Milei depende del macrismo: sin el PRO, La Libertad Avanza no gana ni una elección de consorcio

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Los resultados de las últimas elecciones dejaron al descubierto una verdad incómoda: La Libertad Avanza no tiene estructura territorial, ni músculo político, ni base social suficiente para triunfar sin el salvavidas del PRO. Como ya ocurrió en el balotaje de 2023, el macrismo volvió a ser el sostén que evitó una derrota humillante del oficialismo libertario.

El mito de que Javier Milei y su espacio político representan una fuerza autosuficiente se derrumba frente a la evidencia. En la última elección, la maquinaria del PRO de Mauricio Macri fue decisiva para que La Libertad Avanza no terminara en un papelón electoral. Sin esa asistencia, el libertarismo habría quedado sepultado bajo una ola de rechazo en los principales distritos del país. La foto del búnker con dirigentes amarillos abrazados a los libertarios es la postal del verdadero poder que sostiene al presidente: no es la épica de la motosierra, sino la calculadora del macrismo.

La fragilidad estructural del partido libertario es inocultable. No cuenta con un entramado de militancia territorial, ni con intendentes, ni con gobernadores propios que garanticen votos más allá de las redes sociales. Su base electoral es volátil, dispersa y en muchos casos prestada. Por eso, cada elección que enfrenta sin el acompañamiento del PRO termina en derrota o en caída de votos. En la Provincia de Buenos Aires, por ejemplo, La Libertad Avanza no logra instalar figuras locales con peso propio y depende de los punteros macristas para fiscalizar, distribuir boletas o simplemente conseguir mesas testigo. Sin ese apoyo logístico, Milei y sus candidatos no pueden ni competir.

La alianza con el PRO fue el oxígeno que impidió una debacle en los comicios del domingo. En varios distritos del interior, referentes amarillos encabezaron el operativo electoral, movilizaron estructuras y cuidaron votos para evitar el desastre. No fue un gesto de generosidad sino un pacto de supervivencia: el macrismo entendió que, sin Milei, se quedaba sin representación de derecha dura, y el mileísmo aceptó que sin el PRO no ganaba ni una elección de consorcio. Fue un matrimonio por conveniencia, pero también una radiografía del poder real: el libertarismo depende de la vieja derecha a la que prometió enterrar.

La historia se repite. En las presidenciales de 2023, Milei fue aplastado por Sergio Massa en primera vuelta. Los números son elocuentes: Massa obtuvo el 36,7 % de los votos y Milei apenas el 30 %. El ministro de Economía estuvo a menos de tres puntos de ganar en primera vuelta, y todo indicaba que la ola libertaria se desinflaba. Pero en el balotaje ocurrió el milagro: Mauricio Macri y Patricia Bullrich salieron al rescate. Con el apoyo explícito del PRO, la estructura comunicacional de Juntos por el Cambio y el aparato electoral macrista, Milei logró revertir el resultado y se impuso con el 55,7 % frente al 44,3 % de Massa. No fue el libertarismo quien ganó, fue el macrismo el que decidió a quién coronar.

Esa alianza, presentada entonces como un “acuerdo patriótico” para derrotar al kirchnerismo, se transformó con el tiempo en una simbiosis política. Milei gobierna, pero el macrismo manda en las sombras. Macri, Bullrich y Sturzenegger colocan funcionarios, manejan ministerios clave y definen estrategias. Lo que empezó como un pacto electoral de segunda vuelta devino en un cogobierno. Por eso, cuando el PRO decide implicarse, La Libertad Avanza resiste. Cuando el PRO se repliega, los libertarios se derrumban.

La lectura política de la última elección confirma esa dependencia. El oficialismo no mejoró su caudal propio: sobrevivió gracias al préstamo del electorado macrista, ese núcleo duro de la derecha tradicional que aún conserva presencia en los barrios, en los municipios y en los medios. Sin esa red, el discurso del “nuevo orden liberal” queda reducido a performance televisiva. Las urnas demuestran que Milei es un fenómeno mediático, pero no un movimiento político. La fuerza que se autoproclama antisistema depende por completo del sistema que dice combatir.

El contraste entre la épica libertaria y la realidad política es brutal. Mientras Milei proclama independencia del “régimen”, necesita del régimen para sostenerse. Mientras se presenta como enemigo de la “casta”, se alía con la casta para no desaparecer. La Libertad Avanza no es un partido de masas, es una marca electoral sostenida por el andamiaje de un poder que no puede construir por sí mismo. Y como toda marca, depende de quién la distribuya, la financie y la proteja.

Este escenario deja varias conclusiones. Primero, que el experimento libertario no logra consolidar una identidad política estable más allá del liderazgo personal de Milei. Segundo, que su supervivencia depende de la derecha tradicional, lo que limita su capacidad de romper con el pasado. Y tercero, que el verdadero bloque de poder hoy no es Milei ni Karina ni los libertarios de Twitter: es la alianza táctica del PRO con los sectores del capital financiero y mediático que decidieron mantenerlo en pie.

La historia reciente lo demuestra una y otra vez: sin el PRO, Milei no gana. Ni en 2023, ni en 2025, ni probablemente en el futuro. Lo que se vende como “revolución liberal” no es más que una reedición del viejo proyecto macrista con rostro nuevo. Por eso, cuando el presidente habla de independencia política o de batallas culturales, en realidad encubre su debilidad estructural. Sin los amarillos detrás, La Libertad Avanza no podría ganar ni una elección de un club barrial.

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