El peronismo dividido entregó Tierra del Fuego: La Libertad Avanza se quedó con las dos bancas del Senado

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El oficialismo libertario logró quedarse con las dos bancas senatoriales de Tierra del Fuego gracias a la fragmentación del voto peronista, que sumado habría superado el 51%. La división del campo popular y el avance del discurso mileísta marcaron un cambio histórico en una de las provincias más identificadas con el peronismo.

La elección fueguina expuso con crudeza el costo político de la desunión del peronismo y el crecimiento de La Libertad Avanza, que con apenas el 38,5% se llevó las dos bancas del Senado. El supuesto “hubiera” de los 52 puntos peronistas no solo revela una oportunidad perdida, sino también la incapacidad del movimiento nacional de comprender la magnitud del proceso de despolitización que impulsa Javier Milei.

El resultado en Tierra del Fuego se transformó en una síntesis de lo que ocurre en el país: un peronismo dividido, sin estrategia común, que se desangra entre sellos y egos, y una ultraderecha que capitaliza el descontento bajo la bandera de la antipolítica. Con el 38,5% de los votos, La Libertad Avanza logró quedarse con las dos bancas senatoriales por la mayoría, mientras que el peronismo —fragmentado en dos listas— alcanzó una suma teórica de 51,2%, pero sin la cohesión necesaria para traducir esos números en representación real. El resultado: derrota total.

La cifra es elocuente. En las elecciones legislativas del 26 de octubre de 2025, La Libertad Avanza obtuvo 39,65% de los votos para el Senado. El espacio Fuerza Patria, que encarna al peronismo alineado con el gobernador Gustavo Melella, consiguió el 30,6%, mientras que la alianza Defendamos Tierra del Fuego alcanzó 20,6%. En diputados, el patrón se repitió: 38,3% para Milei, 31% para el peronismo. Una derrota con sabor a advertencia: la fragmentación mata más que el ajuste.

La provincia más austral del país, que alguna vez fue emblema del proyecto industrial de Raúl Alfonsín y luego bastión de resistencia del kirchnerismo, hoy aparece pintada de violeta libertario. Milei, que hace apenas un año se reía en televisión diciendo que Tierra del Fuego debía “ser privatizada o convertida en un duty free gigante”, ahora tiene representación plena en el Senado. Ironías de una política nacional en ruinas.

El posteo que se viralizó en X —“el peronismo hubiera sumado 52 puntos”— no es solo un cálculo aritmético. Es el reflejo de una autocrítica no dicha: el peronismo perdió su vocación de poder porque perdió su unidad. La derrota no fue por ideas, sino por desidia, por la incapacidad de construir una estrategia común frente a un adversario que sí lo hizo.

Mientras los libertarios nacionalizaban su campaña con recursos y estructura financiada desde Buenos Aires, el peronismo fueguino se hundía en internas sin sentido, más pendientes de la supervivencia de sus dirigentes que del futuro de su pueblo. El resultado no debería sorprender: Milei aprovechó el vacío político y lo llenó con un mensaje simple, brutal y eficaz: “ellos te roban, nosotros te dejamos ser libre”.

En Tierra del Fuego, ese mensaje caló especialmente en los sectores golpeados por la desindustrialización. Las fábricas electrónicas, devastadas por la apertura indiscriminada de importaciones, redujeron personal, suspendieron turnos y recortaron sueldos. En vez de una respuesta política, los trabajadores recibieron silencio. El Estado ausente, la dirigencia dividida, y el enojo social transformado en voto libertario.

Pero el fenómeno Milei no explica todo. Lo que pasó en Tierra del Fuego también revela el agotamiento del modelo político del peronismo provincial. Durante años, el poder local se estructuró alrededor de un sistema de prebendas, subsidios y administración del empleo público. Esa red clientelar, que garantizó paz social y control electoral, terminó asfixiando la renovación. Cuando la crisis nacional cortó los fondos, el andamiaje se desplomó.

