Pese a las denuncias y pruebas que lo vinculan con el empresario argentino-estadounidense Federico “Fred” Machado, acusado por narcotráfico y lavado de dinero, el presidente Javier Milei decidió sostener la candidatura de José Luis Espert en la provincia de Buenos Aires, profundizando una crisis política y moral que golpea al oficialismo.
La escena política vive una semana de escándalo y desconcierto nunca antes vista. En medio de una crisis económica que golpea con fuerza a los sectores medios y populares, el gobierno de Javier Milei volvió a quedar atrapado en una trama que mezcla ambición, poder y presuntos vínculos con el narcotráfico. El protagonista: José Luis Espert, economista supuestamente liberal, diputado nacional y candidato a renovar su banca por La Libertad Avanza, señalado por haber recibido financiamiento del empresario argentino-norteamericano Federico “Fred” Machado, detenido en Estados Unidos por liderar una red internacional de narcotráfico y lavado de dinero.
El escándalo estalló cuando circularon rumores sobre una supuesta renuncia de Espert a su candidatura. Pero el propio economista se apuró a desmentirlos desde su cuenta de X (ex Twitter): “Hola Edu! No me bajo nada. Te veo el lunes en tu programa de A24. Salute!”, escribió en respuesta a Eduardo Feinmann, quien minutos antes había difundido la versión de su renuncia. Con ese mensaje breve y arrogante, Espert no solo confirmó su permanencia en la lista sino que también expuso la estrategia oficial: resistir, negar y atacar a quien cuestione.
Esa decisión fue respaldada de inmediato por el presidente Javier Milei. Pese a las crecientes sospechas y a la presión interna —incluso de su entorno más cercano—, el mandatario resolvió mantener a Espert al frente de la lista en la provincia de Buenos Aires. El gesto, interpretado como una muestra de obstinación y desafío, terminó por desnudar la fragilidad moral del proyecto libertario.
Detrás del escándalo se oculta una historia mucho más oscura. Según documentación de la fiscalía del Estado de Texas, Espert habría recibido al menos 200 mil dólares de Fred Machado, además de la utilización de un avión privado y una camioneta blindada durante su campaña de 2019. Machado no es un empresario cualquiera. Las investigaciones judiciales en Estados Unidos lo ubican como el líder de una red que, bajo la fachada de su empresa South Aviation, compraba aviones mediante registros falsos para luego usarlos en el contrabando de cocaína hacia México, Colombia y Venezuela.
La ex jefa de prensa de aquella campaña, Clara Montero Barre, desmintió a Espert cuando este aseguró no conocer a todos los aportantes. Según Montero Barre, Machado se reunió varias veces con Espert, incluso participó en discusiones estratégicas sobre la campaña. El intento de deslindar responsabilidades tampoco prosperó: José Bonacci, apoderado del partido UNITE —que integraba la alianza con Espert—, negó haber manejado los fondos. Nadie se hace cargo del dinero, pero todos coinciden en que existió.
Lejos de reconocer el conflicto ético, Espert trató de justificar el dinero recibido como un “anticipo por asesoramiento” a una mina guatemalteca propiedad del propio Machado, que también enfrenta acusaciones en Guatemala por lavado y minería ilegal. El patrón se repite: el dinero sucio se blanquea en política, y la política devuelve favores con silencio o impunidad.
Lo que resulta más grave no es solo la sospecha sobre Espert, sino la actitud del presidente. Javier Milei eligió sostenerlo en plena crisis, pese a las evidencias, los reclamos de sectores internos y la presión del PRO, su socio electoral. Incluso Mauricio Macri, con quien el mandatario mantuvo dos reuniones en Olivos durante la semana, le sugirió tomar distancia del candidato, recordando el caso de Fernando Niembro en 2015. Pero Milei decidió ignorar el consejo.
El respaldo fue explícito. El propio Milei compartió en redes el video en el que Espert intentaba despegarse de Machado, agregando un comentario insultante hacia el kirchnerismo: “El profe desmontando la inmunda y burda operación montada por el kirchnerismo. Los kirchneristas están tapados de causas de corrupción y, como todo ladrón, creen a otros de su misma condición. Fin”. En pocas líneas, el presidente transformó un caso judicial documentado en una “operación política”, una maniobra clásica del poder cuando no puede defender lo indefendible.
