Ajmechet se victimiza, pero nunca pidió perdón: la diputada libertaria que quiso borrar Malvinas de la historia

Ajmechet Burlich
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En una entrevista radial, Sabrina Ajmechet volvió a justificarse por los tuits en los que pedía eliminar el feriado del 2 de abril. “Me juzgan por cosas que escribí hace diez años”, dijo. Tenía 35, no 15. Y nunca pidió perdón. Su negacionismo, hoy convertido en doctrina de gobierno, revela el ADN colonial y antipatria que atraviesa al mileísmo.

La diputada nacional Sabrina Ajmechet, una de las voces más visibles del espacio libertario, volvió a escena con una estrategia repetida: la de la víctima incomprendida. En una entrevista concedida a Radio Rivadavia, lamentó que “la juzguen por unos tuits de hace diez años”. Pero lo que Ajmechet llama “tuits viejos” no son simples opiniones del pasado: son confesiones ideológicas que hoy se traducen en políticas concretas de desmemoria y entrega nacional.

En 2014, cuando ya tenía 35 años —una edad donde las convicciones pesan más que las ocurrencias—, escribió en X (entonces Twitter):

“Ojalá pronto el 2 de abril sea simplemente el 2 de abril, un día que la gente va a trabajar y los chicos al colegio.”

El mensaje, recuperado por Walter Onorato en EnOrsai, no fue una anécdota ni un exabrupto. Fue una declaración programática: borrar del calendario el Día del Veterano y de los Caídos en la Guerra de Malvinas, relativizar el dolor colectivo y despreciar los símbolos que sostienen la identidad argentina.

Y lo más grave es que, a diferencia de lo que haría cualquier representante verdaderamente arrepentido, Ajmechet no pidió perdón. No se retractó. No reflexionó. Solo buscó compasión mediática, amparándose en la excusa del tiempo: “hace diez años”. Pero el tiempo no borra la ideología; apenas la perfecciona.

Ajmechet se presenta con orgullo como “doctora en historia”. Sin embargo, cada una de sus declaraciones parece escrita desde la negación de su propia disciplina. El conflicto de Malvinas no puede reducirse a un feriado ni a un capricho nacionalista: es un reclamo de soberanía reconocido por las Naciones Unidas, una herida abierta que forma parte de la memoria democrática y del consenso histórico argentino.

Cuando Ajmechet dice que el 2 de abril debería ser “un día más”, lo que propone en realidad es una operación cultural: despojar a la historia de su contenido político y simbólico. Es la pedagogía de la antipatria.

El problema no es el pasado, sino el presente. Porque aquello que en 2014 parecía una provocación aislada hoy se ha convertido en política oficial. El gobierno de Javier Milei —del cual Ajmechet es parte y vocera— practica a diario la misma lógica: desfinanciar la educación pública, recortar la cultura, eliminar feriados conmemorativos, atacar la memoria y militar el negacionismo histórico.

En ese contexto, las palabras de Ajmechet no son “errores juveniles”, sino síntomas de una ideología coherente con el poder que hoy ostenta. Una ideología que desprecia la soberanía, celebra la subordinación al capital extranjero y considera que recordar a los héroes de Malvinas es un gasto improductivo.

La frase “queremos ser colonia” que ella misma escribió en otro tuit resume el espíritu de una generación política que no cree en la independencia nacional ni en el valor de lo colectivo.

El Día del Veterano y de los Caídos en la Guerra de Malvinas no es un simple feriado. Es una jornada de duelo, memoria y justicia. Cada año, miles de argentinos recuerdan a los jóvenes que fueron enviados a luchar en condiciones inhumanas, muchos de los cuales murieron en el frente o luego, víctimas del abandono estatal.

Pretender “normalizar” ese día —como propone Ajmechet— no solo es una ofensa a los veteranos y sus familias, sino un intento deliberado de vaciar la memoria nacional. Y hacerlo desde una banca del Congreso es aún más grave: significa institucionalizar el olvido.

Ajmechet no está sola. Su discurso es funcional a un proyecto más amplio: el del mileísmo, que busca destruir todos los consensos históricos de la democracia argentina. El negacionismo no es un error de comunicación, sino una herramienta política. Sirve para deslegitimar las luchas por la memoria, los derechos humanos y la soberanía.

Así como Milei reivindica a Margaret Thatcher —responsable directa de la masacre de jóvenes argentinos en 1982—, su diputada estrella desprecia el feriado que recuerda a las víctimas de esa guerra. No es incoherencia: es coherencia ideológica.

En ningún momento, durante su entrevista en Radio Rivadavia, Sabrina Ajmechet expresó arrepentimiento. No dijo “me equivoqué”, ni “les pido perdón a los veteranos”, ni “hoy pienso distinto”. Solo habló de sí misma, de su incomodidad por ser criticada, de la “injusticia” de que le recuerden sus propias palabras.

Pero las palabras importan. Y más aún cuando provienen de una funcionaria pública. Un tuit puede ser un espejo. Y el de Ajmechet refleja exactamente lo que el oficialismo libertario es: una elite que desprecia al pueblo, niega la historia y pretende borrar cualquier símbolo que no cotice en la bolsa.

Olvidar el tuit de Ajmechet sería aceptar su deseo: que el 2 de abril “sea un día cualquiera”. Recordarlo, en cambio, es un acto de resistencia. Es afirmar que la memoria no se negocia, que la soberanía no se terceriza y que las Malvinas —más allá de la guerra— siguen siendo una causa de todos los argentinos.

El negacionismo libertario no tiene límites. Y Sabrina Ajmechet es su cara más académica, más elegante, pero igual de peligrosa. Porque detrás del lenguaje académico se esconde el mismo mensaje que ya escuchamos demasiadas veces: el de quienes, desde el poder, quieren convencernos de que recordar es inútil.

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