Los datos del INDEC y UNICEF muestran una reducción significativa de la pobreza en comparación con los picos de 2024. Sin embargo, el contexto económico sigue siendo frágil: inflación contenida a costa de recortes, deterioro salarial, Tarjeta Alimentar congelada y un mercado laboral que expulsa trabajadores hacia la informalidad. El Gobierno de Javier Milei celebra las cifras, pero millones de familias siguen sin llegar a fin de mes.
La discusión pública sobre la pobreza en Argentina volvió a ocupar el centro de la escena durante noviembre de 2025. El Gobierno de Javier Milei se apura en mostrar las estadísticas como prueba irrefutable del éxito del ajuste fiscal y de la política de desinflación, y en exhibir la caída del 52,9% al 31,6% como un logro histórico. Sin embargo, detrás de las cifras hay una historia mucho menos celebratoria, más incómoda y definitivamente más humana: la de millones de personas que padecieron el shock de 2024, que aún hoy viven en la cuerda floja y que dependen de programas sociales subfinanciados o congelados para poder comer. La pobreza baja en los cuadros del INDEC, pero la sensación térmica económica sigue siendo fría, distante y, para muchos, insoportable.
El relato oficial parece olvidar que esta caída no nace de una prosperidad genuina, sino de un conjunto de factores extraordinarios: un freno abrupto de la inflación que llegó tras el golpe de shock del propio Gobierno, una recomposición puntual de algunos programas sociales que funcionaron como dique de contención y un derrumbe del consumo que moderó los precios a costa de paralizar buena parte de la actividad económica. Es decir, la pobreza baja, pero no porque la gente viva mejor, sino porque finalmente dejó de caer tan rápido como en 2024, un año que dejó marcas profundas en los sectores populares y en la clase media baja, esa que no recibe AUH ni Tarjeta Alimentar y que soportó de lleno la devaluación del 118%, los recortes y la pérdida abrupta del poder de compra.
La evolución de la pobreza durante 2023-2025 muestra un recorrido que ningún gobierno debería presentar como trofeo. En el segundo semestre de 2023, antes del ajuste, la pobreza se ubicaba en 41,7%. Tras la devaluación y el shock inicial, el primer semestre de 2024 llevó ese número al récord de 52,9%, con casi 25 millones de personas afectadas y una indigencia del 18,1%. Esa misma indigencia, que implica no poder cubrir siquiera la alimentación básica, fue la expresión más brutal del experimento económico mileísta: familias que salieron a vender sus pertenencias para comprar comida, jubilados que quedaron hundidos bajo una mínima que superaba por menos de 800 pesos la línea de pobreza y comedores que no daban abasto con el hambre masivo. En ese contexto, celebrar ahora una caída de la pobreza al 31,6% en el primer semestre de 2025 sin reconocer el daño provocado en el camino es un ejercicio de cinismo político.
El Gobierno argumenta que la baja se explica por la desaceleración inflacionaria, que pasó del 211% anual heredado a un 31% en 2025. Sin embargo, la inflación no se detuvo por obra del mercado ni por confianza espontánea, sino por la recesión. Las familias consumen menos, las empresas venden menos, los alquileres están impagables y las paritarias quedaron muy lejos de cubrir el derrumbe de 2024. La baja del consumo en alimentos y artículos de limpieza reportada por analistas y replicada en redes sociales es contundente: la gente compra menos no porque esté mejor, sino porque no les alcanza. No es prosperidad: es agotamiento.
El único motor real que permitió amortiguar la pobreza en 2025 fueron los programas sociales. Se trata de una afirmación incómoda para un Gobierno que desprecia explícitamente cualquier política redistributiva, pero que encontró en la Asignación Universal por Hijo (AUH) y la Tarjeta Alimentar su salvavidas político más inesperado. La AUH, con 4,3 millones de chicos cubiertos y un monto actualizado a 119.691 pesos por hijo en noviembre de 2025, alcanzó su valor real más alto desde 2009. La Tarjeta Alimentar, con 2,4 millones de familias como beneficiarias, extendió su cobertura a adolescentes de 14 a 17 años y se convirtió en la herramienta central para bajar la indigencia. Esa combinación permitió que los hogares con niños dejaran de restringir comidas en los niveles desesperantes de 2024 y que la indigencia descendiera al 6,9%. UNICEF fue contundente: 1,7 a 2,5 millones de chicos salieron de la pobreza en un año.
Paradójicamente, mientras el Gobierno reivindica la caída de la pobreza, mantiene congelada desde junio de 2024 la Tarjeta Alimentar en 52.250 pesos para un hijo, 81.936 para dos y 108.062 para tres o más. Es decir: celebra los resultados de un esquema que hoy está desvalorizado por una inflación que, aunque costosa, sigue erosionando los ingresos. No hay coherencia entre el discurso y la práctica. Sin la AUH y la Tarjeta, la pobreza sería 10% más alta y la indigencia un escalofriante 82% más elevada según cálculos de organismos oficiales. El éxito estadístico del ajuste depende de un modelo asistencial que el Gobierno parece no querer reconocer.
