Un testimonio viral de un ex militante libertario expone la distancia moral entre la prédica de Javier Milei y la práctica de un gobierno que desprecia la empatía. La historia de un hijo desesperado que recibió ayuda del exministro Daniel Gollan, mientras el entonces candidato libertario lo bloqueaba con insultos, encendió un debate que atraviesa la grieta y pone en evidencia el costado más oscuro del discurso libertario.
El video de un joven que afirma haber sido militante de La Libertad Avanza y amigo personal de Milei se convirtió en símbolo de un dilema ético: ¿qué clase de liderazgo construye poder sobre la negación del otro? En apenas minuto y medio, el relato expone la fractura entre la ideología del “sálvese quien pueda” y la tradición solidaria del peronismo.
En la Argentina actual, donde las redes sociales reemplazan a menudo los tribunales de la ética pública, un video de apenas 89 segundos se convirtió en un espejo incómodo para el presidente Javier Milei y su entorno. Lo que empezó como una confesión personal, grabada por un joven identificado como Juan Cruz Miozzi, ex militante libertario bonaerense, terminó desatando una ola de indignación que volvió a poner sobre la mesa un debate esencial: la empatía como valor político.
El video, publicado originalmente el 5 de noviembre de 2025 por la usuaria @MDKporsiempre en X (ex Twitter) y amplificado dos días después por la cuenta @El_Prensero, muestra a un joven de rostro cansado, pero con la serenidad de quien ya no teme decir la verdad. En su relato, explica que conoció a Milei “antes de que fuera candidato” y que trabajó en el armado de La Libertad Avanza en la provincia de Buenos Aires. En ese contexto, cuenta un episodio que lo marcó para siempre: su padre, enfermo de cáncer terminal, necesitaba atención médica urgente y no encontraba cama en ningún hospital. Desesperado, recurrió a quien creía su amigo. El mensaje fue directo, casi suplicante. La respuesta, brutal: “No me corresponde, la concha de tu madre”. Luego, el bloqueo.
Esa frase, en su crudeza, condensó el espíritu de una política que transforma la indiferencia en virtud. Milei, aún candidato, eligió cortar el vínculo antes que escuchar. En contraposición, el joven relata que fue el exministro de Salud Daniel Gollan quien intervino y, en menos de 24 horas, consiguió una cama en el Hospital El Cruce de Florencio Varela. “El peronismo me permitió tener 15 días más vivo a mi papá”, concluye, con la voz quebrada pero firme.
Esa última oración, más que una confesión, suena a veredicto. No fue un militante kirchnerista quien habló, sino alguien que hasta hace poco creía en el proyecto libertario. Su testimonio, difundido por miles de usuarios —con más de 300.000 visualizaciones, 5.600 likes y 1.600 reposts en X—, alcanzó rápidamente otras plataformas como TikTok, donde los algoritmos amplificaron el impacto emocional de la historia.
Lo que siguió fue un fenómeno típico de la política en tiempos digitales: el silencio oficial. Ni Milei, ni la Casa Rosada, ni ningún vocero libertario de primera línea emitió una palabra. Tampoco se presentó un desmentido ni se exhibieron capturas que contradijeran el relato. La maquinaria comunicacional libertaria, tan rápida para desmentir a opositores o atacar periodistas, optó por el mutismo. Ese silencio, paradójicamente, habló más que cualquier comunicado.
En el universo opositor, la repercusión fue inmediata. Cuentas como @RPN_Oficial o @GuarraChina difundieron el video con miles de interacciones, acompañadas del hashtag #VivaPerón, que se volvió tendencia. La narrativa se impuso con rapidez: de un lado, el candidato que insulta y bloquea; del otro, un exministro que gestiona y salva vidas. La historia encajó perfectamente en el contraste que define hoy la política argentina: la humanidad del peronismo frente al individualismo feroz del mileísmo.
Más allá de las pasiones partidarias, el episodio funciona como radiografía de un modelo de poder que deshumaniza. El libertarismo, al convertir la meritocracia en dogma y el egoísmo en virtud, destruye la noción de comunidad. No se trata solo de un exabrupto verbal: es una práctica sistemática que se replica en políticas públicas. Cuando Milei desfinancia hospitales, despide científicos o cierra programas sociales, lo que hace es institucionalizar el mismo gesto que tuvo con aquel joven: mirar hacia otro lado ante el sufrimiento ajeno.
