El primer candidato a diputado por La Libertad Avanza en Santa Cruz, Jairo Henoch Guzmán, reivindicó la publicación en la que exhibió una bandera LGBT+ en llamas. Lejos de retractarse, aseguró que se trató de “un tema ideológico”. El episodio revela el costado más violento del discurso libertario que, bajo la máscara de la “libertad”, legitima el odio.
El libertario Jairo Henoch Guzmán, presidente del partido La Libertad Avanza en Santa Cruz y primer candidato a diputado por ese espacio, volvió a defender una publicación en la que exhibía una bandera LGBT+ prendida fuego. “No me arrepiento, no ofendí a nadie, es un tema ideológico”, declaró ante la consulta de un medio local. La escena, que en cualquier democracia madura sería motivo de repudio transversal, se convierte en una postal inquietante del clima político que el mileísmo ha instalado en la Argentina.
La quema de una bandera que simboliza los derechos y la lucha por la igualdad de las diversidades sexuales no es un acto inocente. Es un mensaje. Un gesto de violencia política y cultural dirigido contra un colectivo históricamente vulnerado. Pero para el dirigente libertario, no fue más que una “expresión de ideas”. Lo que en su boca se presenta como “libertad” no es más que la vieja justificación del odio. Un odio que busca naturalizarse en nombre del discurso anti “corrección política”, y que pretende equiparar el derecho a la identidad con una “ideología” cuestionable.
El caso de Guzmán no es aislado. Es el reflejo de un ecosistema político en el que los discursos misóginos, racistas y homofóbicos dejaron de ser marginales para convertirse en capital electoral. Bajo la protección discursiva de la “libertad de expresión”, referentes de La Libertad Avanza ensayan una estrategia de provocación sistemática. Saben que el escándalo genera visibilidad y que la polémica se traduce en votos entre quienes sienten nostalgia de los privilegios perdidos.
Guzmán, además de dirigente partidario, fue director del PAMI en Santa Cruz durante la gestión libertaria, un cargo que debería exigir sensibilidad social y respeto por los derechos humanos. Sin embargo, su reacción ante la crítica demuestra lo contrario: una indiferencia peligrosa frente al daño simbólico y real que provocan los discursos de odio. No es una opinión más. Es un funcionario público que reivindica la quema de un símbolo de inclusión. Y que lo hace desde un partido que hoy gobierna la Argentina.
Resulta alarmante que este tipo de expresiones no sean repudiadas por la conducción nacional de La Libertad Avanza. Nadie, ni Javier Milei ni los principales voceros del espacio, se pronunció para desmarcarse. El silencio se transforma así en complicidad. Un aval implícito a una forma de hacer política que desprecia la diversidad y promueve la exclusión.
Lo más grave es que este tipo de gestos son funcionales a un proyecto cultural más amplio: reinstalar la idea de que hay ciudadanos de primera y de segunda. Que la orientación sexual o la identidad de género pueden ser motivo de burla, de desprecio o de castigo. Y que quienes luchan por la igualdad son “ideólogos” a los que hay que enfrentar con “valentía”. Es el mismo razonamiento que justificó durante décadas la violencia institucional contra las minorías, y que hoy resurge con ropaje de rebeldía libertaria.
El avance de estos discursos no es casual. Desde que Javier Milei llegó al poder, el Estado se ha replegado en materia de políticas de género y diversidad. Se desmantelaron programas, se desfinanciaron áreas y se promovió un relato donde toda demanda de reconocimiento es presentada como “adoctrinamiento”. Guzmán no es una excepción: es el producto coherente de un gobierno que legitima la intolerancia mientras recorta derechos.
A diferencia de lo que pretende instalar, la libertad no consiste en imponer el desprecio propio al otro. La libertad no es prender fuego los símbolos de quienes piensan distinto. La libertad no es la violencia simbólica ni la humillación pública. Cuando un dirigente político quema una bandera de un colectivo minoritario, no está “expresando una idea”: está marcando un enemigo.
Detrás de ese fuego hay un mensaje que excede lo personal. Es la traducción política del odio como método, de la intolerancia como bandera y del autoritarismo emocional que el mileísmo ha elevado a virtud. Guzmán se ampara en la “ideología” para justificar lo injustificable. Pero lo que en realidad hace es reafirmar el modelo de país que propone su espacio: uno donde las diferencias no se celebran, se eliminan.
Argentina, que fue pionera en la ampliación de derechos con leyes como la de matrimonio igualitario y la de identidad de género, atraviesa hoy un retroceso cultural sin precedentes. El hecho de que un candidato a diputado se sienta orgulloso de un acto de odio y que nadie en su partido lo cuestione muestra hasta qué punto se ha naturalizado la violencia simbólica.
El gesto de Guzmán es más que un posteo: es un síntoma. La demostración de que los discursos de odio han dejado de ser un límite para transformarse en estrategia electoral. Y la confirmación de que, bajo el gobierno de Javier Milei, la palabra “libertad” ha sido vaciada de su contenido ético para convertirse en un escudo del odio.
Fuentes:
Página|12 – “El candidato libertario por Santa Cruz defiende su posteo de una bandera LGBT+ quemada”
https://www.pagina12.com.ar
El candidato de Milei que celebra el odio: defiende haber quemado una bandera LGBT+



















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