Mientras el Gobierno abandona al hospital pediátrico más importante del país, reflota el tren de campaña sanitaria que el peronismo usó en 2021. El gobierno de Javier Milei desempolva el tren sanitario «Ramón Carrillo» —símbolo de políticas de salud itinerante impulsadas por gestiones peronistas— en pleno vaciamiento del Hospital Garrahan. Una puesta en escena de campaña disfrazada de Estado presente, mientras los profesionales de la salud huyen por falta de recursos y dignidad laboral.
A veces el cinismo político no se disimula. Se exhibe, se ostenta, se transforma en bandera. Mientras más de un centenar de trabajadores abandonan el Hospital Garrahan, hartos del deterioro, del desprecio institucional y del ahogo presupuestario, Karina Milei —la autoproclamada “Jefa” sin cargo formal pero con poder real— decide reflotar una estructura sanitaria móvil que no es nueva, ni revolucionaria, ni mucho menos libertaria. Es el mismo tren que el peronismo utilizó durante años como símbolo de presencia territorial y políticas públicas de salud descentralizadas.
Se trata del tren sanitario «Ramón Carrillo», bautizado en honor al histórico ministro de Salud de Juan Domingo Perón. La formación, que incluye oficinas de ANSES, RENAPER, consultorios médicos y servicios oftalmológicos y odontológicos, se despliega por las provincias con el lema de acercar el Estado a las zonas más relegadas. Pero ahora lo hace bajo el sello de La Libertad Avanza, ese espacio político que prometió dinamitar al Estado desde sus cimientos. Y lo hace mientras simultáneamente desmantela uno de los bastiones más emblemáticos de la salud pública argentina: el Garrahan.
El operativo tiene un claro rostro visible: Romina Diez, diputada nacional por Santa Fe y delegada de Karina Milei en la provincia. Desde Rosario, la legisladora grabó un video entre sonrisas y efusividad marketinera. “Cuando Javier Milei defiende a capa y espada el superávit fiscal, está defendiendo estas acciones”, declara con una seguridad tan insultante como desacoplada de la realidad. Y remata con un beso para Sandra Pettovello, ministra de Capital Humano y autora intelectual de este nuevo uso electoral de un dispositivo sanitario estatal.
Pero detrás del maquillaje de gestión y las frases de libreto libertario, la verdad es brutal: mientras montan un circo ambulante para filmar spots de campaña, más de cien profesionales de la salud renuncian al Hospital Garrahan. El vaciamiento es real. Los pasillos se vacían no por falta de pacientes sino por falta de recursos, por salarios congelados, por condiciones laborales indignas. No hay tren que compense el abandono de uno de los centros pediátricos más prestigiosos de América Latina.
El gesto de reactivar el tren sanitario en este contexto no puede leerse como casual. Es una provocación. Una burla. Y también una señal de desesperación política. Porque ese tren no nació del ideario libertario ni de las filas de los defensores del ajuste. Fue una creación del peronismo, más específicamente reimpulsada en 2021 por el entonces ministro de Transporte del gobierno de Alberto Fernández, en plena pandemia. Se convirtió en vacunatorio móvil, en laboratorio de detección de COVID, en presencia estatal frente a la emergencia. No fue perfecto. Pero fue útil. Y sobre todo, coherente con una visión de la salud como derecho y no como gasto.
Karina Milei y su troupe lo reutilizan ahora sin ruborizarse, como si la memoria colectiva fuera un terreno baldío que puede reescribirse a voluntad. Como si el mismo tren no hubiera sido denostado por su espacio político cuando el peronismo lo gestionaba. La jugada es clara: apropiarse de una herramienta de visibilidad territorial y convertirla en una postal de campaña. Pero el truco no es nuevo, y tampoco funciona tan bien como creen. Porque mientras pintan vagones y reparten turnos en pueblos olvidados, la realidad los alcanza: no hay tren que pueda tapar la hemorragia que sufre el sistema de salud pública.
La narrativa libertaria, obsesionada con el «gasto público», el «déficit cero» y la «eficiencia de mercado», se vuelve insostenible cuando se contrasta con la evidencia. ¿Cómo se justifica mantener operativa una formación de doce vagones —con médicos, equipos técnicos, personal administrativo y recursos móviles— mientras se recorta el presupuesto hospitalario al punto de dejar a niños sin atención? ¿Cómo sostener el relato del recorte heroico mientras se invierte en marketing disfrazado de salud?
Romina Diez intenta zanjar la contradicción con una frase reciclada: “estos operativos no te los muestran los medios tradicionales”. Copian hasta el archivo discursivo de la realidad peronista, ahora reciclada por quienes se jactan de combatir «la casta» pero no dudan en usar sus herramientas cuando les conviene. No se trata solo de hipocresía, sino de una puesta en escena en donde la comunicación política vale más que las políticas en sí.
Y en el fondo, eso es lo más preocupante: el gobierno de Javier Milei está convirtiendo el Estado en un decorado. En una fachada. En una serie de gestos vacíos pensados más para las redes sociales que para la ciudadanía real. El tren sanitario no es una política de Estado: es un spot en movimiento. Es humo sobre rieles.
Mientras tanto, las consecuencias del ajuste se sienten con crudeza. En los hospitales, en los consultorios, en los pasillos donde los médicos hacen malabares para sostener guardias mínimas. El éxodo del personal del Garrahan no es una anécdota: es una alarma. Un grito que debería estremecer a cualquier funcionario con un mínimo de sensibilidad social.
Pero la sensibilidad no cotiza en la lógica libertaria. Cotiza el superávit. Cotiza el recorte. Cotiza el relato de la eficiencia, aunque sea sobre las ruinas de derechos fundamentales. El gobierno de Milei no solo recorta: desmantela. No solo ajusta: reinterpreta la historia y la usa como decorado para su propia campaña. Y en ese camino, no duda en vaciar lo esencial para maquillar lo accesorio.
Por eso el retorno del tren sanitario bajo esta gestión no puede leerse como un acto de gestión virtuosa, sino como un monumento al cinismo. Un tren que corre por las vías del marketing, mientras los hospitales mueren por inanición presupuestaria. Y todo con el rostro sonriente de una diputada que, entre besos y frases vacías, celebra que «este es el mejor gobierno de la historia».
La historia —la real— sabrá juzgar con más dureza.
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