Y ahí entró Milei, con su discurso contra “la casta”, prometiendo dinamitar los privilegios que el mismo sistema había incubado. Paradójicamente, quienes más sufren el ajuste fueron los que le dieron el triunfo.

El peronismo, atrapado entre su historia y su desconexión con la realidad, no supo ofrecer una alternativa convincente. Mientras en Buenos Aires el gobierno nacional festejaba “la euforia de los mercados” tras las elecciones, en Tierra del Fuego los votantes se hundían en la frustración. Milei ganó con menos del 40%, pero logró lo impensado: destruir la hegemonía de un movimiento que supo representar a los trabajadores, a los estatales, a los excluidos.

El dato más simbólico es el del Senado: las dos bancas por mayoría quedaron para La Libertad Avanza, el espacio que defiende la dolarización, la privatización de recursos naturales y la subordinación total a los intereses financieros internacionales. Es decir, Tierra del Fuego —la provincia más castigada por los recortes presupuestarios y la desindustrialización— eligió a quienes promueven profundizar ese camino.

La paradoja no puede ser más cruel. Bajo el gobierno de Javier Milei, las fábricas cerraron, el empleo cayó, los salarios fueron pulverizados por la inflación y las transferencias del Tesoro Nacional a las provincias se redujeron a niveles mínimos. Sin embargo, ese mismo gobierno logró capitalizar el hartazgo que él mismo generó.

La estrategia libertaria fue precisa: convertir la bronca social en voto útil. Presentarse como lo “nuevo”, aunque ya gobiernen desde hace casi un año. En contraposición, el peronismo quedó atrapado en su propia nostalgia, sin narrativa ni épica. Ya no emociona. Y cuando un movimiento político deja de emocionar, está condenado a perder.

El “hubiera” de los 52 puntos es una ficción, pero una ficción útil. Sirve para mostrar que el problema no es solo electoral: es estructural. El peronismo perdió el sentido de unidad nacional. No hay conducción, no hay estrategia federal, no hay proyecto económico alternativo al ajuste. Hay dirigentes que piensan en su provincia, en su banca o en su intendencia, pero no en el país.

Mientras tanto, Milei avanza. Cada triunfo provincial de La Libertad Avanza —como este en Tierra del Fuego— fortalece su poder legislativo y le permite profundizar su programa de desguace estatal: eliminar subsidios, vender empresas públicas, flexibilizar el trabajo, y reducir el presupuesto educativo y científico. Nada de eso hubiera sido posible sin la complicidad pasiva de una oposición desarticulada.

La derrota fueguina debería ser un punto de inflexión. Porque no se trata solo de perder bancas: se trata de perder la representación de los sectores populares. Tierra del Fuego fue históricamente una provincia de trabajadores industriales, de migrantes, de docentes y técnicos que apostaron a un futuro distinto. Hoy, esa provincia eligió un modelo que desprecia al Estado, niega la justicia social y celebra la desigualdad como motor del progreso.

¿Puede revertirse? Tal vez. Pero no mientras el peronismo siga enfrascado en disputas internas y desconectado de la calle. La gente no votó a Milei por convicción ideológica, sino por desesperación. La bronca fue más fuerte que la memoria. Y cuando el hambre se combina con la desconfianza, la antipolítica gana.

El mensaje de las urnas en Tierra del Fuego es claro: el pueblo castigó la división y premió la coherencia, aunque sea una coherencia cruel. Milei ofreció dinamita, y la gente se la compró. El peronismo ofreció silencio, y el silencio no se vota.

Mientras el gobierno nacional celebra la “reconfiguración del mapa político”, en el sur del país la realidad es otra: pobreza en aumento, desempleo industrial y desamparo estatal. Tierra del Fuego ya no es el laboratorio del desarrollo, sino el espejo del fracaso.

Y ese fracaso no es solo de una provincia. Es del peronismo que perdió la brújula y del país que mira sin reaccionar cómo el proyecto libertario avanza sobre los restos del Estado.