Mientras lanza misiles y viola flagrantemente el derecho internacional, nadie propone sanciones, bloqueos o aislamientos contra Washington. ¿Será que bombardear desde el norte tiene un permiso especial?
Una vez más, Estados Unidos bombardea territorio soberano sin autorización de la ONU ni respaldo internacional. Pero a diferencia de otros países, no sufre bloqueos económicos, no lo expulsan del FMI ni le congelan activos. Parece que en el juego geopolítico global, ser potencia imperial te convierte en juez, jurado y verdugo… sin consecuencias.
Estados Unidos volvió a hacer lo que mejor sabe hacer: lanzar misiles. Esta vez fue contra territorio iraní, en un operativo militar ejecutado sin aval del Consejo de Seguridad, sin consenso internacional y, por supuesto, sin una pizca de autocrítica. Pero más allá del estruendo de los misiles, lo que verdaderamente sorprende es el silencio ensordecedor de la «comunidad internacional».
Porque claro, cuando un país periférico intenta defenderse o siquiera insinuar una soberanía incómoda, ahí llueven las condenas, se activan los bloqueos, y aparecen informes de la OEA, la ONU, la OTAN y hasta del Club de Jardineros Democráticos del Hemisferio Occidental.
Pero si la que ataca es la Casa Blanca, entonces todo parece encajar dentro de esa mágica categoría de «acción defensiva preventiva por la paz global». O algo así. Ya lo decía Orwell: «La guerra es paz, la libertad es esclavitud y la ignorancia es fuerza». Washington lo entendió todo.
¿Y el bloqueo para cuándo?
Pongamos el ejercicio inverso. Imaginemos por un momento que Irán lanza un ataque contra una base militar estadounidense en Qatar. ¿Qué sucedería? La maquinaria mediática global se pondría en marcha, los tanques analíticos pedirían intervención urgente, y hasta Netflix prepararía una docuserie en tiempo real.
¿Y qué hay del derecho internacional? Bien, gracias. Parece que ese manual de reglas solo aplica para los países del sur global. Si lo viola Estados Unidos, entonces no pasa nada. No hay congelamiento de fondos, no hay sanciones a empresas norteamericanas, no hay bloqueo del sistema SWIFT, no se cancela la venta de iPhones ni se impide el acceso a Hollywood. Ni una molestia, ni un mal gesto. De hecho, hay quienes aplauden desde Bruselas, otros callan desde Londres, y algunos se hacen los dormidos desde Berlín.
Una moral con GPS
El doble estándar ya es marca registrada. Lo que está mal en Moscú, Caracas o Teherán, parece aceptable en Washington. El «orden internacional basado en reglas» se parece más a un código de tránsito para bicicletas: obligatorio para algunos, optativo para los que manejan tanques.
Ni hablar si alguien propone un bloqueo económico a Estados Unidos por violar la soberanía de otro Estado. Esa idea provocaría risas en Wall Street y ataques de ansiedad en Davos. Porque al parecer, los bloqueos son solo para disciplinar a países rebeldes, no para frenar potencias armadas hasta los dientes.
Conclusión: la impunidad de siempre
La pregunta incómoda queda flotando: ¿por qué no se bloquea a Estados Unidos? ¿Por qué no se lo aísla diplomáticamente? ¿Por qué no hay una condena explícita, uniforme y generalizada de la comunidad internacional?
Quizás porque Estados Unidos no forma parte del mundo. Al menos no del mundo que debe acatar las reglas. Washington juega en una liga aparte, donde el tablero lo diseña, las piezas las mueve y el árbitro lo nombra.
Y mientras tanto, Irán —el «enemigo eterno» de turno— vuelve a ser el blanco de la impunidad global. Una película repetida. Con el mismo villano, el mismo guion… y el mismo silencio.
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Estados Unidos ataca a Irán y… nadie propone sanciones, bloqueos o aislamientos contra Washington?

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