La diputada salteña Pamela Calletti, de Innovación Federal, protagonizó un violento ataque verbal contra legisladores de Unión por la Patria al no lograr el desafuero del diputado Emiliano Estrada, opositor al gobierno de Gustavo Sáenz.
El intento de desafuero contra el diputado Emiliano Estrada terminó en un escándalo. Pamela Calletti, legisladora de Innovación Federal, se descontroló en plena reunión parlamentaria, lanzando gritos e insultos hacia sus colegas. Detrás del episodio se esconde la tensión política en Salta y la incomodidad del oficialismo provincial ante las denuncias de complicidad con el narcotráfico que involucran al gobierno de Sáenz.
El clima político en la Cámara de Diputados volvió a encenderse, esta vez con una escena que expuso la desesperación de un sector del poder provincial. La diputada salteña Pamela Calletti, integrante del bloque Innovación Federal y aliada del gobernador Gustavo Sáenz, perdió completamente el control durante el debate del pedido de desafuero contra el legislador de Unión por la Patria (UP), Emiliano Estrada.
A los gritos, fuera de sí, Calletti increpó al diputado Rodolfo Tailhade, quien la había refutado en defensa de Estrada. “¡Diputado, yo lo escuché, así que sea respetuoso!”, gritó la legisladora, visiblemente fuera de sí, ante la mirada atónita de sus colegas. Lo acusó de “machirulo” una y otra vez, mientras la sesión se convertía en un espectáculo de descontrol y tensión política.
La escena no fue un exabrupto aislado: fue el reflejo de una maniobra política frustrada. El intento de desafuero contra Estrada —basado en acusaciones de “peculado de servicios y abuso de autoridad”— fue interpretado por gran parte del bloque opositor como un ataque directo desde el gobierno salteño para disciplinar a un adversario político incómodo, que denunció públicamente la connivencia entre el poder provincial y el narcotráfico.
El diputado Rodolfo Tailhade no dudó en calificar el proceso como una persecución política, recordando que el artículo 68 de la Constitución Nacional protege a los legisladores de ser “molestados” por sus opiniones. “Cada palabra que dijo Calletti es un pasaporte al sobreseimiento de Estrada”, lanzó, apuntando directamente a la intención política del pedido.
Las denuncias de Estrada contra el gobernador Sáenz por presuntas complicidades con el narcotráfico son un tema espinoso en la política salteña. Y el pedido de desafuero impulsado por Calletti, lejos de ser una cuestión judicial genuina, aparece ahora como una herramienta de castigo contra quien se atreve a cuestionar al poder local.
Pero cuando el intento se frustró y las voces del kirchnerismo se impusieron en defensa del legislador perseguido, la diputada de Innovación Federal no encontró otra salida que la agresión. Su ataque verbal terminó revelando lo que la política salteña intenta ocultar: la intolerancia del oficialismo provincial frente al disenso y la crítica.
“Esto lo hacen por la campaña porque van terceros y cómodos”, señaló Tailhade, dejando al descubierto el trasfondo electoral del episodio. Su intervención puso en evidencia que el pedido de desafuero no fue más que un movimiento desesperado ante el desgaste del gobernador Sáenz y la pérdida de terreno político frente a los sectores de oposición que denuncian corrupción y vínculos con el narcotráfico.
Desde UP, el diputado Juan Marino también denunció que detrás del “show” de Calletti se escondía una maniobra para banalizar la discusión sobre los fueros parlamentarios. “Cuando se le quieren quitar los fueros intentan callar a cada diputado de esta Cámara. Nosotros no podemos aceptarlo”, remarcó.
Por su parte, el jefe del bloque peronista, Germán Martínez, fue más allá: “Esto le puede pasar a cualquiera de los que estamos acá. Porque nadie es oficialismo eternamente. Los mismos que hoy te aplauden mañana te persiguen”.
Las palabras de Martínez resonaron como una advertencia sobre la fragilidad de las instituciones cuando la política se contamina con intereses personales y venganzas partidarias.
En ese contexto, el estallido emocional de Calletti no fue un gesto espontáneo, sino el síntoma de una estrategia fallida. La diputada buscaba con desesperación sostener la autoridad de un gobierno provincial acorralado por denuncias y por una creciente pérdida de legitimidad.
La reacción violenta, los gritos y el uso del insulto como argumento político no sólo degradan el debate parlamentario: ponen en evidencia una forma de ejercer el poder basada en la intimidación y la censura.
Calletti, lejos de defender la institucionalidad, terminó exponiendo el autoritarismo que anida en ciertos sectores de la política provincial, donde el disenso se castiga y la crítica se silencia.
Su accionar desbordado deja una marca: el intento de transformar el Congreso en un tribunal de venganza política contra quienes se animan a denunciar lo que muchos prefieren callar.
En definitiva, el “ataque de nervios” de Pamela Calletti fue algo más que un episodio de descontrol. Fue la manifestación visible de un fracaso político: el de quienes, incapaces de convencer, recurren al grito para imponer miedo.
Y como toda reacción desesperada, terminó revelando lo que pretendía ocultar: que en Salta, el poder de Gustavo Sáenz comienza a resquebrajarse, y que las voces disidentes —como la de Emiliano Estrada— ya no pueden ser silenciadas por los métodos de siempre.





















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