Korovsky ironiza sobre el show de Bullrich: “Dejamos de hacer División Palermo porque ya se hace sola”

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El anuncio de Patricia Bullrich sobre la creación de un Departamento Federal de Investigaciones inspirado en el “Tío Sam” estadounidense desató una ola de críticas y burlas. Santiago Korovsky, director de División Palermo, ironizó sobre la iniciativa al compararla con su serie que parodia la burocracia y el absurdo institucional argentino.

Mientras el gobierno de Javier Milei profundiza su narrativa de “orden y autoridad”, la ministra de Seguridad se convirtió nuevamente en tendencia tras anunciar un curso de formación de detectives. En las redes, el humorista y cineasta Santiago Korovsky la cruzó con una frase lapidaria que expuso el costado performático y propagandístico del oficialismo.

Patricia Bullrich volvió a encender el debate público con una propuesta que combina lo kitsch con lo preocupante. Inspirada en el famoso cartel del “Tío Sam” —emblema del reclutamiento militar estadounidense durante las guerras mundiales—, la ministra de Seguridad publicó un anuncio para estudiar y convertirse en detective del flamante Departamento Federal de Investigaciones (DFI). La imagen, copiada casi al calco del ícono norteamericano, no tardó en volverse viral.

El gesto, que podría parecer un guiño pop o un intento de “modernización” del Estado, refleja algo más profundo: la tendencia del gobierno libertario de Javier Milei a transformar la gestión pública en un acto de marketing. Bullrich, que se presenta como la encarnación del orden, eligió una estética de propaganda militar estadounidense para promover su nueva iniciativa, mientras el país atraviesa un deterioro institucional, económico y social cada vez más visible.

El paralelismo con División Palermo, la serie de Netflix creada por Santiago Korovsky, fue inmediato. En esa ficción, la Policía de la Ciudad lanza una “Guardia Urbana Inclusiva” para lavar su imagen ante la opinión pública. La serie, una sátira sobre el simulacro de diversidad y eficiencia estatal, se volvió un espejo perfecto de la política comunicacional del gobierno actual. “Dejamos de hacer División Palermo porque ya se hace sola”, escribió Korovsky en X, con una ironía que condensó el sentir generalizado de las redes.

La respuesta del actor no fue solo una broma: fue una lectura cultural de un fenómeno político. Porque lo que Korovsky detecta es la conversión del discurso de seguridad en espectáculo, una táctica que Bullrich domina con precisión. La ministra no lanza políticas; lanza escenografías. Cada gesto público está diseñado para generar impacto visual, reproducirse en redes y reforzar el relato libertario de que “el Estado funciona mejor cuando actúa como empresa”.

Pero detrás de esa puesta en escena hay un problema estructural. El anuncio del DFI, más allá del tono folclórico, abre interrogantes serios: ¿qué competencias tendrá este nuevo organismo? ¿Dependerá directamente del Ministerio o de la Policía Federal? ¿Qué controles tendrá sobre la investigación criminal en un contexto donde la inteligencia interna ha sido señalada por prácticas ilegales y espionaje político? Ninguna de estas preguntas fue respondida por Bullrich.

La referencia al “Tío Sam” tampoco es casual. Representa una ideología importada, una visión del Estado como maquinaria disciplinaria y patriótica, en línea con la retórica de Milei que celebra el orden por encima de los derechos. No se trata solo de estética: se trata de una apropiación simbólica de la cultura del poder estadounidense. Un gesto de subordinación ideológica que encaja perfectamente con la política exterior del gobierno, cada vez más alineada con Washington.

Mientras tanto, la agenda interna sigue marcada por la inseguridad, los conflictos sindicales y el aumento de la pobreza. En ese escenario, Bullrich parece apostar a una narrativa que combine control social con propaganda emocional, una suerte de “reality show” de la autoridad. La convocatoria a “estudiar para ser detective” no ofrece datos sobre la currícula, los requisitos o la formación académica. Es un llamado al deseo de pertenecer a una estructura de poder, al sueño del “orden sin política” que tanto seduce a los votantes desencantados.

En redes, la iniciativa fue ridiculizada, pero también expuso algo más grave: la trivialización del rol del Estado. Convertir la seguridad en una campaña de reclutamiento inspirada en la publicidad bélica estadounidense es, como mínimo, una muestra de desorientación institucional. En vez de fortalecer la investigación criminal o profesionalizar las fuerzas, el gobierno elige fabricar símbolos, como si la identidad nacional pudiera construirse con slogans y fotos de archivo.

La figura del “Tío Sam” tiene más de dos siglos de historia y se asocia con la expansión militar, la propaganda y el control social. Adoptarla en Argentina no es un detalle inocente. Implica un alineamiento ideológico con el modelo neoliberal autoritario que Javier Milei y Patricia Bullrich intentan imponer: un Estado chico para los derechos, pero enorme para la vigilancia y la represión.

El episodio, más allá del humor, vuelve a poner en evidencia una característica distintiva del gobierno: su obsesión por el espectáculo. Desde los anuncios de ajuste hasta las conferencias de prensa, cada decisión parece calibrada para generar polémica antes que resultados. La política se reduce a un guion donde los funcionarios actúan, los medios amplifican y la sociedad mira, impotente.

Santiago Korovsky, con su frase mordaz, no solo ridiculizó una iniciativa oficial: describió una época. Una Argentina donde el gobierno se autoparodia, donde la política imita a la ficción y donde el absurdo ya no necesita guionistas. Porque, como él mismo dijo, División Palermo “ya se hace sola”, y la realidad supera, con creces, cualquier sátira.

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