Esa indiferencia no es un accidente, sino una doctrina política. En el discurso libertario, pedir ayuda al Estado es un acto de debilidad. Por eso, cuando el joven apeló a Milei en busca de asistencia, recibió una respuesta coherente con esa lógica: la negación absoluta de responsabilidad. En ese modelo, el Estado no es garante de derechos sino obstáculo para el mercado; la solidaridad se considera un lujo improductivo y la empatía, una pérdida de tiempo. En cambio, el gesto de Gollan —un médico formado en el sistema público— rescató la idea de que el Estado existe precisamente para atender lo que el mercado desecha: la vida de los que no pueden pagar.
La potencia viral del video radica en ese contraste. En apenas un minuto y medio, el testimonio desnuda una grieta que no es solo política sino moral. Mientras Milei predica que “el Estado es una organización criminal” y celebra el “sálvese quien pueda” como fórmula de libertad, un exfuncionario peronista demuestra que la gestión pública también puede ser un acto de humanidad. La emoción del relato funciona como antídoto contra la deshumanización discursiva: recuerda que detrás de cada estadística hay personas concretas.
El caso también expone la fragilidad del relato libertario en las redes. Durante años, Milei supo construir su liderazgo en ese territorio digital, donde la indignación se traduce en poder y los likes reemplazan a la empatía. Sin embargo, en este episodio, ese mismo ecosistema se volvió en su contra. El algoritmo, siempre impredecible, amplificó una historia que ningún community manager pudo controlar. Y cuando la política se mide en términos de viralidad, el silencio se paga caro.
Algunos usuarios libertarios intentaron defenderlo. Una cuenta afín, @GuarraChina, justificó la actitud del presidente diciendo que “no correspondía” ayudar, porque aún no era funcionario. Pero esa excusa, lejos de aliviar, profundizó el dilema: ¿acaso la compasión necesita cargo público? ¿Desde cuándo la humanidad depende de un decreto? Esa defensa terminó reforzando la imagen que más daño causa al oficialismo: la de un líder que desprecia la sensibilidad como si fuera una debilidad.
El testimonio de Juan Cruz, que aún no fue desmentido ni por Milei ni por su entorno, puso en evidencia algo más profundo: el desencanto de muchos jóvenes que creyeron en el proyecto libertario y hoy se sienten traicionados. Ellos no esperaban cargos ni privilegios, sino coherencia moral. Y al no encontrarla, están empezando a hablar. Este episodio podría ser apenas el primero de una serie de relatos que desmonten desde adentro el mito del libertarismo como revolución moral.
El contraste con el peronismo, lejos de ser casual, es estructural. Mientras la doctrina justicialista concibe la justicia social como principio organizador, Milei la considera una aberración. Pero la historia argentina demuestra, una y otra vez, que cuando el Estado se retira, el dolor se multiplica. El caso de Juan Cruz y su padre no es una anécdota aislada: es la síntesis de un país que decide entre dos modelos, uno que mira al otro con empatía y otro que lo insulta por pedir ayuda.
En un momento en que los indicadores sociales se desploman, los salarios se licúan y los hospitales colapsan por falta de presupuesto, la historia de ese joven irrumpe como un grito de sentido común. No hay mercado capaz de reemplazar un gesto humano. No hay privatización que devuelva los días perdidos. Y no hay algoritmo que oculte lo que la gente ya percibe: que el gobierno libertario confunde crueldad con firmeza y desdén con liderazgo.
El silencio de Milei ante este testimonio no solo confirma la verosimilitud del relato, sino también su propia incapacidad para procesar la empatía como herramienta política. En la Argentina del 2025, donde la pobreza supera el 55% y los hospitales públicos sobreviven gracias al sacrificio de sus trabajadores, el video de Juan Cruz Miozzi se vuelve una metáfora dolorosa pero real: el presidente que bloquea pedidos de ayuda mientras miles de familias son bloqueadas por el ajuste.
No se trata de un escándalo pasajero, sino de una señal de época. Cuando un exmilitante libertario termina agradeciendo al peronismo por haberle dado 15 días más con su padre, algo profundo se mueve en la conciencia colectiva. La política, al final, no se mide por la cantidad de followers ni por el valor del dólar blue, sino por la capacidad de acompañar al otro en su dolor. Y ahí, Milei, el autoproclamado “León”, queda desnudo ante su propia bestia: la falta de humanidad.





















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