la Casa Rosada no alcanzó para evitar que Juan Monteverde, peronista y con paso firme, les propinara un cachetazo político que retumba todavía en los despachos de Javier Milei.

El escenario se pintó de tercios. Monteverde sacó apenas un 30% de los votos, pero le alcanzó para subirse al podio y dejar detrás a Juan Pedro Aleart, la apuesta libertaria que prometía frescura mediática y un aire de outsider, y que terminó desinflándose con un 29% que no le alcanzó para saborear la victoria. Carolina Labayru, la candidata de Pullaro y Javkin, pegó un volantazo inesperado: pasó de un escuálido 10% en las PASO a rozar el 25%, dando señales de que en Rosario nada está escrito y que la vieja política, por más denostada que esté, sigue encontrando resquicios para sobrevivir.

El frío, dicen, afecta la memoria y las ganas de salir de casa. Y vaya si se notó: ni siquiera la mitad del padrón rosarino se tomó el trabajo de ir a votar. Una postal que habla, más que de apatía, de hartazgo. Porque el relato del “cambio” que empujan los libertarios empieza a sonar, para muchos, como un vinilo rayado. Y aunque todavía retiene núcleos duros, ese 30% que La Libertad Avanza no logra perforar se vuelve un techo de cemento, tozudo y amenazante.

No es casual que Monteverde, con su frente Sin Miedo, se haya convertido en verdugo de un aparato libertario al que no le faltaron recursos ni espaldarazos desde la Casa Rosada. No sólo derrotó a Aleart sino también a la lista que bancaban figuras pesadas como el intendente Pablo Javkin y el gobernador Maximiliano Pullaro. Un doble triunfo que explica por qué el domingo, en el local del Distrito Siete, Monteverde y los suyos descorcharon con ganas y ya se relamen pensando en la intendencia de Rosario en 2027, cuando Javkin no pueda volver a ser candidato.

Claro que no todo fue un camino libre para Monteverde. Dos listas filoperonistas parecían listas para amargarle la noche: la de Roberto Sukerman, apadrinado por la concejala Fernanda Gigliani, y la de Lisandro Cavatorta, que llegó impulsada por el presidente del Frente Renovador, Diego Giuliano. Entre las dos se llevaron 10 puntos. Diez puntos que, en una elección ajustada, podrían haber sido letales. Pero no lo fueron. Y ahí está la clave: incluso dividido, el voto peronista supo imponerse sobre el fenómeno libertario que, si bien sigue creciendo en el ruido mediático y las redes, choca con la realidad cada vez que se abren las urnas.

Aleart, el libertario que soñaba con capitalizar su popularidad televisiva, parecía tener la mesa servida. Pero lo suyo terminó siendo un “casi” que deja sabor a derrota. Porque en política, como en el fútbol, lo que cuenta es meter la pelota adentro, y Aleart se quedó a centímetros de la línea. Y eso, para Javier Milei, es más que un dolor de cabeza: es la confirmación de que, pese a todo el aparato, el entusiasmo libertario no alcanza para ganar en territorios donde la gente empieza a desconfiar de las recetas de motosierra y ajuste.

Ni siquiera el hecho de que la candidata de Pullaro y Javkin consiguiera una remontada heroica consuela a los libertarios. Carolina Labayru pasó de 10% a 25%, consiguiendo cuatro bancas de las trece en juego, cuando en el oficialismo local se habrían conformado con meter tres. Monteverde, en cambio, se alzó con cinco bancas. Y La Libertad Avanza, aunque suma cuatro a las dos que ya tenía, se choca otra vez con la dura realidad de su límite electoral.

Porque si algo deja claro Rosario, con su frío polar y su abstención masiva, es que los libertarios están lejos de convertirse en una fuerza hegemónica. Puede que griten más fuerte, que dominen titulares y redes, pero la gente —la de carne y hueso, la que hace fila en la escuela para meter el sobre en la urna— todavía se lo piensa dos veces antes de darles un cheque en blanco.

Se podrá discutir si el peronismo sigue siendo el gran refugio del voto opositor o si simplemente Monteverde fue la cara más potable de un electorado desencantado con todas las opciones. Pero lo indiscutible es que La Libertad Avanza volvió a estrellarse contra ese maldito 30% que, a fuerza de repetirse, empieza a volverse profecía autocumplida. Y no hay influencer libertario ni operador digital capaz de maquillar eso.

Mientras tanto, en las oficinas libertarias, las caras largas son imposibles de disimular. Porque perder dos partidos en el mismo fin de semana —el de Rosario y el de Corrientes, donde Karina Milei tuvo que bajarle el pulgar a Almirón y negociar con Valdés para evitar otra derrota— es un lujo que un gobierno en caída libre de popularidad no puede darse.

Rosario, en definitiva, volvió a enseñar que las urnas, tarde o temprano, exponen la distancia entre las fantasías políticas y las realidades del territorio. Y por más que los libertarios insistan en su épica fundacional, la política argentina sigue siendo un juego complejo donde las victorias se cuentan voto a voto. El peronismo, curtido en mil batallas, lo sabe. Los libertarios, parece, todavía están aprendiendo.

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