General Motors paraliza su producción por la caída de exportaciones, la competencia china y una política económica nacional que no ayuda

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La planta de Alvear paraliza su producción durante siete semanas hasta fin de año, en un contexto marcado por la caída de exportaciones, la competencia china y una política económica nacional que agrava los síntomas de un modelo en retroceso. Mientras el gobierno de Javier Milei repite eslóganes de “libertad” y “apertura al mundo”, la industria automotriz cruje. General Motors suspende su planta en Santa Fe por falta de demanda regional, con más de 600 trabajadores en la cuerda floja. Las consecuencias de una política sin plan productivo empiezan a sentirse en cada rincón del país.

Hay decisiones que, disfrazadas de tecnicismos y eufemismos corporativos, esconden realidades brutales. La noticia llegó como un baldazo de agua fría para los trabajadores de General Motors en Alvear, Santa Fe: la planta detendrá su producción durante todo junio y, desde julio hasta diciembre, sumará una semana de suspensión por mes. ¿El motivo? “Adecuar su planificación regional de producción”, según comunicó la empresa. Pero detrás de esa frase de manual, se esconde una tormenta que amenaza con arrasar lo poco que queda de la estructura industrial argentina.

El contexto no podría ser más sombrío. La decisión afecta directamente a unos 600 trabajadores, pero sus efectos se extienden como una mancha de aceite en todo el ecosistema automotriz del país. La Tracker, el único modelo producido en Alvear, tiene como destino principal el mercado brasileño. Sin embargo, Brasil ha dejado de ser un aliado comercial confiable para las automotrices argentinas: la caída de las exportaciones es evidente y sostenida, y ahora, para peor, el ingreso masivo de autos chinos con mayor tecnología y precios más competitivos terminó de desbalancear la balanza.

Durante 2024, la planta ya había atravesado múltiples interrupciones. Marzo, abril y mayo se vieron afectados por una combinación letal: dificultades para importar autopartes y una reestructuración de la demanda regional. Las suspensiones se acumularon y, en mayo, la producción se limitó a cuatro días semanales. Hoy, General Motors directamente pisa el freno. Y lo hace sin que desde la Casa Rosada se emita el más mínimo gesto de preocupación.

En paralelo, el resto de la industria automotriz argentina también muestra signos de ahogo. Stellantis (holding que agrupa marcas como Peugeot, Fiat y Citroën) tuvo que realizar paradas técnicas en sus plantas de Córdoba y Buenos Aires. Volkswagen ya aplicó suspensiones parciales en marzo y no descarta nuevos esquemas de turnos rotativos. Toyota, aunque aún con actividad, redujo su proyección anual de exportaciones. Sólo Ford parece ir a contramano, concentrándose en camionetas y proyectando un crecimiento que se siente más como una excepción que como la regla.

La caída del 2,9% de las exportaciones durante el primer cuatrimestre de 2025 respecto al año pasado es apenas la punta del iceberg. En enero y febrero, las exportaciones de autos llegaron a caer un 13,5%. Y aunque en marzo hubo un repunte leve, nadie en el sector se atreve a hablar de recuperación. Todo lo contrario: reina la incertidumbre.

Los trabajadores, representados por el sindicato Smata, atraviesan esta tormenta sin salvavidas. En junio, se realizarán tareas de mantenimiento durante 15 días y luego se otorgarán vacaciones al personal. La esperanza, mínima, es que al menos se mantenga el pago del 75% del salario bruto durante las suspensiones, como ocurrió anteriormente. Pero ni eso está garantizado. Se negocia contrarreloj y a oscuras. Diciembre, avisan desde el gremio, podría ser aún peor, con más días sin actividad, tapados bajo la alfombra de días de descanso forzoso.

El Gobierno, por su parte, elige mirar para otro lado. Bajo la conducción de Javier Milei, la política industrial se ha reducido a una frase de campaña: “que el mercado decida”. Pero el mercado, sin regulaciones, sin protección frente a dumping comercial, sin incentivos para el desarrollo tecnológico ni logístico, simplemente castiga. Y los primeros en pagar los platos rotos son siempre los mismos: los trabajadores.

Resulta insólito que en un país que históricamente hizo de la industria automotriz uno de sus orgullos productivos, hoy se la deje a la deriva. Argentina, que supo fabricar modelos que exportaba al mundo, hoy queda atrapada entre la pérdida de competitividad, la falta de apoyo estatal y una estrategia de liberalización total que termina beneficiando a jugadores externos con reglas de juego muy distintas.

Mientras Milei alardea sobre mercados libres, la planta de GM se paraliza. Mientras se aplaude el ingreso de productos importados como sinónimo de “eficiencia”, la Tracker nacional pierde terreno ante modelos chinos ensamblados con subsidios, tecnología y un respaldo estatal agresivo en su país de origen. ¿Cómo competir así? ¿Con qué herramientas?

Los datos del mercado interno muestran una mejora respecto a 2024: en abril, las ventas aumentaron un 10% respecto a marzo y un 5,8% en relación a abril del año anterior. El acumulado del primer cuatrimestre refleja una suba del 77,1%. Pero esa aparente recuperación es un espejismo. Es el resultado de un 2024 devastador, donde las bases estaban por el piso. Y ese mercado interno en alza no alcanza para sostener la operación de una planta como la de Alvear, que depende del flujo exportador para sobrevivir.

Detrás del silencio oficial se esconde un modelo que asfixia. Porque gobernar no es sentarse a mirar cómo se acomodan las piezas del rompecabezas económico. Gobernar es intervenir cuando el tablero se rompe. Y el gobierno de Milei no solo se niega a intervenir, sino que parece decidido a dinamitar lo poco que queda en pie.

Lo de General Motors es mucho más que una suspensión programada. Es una señal de alerta, una advertencia sobre lo que puede pasar si el Estado sigue jugando al ausente. Una economía sin política industrial es una economía condenada a importar todo, a destruir empleo calificado, a resignar soberanía productiva. A depender.

En ese sentido, los trabajadores de GM no son casos aislados. Son el síntoma más reciente de una enfermedad que se expande. La industria nacional, sin un horizonte claro, camina hacia la parálisis. Y mientras tanto, desde Balcarce 50, lo único que se escucha es el eco de promesas vacías y diagnósticos sin fundamento.

La realidad no espera. Y los parates de GM, lejos de ser una excepción, podrían ser el prólogo de una crisis aún más profunda. Porque cuando el único plan es no tener plan, el derrumbe deja de ser una posibilidad para convertirse en destino.

Fuentes:

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