La ola polar dejó a medio país sin GNC, golpea a industrias y expone una trama de improvisación, y falta de previsión del sistema energético

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La interrupción total del suministro de GNC en las estaciones de servicio y restricciones a grandes industrias en plena ola polar revela mucho más que un fenómeno climático: expone un país rehén de sus propias carencias estructurales, de decisiones políticas que privilegian el ajuste sobre la inversión y de un Gobierno que, entre slogans libertarios y promesas de mercado, choca con la realidad de un invierno crudo y una matriz energética vulnerable.

Ni la retórica de la libertad económica ni el relato épico de la “casta que se va” lograron calentar los motores de los autos ni las calderas de las industrias que, desde el martes, quedaron literalmente congeladas ante la orden de interrumpir el suministro de GNC en todo el país. Es una postal que, en la superficie, se explica por una ola polar intensa, pero en el fondo, es la radiografía desnuda de un sistema energético atado con alambres, repleto de parches, y atravesado por la lógica del ajuste que pregona Javier Milei.

Porque el frío pega, es cierto. Pero no es el frío el que planifica. No es el frío el que decide que no se firme a tiempo un contrato de gas con Bolivia. No es el frío el que elige frenar obras como el segundo tramo del Gasoducto Néstor Kirchner, vital para inyectar más gas de Vaca Muerta al sistema. No es el frío el que recorta subsidios y desincentiva inversiones. Eso es pura decisión política.

A las once y media de la mañana del martes, Metrogas, Naturgy y Camuzzi dispararon la alarma: la instrucción de interrumpir el suministro de GNC a las estaciones de servicio llegó como una trompada. La escena se repitió en Buenos Aires, Córdoba, Santa Fe, Mendoza, Tucumán y prácticamente en todo el mapa nacional. Los surtidores apagados, las mangueras colgando, y cientos de autos particulares, taxis y remises en largas filas buscando cargar nafta común, mucho más cara, para poder seguir trabajando o simplemente moverse.

A esa orden se sumó la directiva de interrumpir gas a grandes industrias, salvo las que integran sectores esenciales como alimentación o salud. La Cámara de Expendedores de GNC denunció que es la primera vez en décadas que se corta el suministro de forma tan abrupta y generalizada. Y no es un detalle menor: los vehículos convertidos a GNC no son solo una cuestión de ahorro familiar, sino una pieza clave en la ecuación económica de miles de trabajadores independientes que, con los aumentos recientes en combustibles líquidos, dependen del gas natural para sostener sus ingresos.

Pero el gobierno de Javier Milei, siempre dispuesto a recitar versículos libertarios, parece haberse quedado sin libreto cuando se trata de energía. De pronto, el mantra de “el mercado lo arregla todo” se estrella contra las tuberías congeladas. La Secretaría de Energía, liderada por Eduardo Rodríguez Chirillo, balbucea explicaciones sobre “demanda extraordinaria” mientras la realidad es tozuda: no hay suficiente infraestructura ni contratos internacionales firmes que garanticen el abastecimiento.

La Argentina es una paradoja energética. Tiene Vaca Muerta, una de las reservas de shale gas más importantes del mundo, pero necesita importar gas licuado o comprarle a Bolivia. Y ahora ni siquiera eso está asegurado. La cuarta nota de La Nación lo resume con crudeza: el contrato con Bolivia está en veremos, el gasoducto Néstor Kirchner no está terminado en su segundo tramo, y la licitación para barcos de GNL quedó corta. Así, el país que se ufana de ser rico en gas, tiene que racionarlo.

La justificación oficial repite una y otra vez la palabra “contingencia”, como si fuera un hecho aislado y no el síntoma de una matriz energética agujereada. Mientras tanto, en la calle, la gente hace cuentas imposibles: si llenar un tanque de GNC costaba unos 8.000 pesos, hacerlo con nafta supera largamente los 20.000. Para un taxista, eso es la diferencia entre subsistir o fundirse.

El impacto económico es feroz. Las estaciones de servicio calculan pérdidas millonarias. En Córdoba, el corte fue total y más de 400 estaciones quedaron paralizadas, según TN. En Santa Fe y Tucumán la situación es idéntica. Y la bronca se contagia. “Estamos en la lona”, resumió el dueño de una estación en Rosario a Página/12. No es solo un problema de autos particulares. El transporte de carga, la industria cerámica, textil, alimenticia, metalúrgica… todas se ven afectadas. Aunque el gobierno habilitó una pequeña normalización este miércoles, las distribuidoras advirtieron que puede volver a cortarse si la temperatura sigue en picada.

Lo que ocurre estos días es la factura de años de desinversión, y en particular, del freno brutal a la obra pública impuesto por el gobierno de Milei en nombre del ajuste. Porque las obras no son un lujo: son la diferencia entre tener gas o quedar a la intemperie. Pero el Gobierno prefiere que la inversión la haga el mercado, aunque el mercado, frente a la incertidumbre política y económica, se quede en pausa.

Y mientras Milei tuitea memes o se entretiene despotricando contra la “casta”, millones de argentinos lidian con las consecuencias bien concretas de vivir en un país donde, en pleno siglo XXI, se apagan los surtidores de GNC por falta de gas. Es la evidencia más cruda de que el recorte tiene costos, y que la “libertad” declamada se vuelve humo cuando se enfrenta a una nevada que congela los caños.

Nada de esto es nuevo. Desde los 90 se repite el ciclo: privatizaciones, falta de planificación, sobredemanda, y después, los cortes. Pero esta vez pega distinto. Porque el gobierno actual prometió dinamitar el status quo y traer eficiencia. Sin embargo, la realidad muestra que ni las tarifas siderales ni el ajuste infinito alcanzan para evitar el colapso cuando falta inversión real.

La pregunta es si todo este desastre servirá al menos para poner sobre la mesa una discusión seria sobre el sistema energético argentino. O si, como tantas veces, todo quedará tapado bajo la nieve hasta el próximo invierno. Lo único seguro es que, mientras tanto, el costo lo paga la gente. En estaciones de servicio desiertas, en industrias apagadas, en bolsillos que no dan más.

Esa es la verdadera foto del país libertario de Milei: un país con potencial gasífero que se ve obligado a cerrar surtidores en pleno invierno. Un país al que le sobran discursos y le falta gas.

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