«Nuestra intervención en Argentina fue una línea de intercambio que generó dinero para el pueblo norteaméricano»

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Mientras el secretario del Tesoro Scott Bessent reivindica una operación financiera con Buenos Aires como “éxito económico” para Washington, el economista Brad Setser advierte con ironía que el Tesoro estadounidense parece haber descubierto una necesidad urgente de pesos argentinos.

El discurso de la “seguridad económica como seguridad nacional” reaparece en la política exterior de Estados Unidos, y Argentina vuelve a ser terreno de ensayo. Entre el eufemismo técnico y la lógica del poder, el llamado “swap” se parece demasiado a un rescate encubierto.

Cuando el nuevo secretario del Tesoro de Estados Unidos, Scott Bessent, escribió en su cuenta oficial que “la seguridad económica es seguridad nacional” y que “la intervención en Argentina no fue un rescate sino una línea swap que generó ganancias para el pueblo estadounidense”, no sólo inauguró una etapa de franca sinceridad política: también dejó expuesta la naturaleza de una operación financiera que, bajo ropajes tecnocráticos, tiene profundas implicancias diplomáticas y soberanas. En su intento por desmarcarse del concepto de “bailout”, Bessent introduce un matiz semántico que no cambia lo sustancial: cuando un país poderoso asiste a otro mediante una inyección de liquidez condicionada, lo que ocurre es, en esencia, una forma de rescate.

La frase “peace through economic strength” —paz mediante la fortaleza económica— parece rescatada de la retórica de la Guerra Fría, cuando la Casa Blanca justificaba intervenciones financieras y militares bajo el argumento de proteger la estabilidad regional. Bessent, ex hombre de confianza de George Soros y gestor de fondos macroglobales, conoce bien el poder del dinero como herramienta geopolítica. Su llegada al Tesoro bajo la presidencia de Donald Trump consolidó una visión de política económica en la que los dólares funcionan como instrumentos de influencia, y las “swap lines” —intercambios de monedas con bancos centrales aliados— operan como una diplomacia paralela, más eficaz que cualquier tratado.

Según los reportes, la línea de swap con Argentina alcanzó los veinte mil millones de dólares. La operación, presentada como un “mecanismo técnico” para estabilizar los mercados, se activó en medio de una coyuntura política convulsionada y con un objetivo explícito: evitar una devaluación descontrolada antes de las elecciones. Washington no suele invertir en milagros ajenos; cada dólar que ingresa lleva adheridas condiciones, retornos y una expectativa de alineamiento. Que Bessent afirme que la operación “hizo dinero para el pueblo americano” revela la esencia de la movida: la ayuda no fue gratuita ni desinteresada.



La respuesta de Brad Setser, economista del Council on Foreign Relations y ex funcionario del Tesoro, fue inmediata y demoledora. “Didn’t realize the US Treasury was in need of Argentine peso funding … live and learn”, ironizó en su cuenta de X, como quien apunta a la médula de una contradicción. Su comentario, tan breve como corrosivo, desarma la narrativa oficial. Si el Tesoro estadounidense no necesita pesos argentinos, ¿por qué involucrarse en una línea swap con Buenos Aires? La pregunta abre un debate incómodo: si no se trata de rescatar, ¿se trata de influir?

Setser conoce como pocos los mecanismos de la deuda soberana y los flujos de capital que atraviesan las fronteras. En su visión, la operación con Argentina no sólo carece de sentido económico puro, sino que responde a una lógica política de control financiero. Su frase siguiente lo confirma: “One man’s rescue loan is another man’s bailout”. El rescate, aunque se lo disfrace de ingeniería de mercado, sigue siendo un rescate.

La diferencia que Bessent intenta subrayar entre un “swap” y un “bailout” tiene valor retórico, no económico. En ambos casos se intercambian activos por liquidez y se concede acceso privilegiado a fondos bajo condiciones que, a la larga, reordenan prioridades nacionales. Llamarlo “swap” no elimina el hecho de que Estados Unidos utilizó su poder financiero para estabilizar una economía periférica según su conveniencia. La ganancia que Bessent menciona como “beneficio para el pueblo estadounidense” es, en realidad, el reflejo de una rentabilidad construida sobre la vulnerabilidad ajena.

El discurso del Tesoro apela a una narrativa heroica: Estados Unidos, garante de la estabilidad, salvó a un aliado sin poner en riesgo su propio bolsillo. Pero detrás de esa versión se esconde la clásica lógica de dependencia: una intervención disfrazada de cooperación, un préstamo envuelto en la retórica del mercado libre. Argentina, en este esquema, vuelve a ocupar el rol que le asignan los manuales de la política exterior norteamericana: laboratorio de ensayo y vitrina de disciplinamiento financiero.

Que la operación haya “generado ganancias” no es un dato menor. Implica que la estabilidad de un país latinoamericano se convirtió, para el Tesoro estadounidense, en una oportunidad de negocio. La frontera entre asistencia y especulación se disuelve cuando el lenguaje técnico reemplaza a la política y el cálculo de rentabilidad suplanta al principio de solidaridad. La frase “economic security is national security” condensa esa visión: los intereses de seguridad de Estados Unidos incluyen, ahora, las economías de sus aliados, siempre que resulten rentables.

El intercambio entre Bessent y Setser no es sólo una disputa semántica, sino el retrato de un tiempo. El primero representa la oficialización de la doctrina del capital como diplomacia; el segundo, la voz que desde el propio establishment advierte sobre los riesgos de disfrazar rescates con tecnicismos contables. Ambos revelan, sin proponérselo, la fractura moral de un sistema financiero global que convierte la estabilidad de las naciones en un instrumento de poder.

En el caso argentino, la historia vuelve a repetirse con nuevos actores y las mismas reglas. Un swap que no es rescate, una ayuda que genera ganancias, un socio que se presenta como salvador mientras cobra intereses. La discusión ya no es técnica: es política. Porque cuando un país debe celebrar que su moneda se sostiene gracias al financiamiento externo de una potencia, lo que se está perdiendo no es sólo autonomía económica, sino soberanía.

Lo que Estados Unidos llama “swap line” y lo que Argentina acepta como “estabilidad” son dos caras del mismo fenómeno: la subordinación financiera convertida en política de Estado. Setser lo advirtió con sarcasmo. Bessent lo confirmó con orgullo. Y en el medio, un país que vuelve a ser estabilizado por otros, mientras sigue buscando el modo de estabilizarse a sí mismo.

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