La operación de prensa que el gobierno de Javier Milei impulsó esta semana a través de Eduardo Feinmann y un ignoto personaje que se presenta como “periodista”, Pedro Paulín, revela con claridad el nuevo método de manipulación comunicacional oficialista: una red de desinformación organizada desde los medios aliados para fabricar enemigos, distraer la agenda pública y blindar a un gobierno cada vez más cuestionado. Lo que ayer era una simple fake news importada de la ultraderecha española, hoy se recicla como contenido “exclusivo” en los programas del prime time libertario, demostrando hasta qué punto el ecosistema mediático del Mileísmo se transformó en una usina de mentiras funcional al poder.
Tal como explicamos en la nota publicada esta mañana en En Orsai, titulada “La vergüenza de ser Edu y Jonny”, la operación se origina en una noticia falsa difundida por portales vinculados a Vox y a los servicios de inteligencia españoles, que pretendían asociar a dirigentes progresistas latinoamericanos con financiamiento del chavismo y el narcotráfico. Aquella fábula, que ya había sido desmentida por la propia justicia española y por el testimonio del ex agente Hugo “El Pollo” Carvajal —quien se retractó de sus declaraciones— fue reeditada por el dueto Feinmann–Paulín como si se tratara de un hallazgo periodístico reciente. El objetivo: instalar en la opinión pública una narrativa de corrupción que ensucie al kirchnerismo y distraiga de los escándalos internos del gobierno libertario.
El procedimiento fue el de siempre: una cuenta anónima lanza la desinformación, un operador marginal (en este caso, Pedro Paulín) le da un barniz de “investigación internacional”, y los grandes medios del círculo oficialista la reproducen sin verificación alguna. A partir de ahí, el mensaje se multiplica en redes con la ayuda de trolls y bots del aparato digital libertario, diseñados para inflar tendencias y atacar a quienes desmienten la versión oficial. Feinmann, en su papel de vocero de la furia presidencial, actúa como amplificador principal, disfrazando la propaganda de noticia, el guion de análisis y la mentira de información. Lo hace con la impunidad de quien sabe que cuenta con la protección del poder político y la complicidad de los grandes grupos mediáticos que se enriquecen con la pauta oficial.
Pedro Paulín, el “periodista” que nadie conocía hasta ayer, representa una nueva generación de operadores mediáticos fabricados en serie por el ecosistema libertario. No pude encontrar información pública verificada que demuestre que Paulín posea un título universitario o formación académica específica en comunicación o periodismo. En su perfil de autor en el portal Newstad (!?) se presenta como “periodista y analista político con más de veinte años de trabajo en los medios”, pero sin detallar estudios formales. En LinkedIn afirma haberse formado “en el Grupo Clarín y en Canal 13”, y haber pasado por empresas como Prisa, Perfil, Radio Rivadavia y MDZ. Sin embargo, no figura en ningún registro de universidades ni consta ninguna titulación académica.
Lo curioso es que, de acuerdo con la información disponible, Pedro Paulín nació en 1985. Si realmente tuviera “más de veinte años de experiencia” en los medios, eso implicaría que comenzó su carrera profesional antes de cumplir veinte años, probablemente entre los 15 y los 18. La cronología no cierra. Sus supuestos “veinte años de trayectoria” se diluyen ante la falta de registros concretos de publicaciones, trabajos periodísticos firmados o cargos en medios reconocidos durante esa primera etapa. Todo indica que el relato de su extensa carrera se sostiene más en una construcción discursiva de prestigio que en una trayectoria verificable. Esa discordancia entre los datos públicos y su autopromoción profesional refuerza la sospecha de que Paulín no es un periodista con trayectoria, sino un operador fabricado para cumplir un rol político dentro de la maquinaria mediática libertaria.
Nacido en una generación que creció ya en la era digital, Paulín se mueve cómodamente en la frontera entre el periodismo y la militancia ideológica, un terreno donde los hechos son accesorios y la fidelidad al relato libertario pesa más que cualquier credencial profesional. Su discurso, sus temas y su estilo lo alinean con el sector liberal-conservador y antiperonista que hoy oficia de sostén mediático del oficialismo de Javier Milei.
La maniobra mediática, sin embargo, no resistió la verificación ni siquiera dentro de los grandes medios que suelen mostrarse afines al oficialismo. Desde Todo Noticias (TN), el periodista Manu Jove desarmó por completo la farsa del supuesto “testimonio explosivo” de Hugo “El Pollo” Carvajal. En su cuenta de X (ex Twitter), Jove aclaró que no existe ninguna nueva declaración ante la justicia de Estados Unidos, sino un viejo archivo proveniente de España que algunos comunicadores libertarios —entre ellos Feinmann y Paulín— presentaron como primicia. “Otra mentira de estos fantasmas. No me quedé callado para nada”, escribió Jove, recordando que fue él mismo quien informó que la versión difundida era antigua y ya desmentida por fuentes judiciales.
