Mientras Javier Milei proclama la motosierra y el déficit cero, la alianza que lo sostiene en el Congreso hace agua. Gobernadores que hasta ayer callaban, hoy se organizan, amenazan con leyes propias y exigen plata para evitar la asfixia de sus provincias. La disputa en Corrientes expone la fisura y el descontento en carne viva.
Algo cruje en las entrañas del poder libertario y amenaza con retumbar fuerte en las paredes del Congreso. En la superficie, Javier Milei sigue posando con su motosierra y repitiendo eslóganes de déficit cero, pero debajo, en el subsuelo político donde se tejen las alianzas, las provincias empiezan a rebelarse. La tensión no es nueva, pero ha escalado a un punto donde el silencio deja de ser rentable y el fastidio se filtra en cada despacho oficial. El vínculo entre la Casa Rosada y los gobernadores, incluso aquellos que hasta hace poco parecían aliados incondicionales, está herido. Y lo que podría parecer un ruido habitual en la política argentina —esas peleas coreografiadas que se resuelven a último minuto— empieza a convertirse en un callejón sin salida.
El Ejecutivo llega a la reunión con los ministros provinciales cargado de urgencias y con la soga al cuello. No es casual que, mientras el secretario de Hacienda, Carlos Guberman, se preparaba para sentarse a negociar, el gobierno todavía no hubiera dado señales claras de lo que está dispuesto a conceder. “Se va a estirar hasta que la amenaza sea concreta”, admitía un operador que conoce de memoria los pasillos del poder provincial. Traducido al castellano básico: Milei no suelta un peso hasta que lo obliguen.
Y vaya si lo están obligando. Porque los gobernadores, esta vez, no son figuritas decorativas en las fotos institucionales. La advertencia de que llevarán su propio proyecto de ley al Senado para repartir el stock de Aportes del Tesoro Nacional (ATN) y rediscutir la distribución del Impuesto a los Combustibles Líquidos suena a ultimátum. No es un berrinche: es supervivencia pura. Hay provincias que no pueden pagar sueldos ni aguinaldos. Y aunque en la Casa Rosada se la pasen diciendo que los gobernadores son “muy de casta” cuando piden plata, la realidad les está explotando en la cara.
Mientras tanto, en paralelo, en la noche del viernes, un Zoom de gobernadores hervía de bronca y estrategia. Ahí se consolidó la idea de presentar un proyecto propio si Milei no afloja. Que el senador Juan Carlos Romero le cantara las cuarenta al jefe de Gabinete, Guillermo Francos, en la previa del informe mensual, no fue casualidad. Romero, salteño, aliado casi siempre, puso en palabras lo que muchos piensan: “El gobierno no puede pretender que vengan todos los gobernadores a presentar un proyecto y después los senadores no lo acompañen”. La paciencia se acabó.
Pero el drama no es solo financiero. Lo que empezó como una puja por plata se transformó en algo más profundo: un divorcio político. El gobierno libertario ha tensado tanto la cuerda que la relación se ha vuelto tóxica. Desde las provincias disparan acusaciones de falta de respeto y de negociar todo en clave electoral, mientras se acumulan las promesas incumplidas. “La falta de respeto es constante: tensaron la relación por resultados electorales mediocres”, escupen desde un distrito que prefiere no quedar pegado con nombre propio.
El problema para Milei es doble. Si la rebelión provincial avanza, no solo peligra el financiamiento de las provincias: también empieza a temblar el andamiaje legislativo que sostiene su agenda. El Presidente, tan enamorado de los vetos, se arriesga a quedarse sin respaldo en el Senado y en Diputados. Los gobernadores empiezan a cansarse de sostenerle la gobernabilidad mientras son rehenes de la motosierra fiscal. Algunos, como los cordobeses o catamarqueños, ya mostraron los dientes dando quórum en sesiones incómodas para el oficialismo. Y no es solo por plata: es también por el destrato político.
La interna que arde en Corrientes es el mejor ejemplo de que el derrumbe ya no es una hipótesis lejana. Gustavo Valdés, gobernador radical, no logró cerrar un acuerdo con el gobierno nacional antes del plazo de alianzas. Las negociaciones se empantanaron por el intento del radicalismo de imponer a Juan Pablo Valdés, hermano del gobernador, como candidato a sucederlo. Desde el Ejecutivo, con ese tono socarrón que los libertarios han patentado, filtraron que eso es “muy de casta”. Pero el costo político de la ruptura es mucho mayor que cualquier etiqueta. Porque Valdés es también una pieza clave en el Congreso, donde Milei necesita senadores y diputados dispuestos a blindarle los vetos.
La madrugada del lunes dejó expuesta la fractura. La Libertad Avanza en Corrientes salió a publicar, casi a las cuatro de la mañana, que había resistido “operaciones” hasta el último día y que competirán solos con la lista 196. El mensaje es una bomba con temporizador. ¿A qué operaciones se referían? ¿Fue un mensaje interno dirigido a la tropa libertaria? ¿O una advertencia al radicalismo para que deje de apretar?
La Casa Rosada, mientras tanto, especula con cerrar acuerdos “selectivos” con algunos gobernadores y dejar colgados a otros. Una estrategia de divide y reinarás que puede salir muy mal. Porque el resentimiento se acumula. El caso de Corrientes generó urticaria en otras provincias que miran con desconfianza cualquier trato especial. Incluso dentro del PRO —teóricamente el socio natural del oficialismo— hay heridas abiertas que todavía supuran, como la guerra porteña o las internas bonaerenses donde Karina Milei se ha convertido en protagonista incómoda, imponiendo condiciones y candidatos.
Mientras Milei sigue absorto en su cruzada antisistema y su guerra cultural, el enojo provincial escala. Y hay algo todavía más peligroso para su futuro político: muchos de estos gobernadores —por más que lo eviten públicamente— empiezan a percibir que el Presidente es un “mal pagador”, como le susurraron al oído a varios periodistas. Y eso en política argentina es el beso de la muerte. Nadie negocia con alguien que no cumple lo pactado.
La rebelión provincial, si estalla, será un terremoto. Porque no se trata solo de pesos y centavos. Está en juego la supervivencia política de Milei, su capacidad de sostener vetos y su narrativa de gobierno. Si los gobernadores empiezan a soltarle la mano, la motosierra va a quedarse sin nafta y, peor aún, sin bancas en el Congreso que garanticen su proyecto.
En el fondo, Milei está jugando a una ruleta rusa con los gobernadores, convencido de que ninguno se animará a dar el paso final. Tal vez acierte. O tal vez, como suele ocurrir en la política argentina, el estallido llegue cuando menos lo espera. Y entonces, todo su castillo de “déficit cero” podría derrumbarse sobre su propia cabeza.
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