Mientras el gobernador Pullaro intenta provincializar resultados y Milei relativiza la derrota, Rosario demostró que no todo es furia libertaria ni marketing de redes. La elección deja un mensaje que retumba más allá de Santa Fe y desnuda el clima social de apatía, fracturas políticas y el fracaso libertario en penetrar en barrios populares.
Javier Milei se jugó mucho más que una simple elección local en Rosario. Apostó su imagen, estampó su figura en los afiches y activó recursos para que Juan Pedro Aleart, su candidato, conquistara la ciudad más emblemática de Santa Fe. Pero la noche le fue adversa. Milei, el presidente que se ufana de motosierra y mano dura, se quedó con las ganas de conquistar Rosario, una plaza que, como quien lanza un guante al piso, le devolvió el desafío con una victoria peronista que hizo temblar el tablero político.
Después de 50 años de no gobernar la ciudad, el peronismo se impuso en Rosario de la mano de Juan Monteverde, el candidato de Ciudad Futura que comenzó militando hace dos décadas en los barrios más golpeados. “El pueblo de Rosario le ganó al intendente, le ganó al gobernador y le ganó al presidente”, gritó Monteverde ante una marea de militantes encendidos, en una noche donde el contraste entre la épica peronista y el silencio libertario fue imposible de disimular.
Aleart, el ex conductor televisivo que se convirtió en la cara libertaria en la ciudad, intentó relativizar la derrota. Habló de “elección enorme” y se atrincheró en el discurso libertario puro, denunciando “campañas sucias, difamaciones y mentiras”, y prometiendo motosierra y mano dura contra el kirchnerismo y el socialismo, como si Rosario fuera apenas un set de televisión. Pero la realidad electoral le pegó un sacudón: Monteverde se alzó con 113.458 votos (30,58%), mientras Aleart quedó relegado con 106.018 (28,81%) y la oficialista Carolina Labayru cerró el podio con 95.109 (25,63%).
Rosario le mostró a Milei que no alcanza con la narrativa explosiva y el marketing de redes para ganarse el corazón de los barrios. Y lo hizo en una elección marcada por un ausentismo escandaloso: apenas el 48% del padrón rosarino se acercó a votar, casi 200 mil personas menos que en las generales de 2015. Entre el frío, el hartazgo y la sensación de que la política es cada vez más un ring de gritos y menos un lugar de soluciones, la ciudad vivió la jornada con menor participación del año en todo el país. El dato no es menor y Monteverde lo entendió: “Les quiero hablar a la mayoría que no fue a votar, porque eso también habla de la democracia que tenemos. Sé que eso fue producto de muchos años de desilusiones y promesas incumplidas”.
Pero la victoria de Monteverde no es solo una postal para la historia. Es un cachetazo para un gobierno nacional que se cree invencible. Milei, tan rápido para montar shows mediáticos y redes furiosas, esta vez se tragó el silencio, y su maquinaria libertaria quedó expuesta. Rosario, esa ciudad arrasada por el narco, el desempleo y la violencia, decidió apostar por alguien que conoce sus calles y no por slogans importados desde Buenos Aires. Y eso tiene un peso político que excede a Santa Fe.
Mientras tanto, el gobernador Maximiliano Pullaro, que se jugaba mucho en estos comicios, intentó “provincializar” el resultado. Con mapa en mano, se ufanó de haber ganado el 80% de los distritos santafesinos, como si Rosario no existiera o como si fuera una anécdota aislada. “Quiero que vean el mapa de la bota de la provincia de Santa Fe. Adivinen qué frente político pintó de un solo color la bota santafesina”, exclamó Pullaro, buscando sepultar el sabor amargo que le dejó la derrota en la ciudad más poblada y políticamente simbólica de la provincia.
La misma Carolina Labayru, que protagonizó una remontada notable tras unas primarias en las que había sido desahuciada, se vanaglorió: “Nos creían muertos, nos estaban velando y mirá hoy cómo estamos festejando”, dijo, aunque la realidad la ubique tercera. Rosario no es una plaza cualquiera. Aquí se pelea el poder en serio. Y quien gane Rosario, empieza a tallar fuerte en el juego provincial y hasta nacional.
Cristina Fernández de Kirchner, siempre atenta a las señales políticas, no tardó en felicitar a Monteverde. Publicó en redes su saludo, consciente de que esta victoria es un mensaje para quienes insisten en que el kirchnerismo está liquidado. Monteverde no se anduvo con vueltas: “Las ideas no se matan, las ideas no se censuran, las ideas no se proscriben”. Un guiño a la ex presidenta, pero también una declaración de guerra a la narrativa libertaria que busca demonizar cualquier rastro de peronismo o progresismo como si fueran plagas a erradicar.
En su discurso, Monteverde llamó a la unidad del peronismo y lanzó dardos hacia los dirigentes que compitieron por fuera. Aseguró que, de haber ido unidos, la victoria habría sido por más de diez puntos. Y su promesa suena desafiante: “En dos años la ciudad cambia para siempre. Van a intentar dividirnos, pero tenemos que mantenernos juntos”. Porque Monteverde lo sabe: lo que acaba de lograr es solo el primer round. Rosario está en disputa y el oficialismo provincial, aunque quiera barrer bajo la alfombra lo ocurrido, tendrá que lidiar con un peronismo revitalizado.
El escenario que deja la elección en Rosario expone la grieta profunda que vive la política argentina. Por un lado, un oficialismo provincial que busca blindarse y un libertarismo que cree que alcanza con prometer motosierra para barrerlo todo. Por el otro, un peronismo que, aunque muchas veces desordenado, todavía conserva reflejos para conectar con los barrios donde la crisis pega más fuerte. Y en el medio, casi la mitad del electorado que decidió quedarse en su casa, hastiado de promesas, harto de marketing, y descreído de las épicas políticas.
Monteverde, que pidió diálogo con el intendente Pablo Javkin y prometió resolver “los problemas que los rosarinos tienen hoy y no pueden esperar dos años”, asume su victoria con pragmatismo. Pero sabe que la batalla recién empieza. La Rosario que le dio la espalda a Milei es la misma Rosario que exige soluciones urgentes a la violencia, a la pobreza y al narcotráfico. No alcanza con discursos bonitos ni con slogans libertarios para gobernarla.
Mientras tanto, el gobierno de Milei debería tomar nota. No todo se compra con spots publicitarios ni se impone con gritos de redes sociales. Rosario votó sin miedo, y eso es una noticia incómoda para un presidente que se cree invulnerable. Monteverde le recordó al oficialismo nacional y provincial que todavía hay territorios donde las ideas no se proscriben. Y, sobre todo, que hay ciudades que, cuando deciden, pueden cambiarlo todo.
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