El periodista de TN también explicó que lo nuevo, cuando suceda, será la declaración de Carvajal en EE. UU., algo que todavía no ocurrió. “El financiamiento de Chávez a los líderes de la región existió y todos lo sabemos. Sobran pruebas. Pero sobre el vínculo de ese dinero con el narcotráfico, no hay ninguna evidencia. Era guita de PDVSA, del petróleo”, aclaró Jove, separando la realidad documentada de la ficción que los operadores libertarios quisieron instalar. Incluso debió salir a explicar que su silencio durante un fragmento televisivo fue malinterpretado por cuentas pagas que manipularon imágenes para hacer creer que había sido censurado. “En un programa de seis personas, siempre hay un momento donde algunos hacemos silencio para que hablen los demás. El tuitero pago eligió capturar uno de esos fragmentos”, agregó con ironía.
La desmentida de Jove pone en evidencia la magnitud de la maquinaria de desinformación libertaria: basta un video manipulado, una frase recortada o una traducción distorsionada para fabricar una noticia falsa que luego se viraliza en redes y es amplificada por los comunicadores del gobierno. En este caso, la supuesta “nueva causa” en Estados Unidos ni siquiera existe en términos procesales, y tanto medios internacionales como verificadores independientes confirmaron que no hay registro judicial ni comunicado oficial que respalde la versión libertaria. El gesto de Jove, al romper el pacto de silencio que suele imperar en la prensa hegemónica cuando una mentira beneficia al poder, recupera el valor esencial del oficio periodístico: la honestidad ante los hechos, incluso cuando contradicen la línea política dominante.
La operación mediática que une a Feinmann con Paulín no es un hecho aislado: forma parte de una estrategia de Estado orientada a degradar la información pública y convertir a los medios en instrumentos de persecución y control ideológico. Mientras el país se hunde en una crisis social sin precedentes, con miles de trabajadores despedidos, jubilados empobrecidos y universidades al borde del colapso, el gobierno necesita fabricar enemigos para mantener viva su narrativa de confrontación permanente. Así, la “casta” ya no es la élite económica que se beneficia del ajuste, sino los periodistas, docentes, artistas o dirigentes sociales que se animan a cuestionar el relato libertario.
La escena es patética pero reveladora: un gobierno que se autoproclama antisistema, utilizando los mismos mecanismos de manipulación mediática que decía combatir. Feinmann y Paulín son, en ese sentido, piezas intercambiables de una maquinaria comunicacional que ya no busca informar sino disciplinar. Cada operación, cada bulo, cada mentira, es parte de un libreto que apunta a normalizar la violencia simbólica y deslegitimar cualquier disidencia. No hay debate, hay linchamiento mediático. No hay periodismo, hay propaganda.
Lo más preocupante no es la mentira en sí, sino la sistematicidad con la que se organiza. Las “operetas” ya no son improvisaciones de estudios de televisión, sino campañas coordinadas entre los voceros del oficialismo, los asesores comunicacionales del Presidente y los servicios de inteligencia. Lo que ayer fue una fake news en redes sociales, hoy se convierte en una herramienta de gobierno. La desinformación se institucionalizó, y el discurso del odio se convirtió en política de comunicación oficial.
Mientras tanto, el pueblo argentino asiste a la degradación del periodismo en su expresión más obscena: un sistema que, en lugar de fiscalizar al poder, se pone a su servicio. Feinmann lo hace con cálculo y cinismo; Paulín, con oportunismo y obediencia; y Milei, con la satisfacción de quien ve a sus enemigos inventados desfilar en pantalla. Pero cada operación tiene un límite, y ese límite es la memoria colectiva. El país ya conoció gobiernos que manipularon los medios para perseguir a sus opositores. Todos terminaron igual: con el descrédito de sus voceros y el repudio de una sociedad que, tarde o temprano, vuelve a reconocer dónde está la verdad.
La nueva opereta libertaria confirma que el gobierno de Milei no necesita convencer, sino confundir. Su estrategia no es el debate, sino la saturación informativa: tantas mentiras repetidas que el ciudadano ya no sabe qué creer. Pero el periodismo crítico, aún acosado, conserva su función esencial: desenmascarar al poder cuando se disfraza de noticia. Y frente a esta degradación planificada, solo queda una respuesta posible: seguir denunciando, seguir escribiendo, seguir recordando que el periodismo no es servilismo, y que la verdad, aunque demorada, siempre vuelve a abrirse paso.





















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