El presidente de La Libertad Avanza en Punta Indio reivindicó la dictadura y glorificó los Falcon verdes

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Un exmilitar, hoy referente de La Libertad Avanza en Punta Indio, glorificó los crímenes de la dictadura desde un streaming local. La reacción de la comunidad, el silencio del oficialismo libertario y el preocupante respaldo ideológico desde el gobierno nacional. Jorge Pablo Cabrera, suboficial retirado y presidente local de La Libertad Avanza, no tuvo reparos en glorificar al terrorismo de Estado al recordar con nostalgia el olor a “justicia” del baúl de un Falcon verde. Su frase, lejos de ser un exabrupto aislado, expone un clima político que habilita discursos negacionistas y apologías del genocidio. El repudio social crece, pero el gobierno guarda silencio.

“Mi papá tuvo un Falcon verde cuando yo era chico. Abrías el baúl y todavía olía a justicia”. La frase retumba, no por su lirismo decadente, sino por su carga simbólica cargada de horror. El que la pronunció no es un nostálgico cualquiera en una sobremesa de bar. Es Jorge Pablo Cabrera, suboficial retirado de la Armada, actual presidente de La Libertad Avanza en Punta Indio y potencial candidato del partido de Javier Milei en ese distrito bonaerense. El contexto fue un streaming emitido desde FM del Sur 103.7 de Verónica, pero el impacto fue nacional: una apología sin eufemismos del aparato represivo de la última dictadura cívico-militar.

Lo que para Cabrera parece ser un recuerdo familiar, para cualquier argentino con un mínimo de memoria histórica representa una afrenta. El Ford Falcon verde no es un auto más: es un ícono de la represión ilegal, de los secuestros a plena luz del día, de las desapariciones sin rastro. Cabrera lo invoca como símbolo de “justicia”. ¿Qué clase de justicia cabe en el fondo de un baúl?

Pero lo dicho por Cabrera no es un caso aislado, ni un desliz verbal sin consecuencias. Ocurre en un contexto donde desde las más altas esferas del gobierno nacional se niega, relativiza o directamente se reivindica la represión ilegal. Las expresiones de Cabrera, más que exabrupto, son síntoma. Son la verbalización brutal de una corriente de pensamiento que encontró en el actual clima político el permiso para salir a la superficie.

En el pueblo de Verónica, cabecera del partido de Punta Indio, las palabras de Cabrera no pasaron desapercibidas. La comunidad entera fue sacudida. El recorte de video con la frase viralizó como fuego en pasto seco. Las autoridades provinciales fueron alertadas de inmediato: tanto la Comisión Provincial por la Memoria como la Subsecretaría de Derechos Humanos comenzaron a evaluar acciones legales. Porque sí, lo dicho por Cabrera podría configurar claramente el delito de apología del terrorismo de Estado.

Desde lo institucional, el ex juez de paz Guillermo Fina lo expresó con precisión quirúrgica: “Estos personajes guardaron silencio durante años y ahora están desatados, porque sienten que el clima impulsado desde el gobierno nacional los favorece”. Cabrera no está solo, y lo sabe. Siente el aliento ideológico de un gobierno que convirtió el negacionismo en política de Estado, que niega la cifra de los 30.000 desaparecidos, que defiende genocidas como si fuesen presos políticos, y que relativiza uno de los capítulos más oscuros de nuestra historia.

Su esposa, Sandra Cano, no es una figura menor en esta trama. Fue coordinadora del espacio hasta su formalización como partido, y hoy es la tesorera de La Libertad Avanza en el distrito. Hace apenas semanas, compartió en redes sociales un video de Karina Milei con la frase: “en la provincia, es kirchnerismo o libertad”. Cuando fue consultada por los dichos de su marido, su respuesta fue tan esquiva como reveladora: “No tenemos ninguna confrontación con los comentarios mal habidos de las redes sociales”. Luego, cortó la llamada. El silencio como estrategia. La complicidad como método.

La estructura libertaria local no es un hervidero de improvisados. Es un armado político concreto, con intenciones electorales y alianzas en tensión. Cabrera o su esposa eran, hasta hace pocos días, las principales figuras para encabezar la lista de concejales. Pero ahora todo tambalea. La alianza entre La Libertad Avanza y el PRO local pende de un hilo. La presión sobre el radical Gerardo Landa, impulsor del acuerdo, es creciente. Con una tradición alfonsinista que no tolera guiños a la dictadura, Landa podría verse forzado a repudiar públicamente a Cabrera, dinamitando el precario acuerdo.

Del otro lado del tablero, el PRO evalúa alternativas. El productor agropecuario Juan D’Amico se posiciona como posible cabeza de una fórmula bajo el viejo paraguas de Cambiemos, ahora rebautizado como “Somos Buenos Aires”. En esa misma danza de candidaturas aparece Sergio Grabchuk, ex combatiente de Malvinas y ex miembro de la Unidad Popular, quien fue desplazado del armado libertario local por el tándem Cabrera-Cano.

No se trata de una interna de pueblo chico. Se trata de una señal de alerta: la reivindicación del genocidio ya no se camufla, no se disfraza, no se oculta entre líneas. Se dice con descaro, con nostalgia, con orgullo. Y se sostiene desde estructuras partidarias que tienen representación legislativa y apoyo presidencial.

El gobierno de Javier Milei, lejos de desmarcarse de estas expresiones, las estimula con su retórica incendiaria. Su discurso binario, violento y revanchista habilita que personajes como Cabrera sientan que tienen permiso para hablar así. Y cuando los líderes políticos permiten —o directamente avalan— este tipo de reivindicaciones, lo que está en juego es el pacto democrático mismo.

La sociedad civil, por su parte, comienza a organizarse. Sindicatos, organizaciones sociales y culturales preparan actos de repudio. El bloque de Unión por la Patria llevará el tema al Concejo Deliberante. Porque si algo quedó claro es que no se trata sólo de una frase. Se trata de un síntoma grave. Y frente a eso, el silencio no es neutral: es complicidad.

Argentina construyó su democracia sobre la memoria, la verdad y la justicia. La frase de Cabrera, con su tufo a impunidad y su romanticismo perverso, es un insulto a esos pilares. La pregunta, entonces, es si vamos a permitir que desde los márgenes del poder se reescriba la historia con olor a baúl cerrado y Falcon verde. O si, por el contrario, daremos una respuesta firme, clara y sin ambigüedades: el terrorismo de Estado no tiene lugar en nuestra democracia. Ni como política, ni como nostalgia, ni como metáfora.

Fuentes :

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