Esa defensa ciega tiene un costo. La imagen del gobierno se deteriora rápidamente y el escándalo deja al descubierto los límites éticos del discurso libertario. La promesa de “terminar con la casta” se diluye cuando los candidatos del oficialismo aparecen vinculados a empresarios investigados por narcotráfico. Lo que se presenta como una “revolución moral” termina siendo una reedición de los peores vicios del poder: el dinero oscuro, la mentira sistemática y el desprecio por la transparencia.
La situación de Espert no es un caso aislado. Dentro del universo libertario abundan los personajes con pasado turbio y relaciones difusas con el delito. El abogado de Espert y de Milei en varias causas judiciales, Francisco Oneto, también representa a Fred Machado. El círculo se cierra. Lo que parece una coincidencia es, en realidad, un entramado de intereses compartidos, protegido por la retórica del “anti Estado” y el culto a la impunidad.
En ese contexto, el gobierno enfrenta un escenario político cada vez más complejo. Mientras en el Congreso la oposición avanza con leyes que golpean al oficialismo —como el financiamiento universitario o la emergencia pediátrica—, la Casa Rosada pierde credibilidad. A eso se suma la tensión económica: el dólar volvió a dispararse, los bonos apenas repuntan y el Banco Central endureció controles sobre el mercado cambiario, una medida que contradice todo el discurso liberal del propio Milei. La paradoja es evidente: el gobierno que prometió “dinamitar el Banco Central” ahora lo utiliza como herramienta de control para frenar una corrida que él mismo provocó.
En medio de ese caos, Espert reapareció con su habitual soberbia. En declaraciones recientes sostuvo que el escándalo “es parte de una operación del kirchnerismo” y que “no hay nada que ocultar”. Pero la realidad lo desmiente. La documentación judicial estadounidense, las declaraciones de testigos y los antecedentes de Machado conforman un cuadro difícil de justificar. Lo preocupante es que el presidente de la Nación lo haya convalidado con su apoyo público, demostrando que su lealtad no es hacia la ética ni hacia los votantes, sino hacia su propia estructura de poder.
El caso Espert es, en definitiva, una radiografía del proyecto libertario en el poder. Un gobierno que llegó prometiendo “moralizar” la política, hoy se sostiene sobre vínculos opacos y decisiones insostenibles. Milei, que suele presentarse como un paladín de la libertad, actúa como un caudillo autoritario que protege a los suyos, sin importar las acusaciones ni la gravedad de los hechos. Esa contradicción erosiona su autoridad y exhibe las grietas de un espacio que se creyó invencible.
En el fondo, la pregunta es simple pero devastadora: ¿por qué Milei mantiene a Espert? No hay explicación política que lo justifique. Su candidatura no suma votos, aleja aliados y profundiza la crisis de confianza. Su permanencia solo se entiende como una decisión ideológica —la defensa cerrada de un “hermano libertario”— o como una muestra de temor a que un aliado caído revele lo que sabe. En ambos casos, el resultado es el mismo: un gobierno debilitado, sin norte ético y cada vez más aislado.
Mientras tanto, el país se hunde en la incertidumbre. Las promesas de cambio se diluyen entre escándalos, la economía se tambalea y los funcionarios repiten consignas vacías. En los pasillos de Olivos, algunos hablan de “resistir hasta después de las elecciones”, como si la crisis fuera solo un problema de timing y no de valores. Pero el daño ya está hecho. La imagen de Milei como “el outsider incorruptible” se derrumbó ante la evidencia de un gobierno que protege a los suyos aunque estén manchados por el narcotráfico.
En una Argentina que exige transparencia, el caso Espert representa la renuncia moral de un gobierno que llegó prometiendo limpieza y termina empantanado en el barro del poder. No hay operación que tape los hechos. No hay discurso que justifique la complicidad. Y no hay promesa de libertad que sobreviva a la sombra del dinero sucio.
Fuentes:
.https://www.pagina12.com.ar/863038-carcel-o-bala





















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