La coalición Provincias Unidas —impulsada por una docena de gobernadores que aspiraban a encarnar una “tercera vía” entre el oficialismo de Javier Milei y el peronismo— sufrió un desmoronamiento electoral abrupto. Desde Santa Fe hasta la Patagonia, sus candidaturas quedaron rezagadas, mientras que La Libertad Avanza se consolidó como primera fuerza electoral y el peronismo retomó su rol clave de contendiente. Este tropiezo provincial se convierte en una advertencia para quienes pensaron que bastaba con el aparato de los territorios para alterar la hegemonía política del país.
En la noche del 26 de octubre de 2025, la coalición que prometía unir al país bajo la bandera del “federalismo racional” se enfrentó con la realidad de una sociedad que, lejos de abandonar la grieta, la profundizó. Provincias Unidas no logró romper la polarización entre Milei y el peronismo, ni siquiera en sus bastiones. Las urnas hablaron con contundencia: el electorado argentino se mueve entre dos polos bien definidos, y el intento de posicionarse en el medio quedó reducido a un gesto testimonial.
El experimento de los gobernadores tenía nombres de peso. Juan Schiaretti, Gustavo Valdés, Gerardo Morales, Maximiliano Pullaro. Todos creyeron que podían articular una fuerza “federal, republicana y moderna” capaz de interpelar a los votantes desencantados. Pero la estrategia se estrelló. En Santa Fe, la lista diseñada por Pullaro apenas alcanzó el 18 % de los votos, mientras que La Libertad Avanza cosechó más del 40 % y Fuerza Patria se acercó al 29 %. A nivel nacional, el frente obtuvo menos del 7 % de los sufragios, un resultado que pulveriza cualquier aspiración de incidencia en el Congreso. El armado que prometía 20 bancas apenas consiguió ocho diputados.
Las palabras de Pullaro tras la derrota sintetizaron el desconcierto: “Hoy los santafesinos y argentinos volvimos a dejar en claro que el kirchnerismo ya no es opción”, dijo, intentando refugiarse en un discurso antiperonista. Pero la frase sonó hueca: la UCR apenas retuvo dos de las nueve bancas que Santa Fe renovaba en la Cámara baja. La coalición que integraba radicales, socialistas, el GEN y el PRO quedó desdibujada frente a un electorado que no vio en ella ni una alternativa real ni un proyecto de país. De los 19 departamentos santafesinos, La Libertad Avanza ganó en 16, Fuerza Patria en dos y Provincias Unidas apenas en uno.
Lo ocurrido en Santa Fe es la metáfora del derrumbe nacional. En Córdoba, Schiaretti volvió a confirmar su techo electoral: un caudal importante, pero insuficiente para disputar poder real. En Jujuy, el radicalismo de Morales, heredado por el gobernador Sadir, fue arrasado por los libertarios, que ganaron con el 37 %. En Corrientes, el único distrito donde el espacio logró imponerse, la diferencia con La Libertad Avanza fue mínima, apenas 7 mil votos. En la Patagonia, el panorama fue igual de desolador: Ignacio Torres, en Chubut, quedó tercero con el 20 %, y Claudio Vidal, en Santa Cruz, ni siquiera logró representación parlamentaria.
Ni en la Ciudad ni en la Provincia de Buenos Aires la historia fue diferente. En CABA, la lista de Martín Lousteau terminó cuarta con el 6 %, por debajo incluso del Frente de Izquierda. En territorio bonaerense, la boleta encabezada por Florencio Randazzo alcanzó un exiguo 2,4 %, sin siquiera superar el umbral para ingresar al Congreso. En otras provincias, como Chaco, Mendoza o San Luis, los resultados no superaron el 4 %. El “frente federal” quedó así reducido a una expresión simbólica, más útil para la foto de campaña que para disputar poder real.
La lección es clara: no alcanza con el poder territorial. Los gobernadores pueden administrar provincias, pero eso no los convierte en referentes nacionales. Su discurso careció de épica, de horizonte y de una narrativa emocional que conectara con las mayorías. Mientras Milei ofrecía la promesa de ruptura total con la “casta”, y el peronismo apelaba a la protección del tejido social ante el ajuste, Provincias Unidas se presentó como un híbrido sin identidad. No fueron la esperanza de nadie. Ni de los conservadores desencantados ni de los progresistas huérfanos.
El intento de construir un espacio “anti-grieta” terminó revelando su paradoja: los votantes no quieren un término medio, sino certezas. Y frente a la brutalidad del discurso libertario y la tradición de resistencia del peronismo, el centrismo técnico y moderado de los gobernadores se desintegró. El resultado fue un mensaje nítido: la política argentina sigue girando entre dos polos, y el electorado prefiere definirse antes que diluirse en un proyecto sin alma.
El fracaso de Provincias Unidas no solo reconfigura el mapa político; también expone la fragilidad de la dirigencia provincial como actor nacional. Los gobernadores apostaron a convertirse en árbitros del poder, pero terminaron como espectadores. Su derrota deja la mesa servida para una nueva etapa de polarización donde Milei consolida su hegemonía y el peronismo reorganiza su resistencia. En ese tablero, no hay espacio para la indefinición.
Argentina vuelve a enseñar una lección conocida: los proyectos políticos no se sostienen con estructuras, sino con relatos. Provincias Unidas tuvo intendentes, gobernadores, sellos y financiamiento, pero careció de lo esencial: una idea que convoque. Su discurso se disolvió entre la nostalgia del radicalismo y el oportunismo del marketing. Y en política, la ambigüedad se paga cara.
La elección de 2025 deja una advertencia para quienes aún sueñan con un “camino del medio”: en un país que vive entre extremos, la tibieza no seduce. Los gobernadores quisieron construir un frente racional, técnico y federal, pero olvidaron que la política es, antes que nada, emoción. Y en la Argentina de Milei, donde la pasión se convirtió en mercancía y la bronca en combustible, la razón sola no alcanza.
Fuente:
.https://www.pagina12.com.ar/869140-provincias-unidas-sufrio-una-dura-derrota-en-santa-fe





















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