El desempleo en CABA ya afecta a más de 130.000 personas y crecen las desigualdades, precarización y abandono estatal con las políticas de Milei y Jorge Macri

Desempleo en alza y trabajos que no alcanzan: la radiografía social de una Ciudad empobrecida. El último informe del IDECBA desnuda una realidad inquietante: el 7,8% de la población económicamente activa está desocupada, mientras la subocupación y la precariedad laboral se expanden. Lejos de ser un “reacomodamiento saludable”, los datos reflejan una ciudad donde el trabajo pierde valor y el Estado —en sus tres niveles— decide borrarse.

En la Ciudad de Buenos Aires, esa postal que el marketing oficial vende como símbolo de modernidad, eficiencia y desarrollo, se esconde una verdad mucho más amarga: 132.000 personas están desocupadas, sobreviven con trabajos precarios o se resignan a un sistema que las expulsa. Lo dice el último informe del Instituto de Estadísticas y Censos de la Ciudad (IDECBA), y no hay relato libertario que tape la crudeza de los números.

La tasa de desocupación llegó al 7,8% de la población económicamente activa durante el primer trimestre de 2025, una suba respecto al 7,5% del año pasado. Mientras el Gobierno nacional de Javier Milei avanza con motosierra en mano sobre el Estado, el Gobierno porteño de Jorge Macri guarda un silencio cómplice, abrazando el ajuste con fervor ideológico pero sin ofrecer soluciones reales.

El modelo Milei-Macri se complementa a la perfección: uno dinamita el Estado nacional, el otro terceriza la ciudad. Y en el medio, los sectores más frágiles pagan los platos rotos.

Las desigualdades que expone el informe son brutales. Entre varones y mujeres, entre el norte y el sur, entre jóvenes sin futuro y adultos mayores que no pueden jubilarse. Las mujeres presentan una tasa de desocupación del 8,6%, frente al 7,1% de los hombres. No es casualidad: en un contexto de recorte de políticas de cuidado y eliminación de dispositivos de inclusión, la feminización de la pobreza se acelera. Y ni Milei ni Macri parecen tener problema con eso.

La zona sur de la Ciudad —Barracas, Lugano, Soldati—, que acumula años de postergación, pobreza estructural y abandono institucional, muestra una tasa de desempleo del 10,9%, muy por encima del promedio general. En contraste, en la zona norte, donde se concentran los negocios inmobiliarios, la actividad económica y los emprendimientos VIP, la situación es “estable”.

¿Y cuál es la respuesta del jefe de Gobierno Jorge Macri ante este escenario? Más cámaras de seguridad, más shows mediáticos de desalojo y más negocios para el desarrollismo inmobiliario. Mientras tanto, en los márgenes invisibilizados de la ciudad real, la crisis se agrava sin que el Estado de la Ciudad ofrezca una sola política de empleo efectiva, inclusiva y sostenible.

El informe también desnuda otro dato inquietante: el 30,9% de quienes tienen empleo están buscando otro trabajo. Esto no se explica por un deseo de progresar, sino por la desesperación. Trabajan, pero no llegan a fin de mes. Cumplen horario, pero no tienen aportes. Sostienen el sistema, pero están afuera.

La subocupación horaria trepó al 8,7%, lo que implica que más personas trabajan menos de lo que quisieran por causas ajenas a su voluntad. Y entre ellas, la mayoría ni siquiera busca más horas, porque no hay dónde. Porque saben que lo que abunda son empleos mal pagos, inestables o directamente ilegales.

La precarización ya es el nuevo normal. El 74,5% de la población ocupada trabaja en relación de dependencia, pero el 25,4% de ellos no recibe aportes jubilatorios. Es decir, un cuarto de los trabajadores asalariados no está cubierto por el sistema. No es informalidad: es explotación disfrazada de emprendimiento.

En paralelo, el 7,6% de los asalariados tiene contratos temporales, y el 20,8% de los ocupados son cuentapropistas, muchas veces obligados a “reinventarse” para sobrevivir en un mercado laboral cada vez más salvaje. Es el nuevo mantra del mileísmo: libertad es trabajar sin derechos.

Todo esto, además, ocurre en el contexto de un Gobierno nacional que no solo recortó los programas de capacitación y empleo, sino que directamente cerró el Ministerio de Trabajo como institución autónoma, reduciéndolo a una secretaría sin recursos ni protagonismo. Mientras tanto, Jorge Macri brilla por su ausencia. O peor: por su inacción.

Lo cierto es que la Ciudad de Buenos Aires ya no es una tierra de oportunidades, sino un campo de batalla social. Y esa batalla la pierden, como siempre, los mismos de siempre. Los y las jóvenes de hasta 24 años tienen una tasa de actividad del 28,8%, es decir, apenas tres de cada diez están insertos en el mercado. Los mayores de 65 años, lejos de disfrutar de su jubilación, tienen una tasa de actividad del 22,7%: muchos vuelven a trabajar por necesidad.

La pregunta es tan incómoda como inevitable: ¿dónde están las políticas públicas del gobierno porteño frente a este colapso laboral? Jorge Macri se limita a replicar el discurso meritocrático de su primo, promocionando “reconversiones digitales” y cursos en línea mientras los vecinos no tienen para cargar la SUBE. Nada dice de los despidos en el sector público, del deterioro salarial o del vaciamiento de programas sociales. Nada propone. Nada cambia.

El modelo político y económico que impulsan Milei y Macri no tiene lugar para la inclusión. Si no producís, no servís. Si no facturás, sos un parásito. Si no ganás, estás de más. Esa es la lógica que están instalando: el desprecio por el otro como política de Estado.

Mientras tanto, la gente resiste como puede. Los comedores explotan, los colectivos van llenos de gente que ya no busca trabajo, sino dignidad. Las ferias populares crecen, y con ellas la informalidad. Porque si el Estado se borra, el mercado no reparte: excluye, margina, empobrece.

Este informe del IDECBA no es solo un diagnóstico estadístico: es una radiografía política de un presente oscuro y de un futuro incierto. Es una advertencia para quienes todavía creen que el ajuste es una transición y no un proyecto. Es un llamado urgente a mirar más allá de la espuma de los discursos y entender que la supuesta libertad que nos venden se construye con el hambre de muchos.

No se trata de “reformas estructurales”. Se trata de personas. De vecinos y vecinas que no consiguen trabajo, que no pueden dejar de trabajar, que no llegan a fin de mes. De un gobierno nacional que destruye y de un gobierno porteño que consiente. Y de una ciudadanía que, tarde o temprano, empezará a exigir explicaciones.

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