Al mismo tiempo, la foto del mercado laboral desmiente cualquier idea de recuperación real. La informalidad trepó al récord del 43,2% en el segundo trimestre de 2025, según datos sociolaborales. Esto no es un número técnico: es la vida de trabajadores que se levantan cada día sin derechos laborales, sin obra social, sin estabilidad y sin posibilidad de proyectar nada. Cinco de cada diez asalariados informales son pobres; casi dos tercios de los cuentapropistas también. Esta cifra es la herida abierta del modelo económico oficial, que presume eficiencia mientras empuja a miles al “sálvese quien pueda”.
La otra bomba silenciosa es el endeudamiento. Durante el primer semestre de 2025, uno de cada cuatro hogares pidió préstamos para poder cubrir gastos básicos. Entre los más pobres, fue uno de cada tres. El 22,5% directamente recurrió a familiares o amigos para costear alimentos, medicamentos o servicios. Más del 37% de las familias consumió sus ahorros para sobrevivir, duplicando los niveles registrados en las últimas dos décadas. No existe ningún milagro económico posible cuando la vida cotidiana depende del fiado, del adelanto y del crédito informal. La Argentina de Milei puede mostrar mejores números macroeconómicos, pero la microeconomía del hogar es una maraña de angustia, cuentas impagas y decisiones desesperadas como dejar de comer carne, suspender consultas médicas o vender herramientas de trabajo.
La situación de los jubilados es aún más dramática. Con 7,4 millones de personas afectadas, la jubilación mínima supera la línea de pobreza por apenas 716 pesos, una diferencia ridícula frente al costo real de vida. Muchos comen en comedores comunitarios, otros vuelven a trabajar de manera informal para sobrevivir, otros directamente caen en la indigencia. El Gobierno festeja la baja general en la pobreza, pero se niega a reconocer que su propio modelo mantiene a los adultos mayores en una precariedad cotidiana que roza la crueldad institucional.
La gran paradoja es que, mientras algunos indicadores mejoran, la desigualdad permanece casi intacta: los más ricos ganan 14 veces más que los más pobres y concentran un tercio de los ingresos totales. Nada cambió en la estructura distributiva. La caída de la pobreza no es el resultado de un país que se ordena, sino el reflejo estadístico de una política social que tapona las grietas del ajuste con subsidios focalizados.
Las redes sociales encendieron el debate con intensidad. Los defensores del Gobierno celebran la caída de la pobreza y citan datos de UNICEF como prueba de que el plan económico funciona. Los opositores, por su parte, denuncian manipulación, malestar extendido y el sufrimiento del primer año del ajuste. Lo cierto es que ninguna de las dos posiciones alcanza para explicar la complejidad del presente: los números bajan, sí, pero no porque el país esté mejor, sino porque después de hundirse tan profundamente, cualquier repunte estadístico aparece como una recuperación.
El desafío es enorme: si el empleo formal no crece, si la Tarjeta Alimentar sigue congelada, si las jubilaciones continúan por detrás de la inflación y si la economía no vuelve a generar bienestar real, la pobreza puede volver a subir. La recuperación es frágil, desigual y, sobre todo, incierta. El gobierno de Javier Milei puede festejar sus estadísticas, pero la realidad de millones de familias demuestra que la supuesta “salida adelante” todavía no llegó.
Fuentes:
Infobae – “La pobreza fue del 31,6% en el primer semestre de 2025 y registró una significativa baja”
https://www.infobae.com/economia/2025/09/25/la-pobreza-fue-del-316-en-el-primer-semestre-de-2025-y-registro-una-significativa-baja
UNICEF – “Fuerte caída de la pobreza en hogares con niños en 2025”
https://www.fmcosmos.com/noticias/2025/11/12/127555-unicef-reporto-una-fuerte-caida-de-la-pobreza-en-hogares-con-ninos
INDEC – “Tasas de pobreza e indigencia. Primer semestre 2025”
https://www.indec.gob.ar/uploads/informesdeprensa/eph_pobreza_09_25D162CC7BFB.pdf
Crónica – “AUH y Tarjeta Alimentar: montos y calendario noviembre 2025”
https://www.cronica.com.ar/sociedad/Tarjeta-Alimentar-los-tres-puntos-claves-para-tener-en-cuenta-en-noviembre-2025-20251113-0044
INDEC – “Mercado laboral. Informalidad segundo trimestre 2025”
https://www.indec.gob.ar/uploads/informesdeprensa/mercado_trabajo_eph_2trim25C42A813B2A.pdf
El Destape – “La informalidad trepa en todo el país”
https://www.eldestapeweb.com/economia/crisis-economica/mapa-laboral-con-la-desregulacion-de-milei-la-informalidad-trepa-en-todo-el-pais-202511200535




















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