Tras semanas de maniobras, presiones y un silencio que se volvió insostenible, Donald Trump dio marcha atrás y habilitó la votación para difundir los expedientes del caso Epstein. La decisión dejó expuestas fisuras dentro del Partido Republicano, reveló temores en la Casa Blanca y volvió a colocar la lupa sobre una trama de poder, impunidad y complicidades que sacude a Washington desde hace más de una década. El avance legislativo abre un nuevo capítulo en una de las causas más oscuras del sistema político estadounidense.
La aprobación de la Ley de Transparencia de los Archivos Epstein en la Cámara de Representantes de Estados Unidos no solo representa un triunfo para las más de mil presuntas víctimas del magnate caído en desgracia. También deja al desnudo la compleja red de intereses políticos que rodea el caso. La votación fue casi unánime y se produjo luego de que Donald Trump levantara su veto informal, una decisión que llegó tras semanas de maniobras, presiones internas y un evidente desgaste político.
Epstein, un magnate financiero con conexiones de alto nivel, se suicidó en prisión en agosto de 2019, antes de enfrentar un juicio federal por explotación sexual de menores. Sin embargo, su muerte no cerró la causa: por el contrario, la multiplicidad de víctimas, la lista de involucrados y el historial de silencios institucionales convirtieron su nombre en un símbolo de la impunidad de las élites económicas y políticas estadounidenses. Cada documento que ahora podría salir a la luz no solo detalla el funcionamiento de su red de abuso, sino también los vínculos con personalidades que, hasta hoy, evitan responder preguntas incómodas.
El giro de Trump, que hasta el fin de semana presionaba para impedir la publicación, tomó a muchos por sorpresa. La resistencia del expresidente había generado un murmullo incómodo en Washington: ¿a qué le temía exactamente? La sospecha se alimentó cuando se conocieron correos electrónicos en los que Epstein mencionaba explícitamente al propio Trump, insinuando que “sabía sobre las chicas” y que “pasó horas” con una de las víctimas en su casa. Aunque el mandatario insiste en que no sabía nada y no enfrenta investigación judicial alguna, su marcha atrás reveló una interna que golpea al Partido Republicano.
La fisura quedó expuesta cuando un centenar de legisladores de su propio espacio daban señales de estar dispuestos a desafiarlo. Para un líder que construyó su narrativa en torno a la disciplina partidaria y la lealtad inquebrantable, ese escenario era un costo político demasiado alto. A eso se sumó un dato crucial: mantener el bloqueo era indefendible. El caso Epstein no es una cuestión periférica sino una demanda social profunda, ligada al derecho a la verdad, a la protección de menores y al escrutinio democrático del poder.
La presión no solo venía de los demócratas. Incluso dentro del sector ultraconservador aparecieron voces disonantes. Marjorie Taylor Greene, una figura de peso en el ala MAGA, aseguró públicamente que su ruptura con Trump se debía directamente a la maniobra sobre los archivos. Aunque Greene no está exenta de controversias, su declaración dejó en claro que el costo interno del presidente se estaba disparando. La Casa Blanca enfrentó un dilema: resistir y generar un cisma dentro del partido, o recular y admitir que la estrategia de silencio se había vuelto insostenible.
La votación en la Cámara Baja cambió el clima político. Ahora el proyecto irá al Senado, donde se espera un camino más fluido: rechazarlo sería políticamente tóxico, y Trump ya prometió que no vetará la medida si llega a su escritorio. Sin embargo, su compromiso no calma del todo las sospechas. Victimas como Haley Robson lo expresaron con crudeza: “Estoy traumatizada, pero no soy estúpida”. Su frase sintetiza el sentimiento de quienes ven en estos documentos una pieza clave para reconstruir los hechos, pero también una prueba del poder que Epstein mantuvo incluso después de muerto.
La ley obliga al Departamento de Justicia a publicar todo material no clasificado. Sin embargo, la agencia puede retener aquello que “ponga en peligro una investigación federal en curso”, un margen de discrecionalidad que podría abrir una nueva discusión en los próximos meses. La orden de Trump, ampliamente criticada, de investigar los vínculos de Epstein con figuras demócratas agrega una capa de tensión: la publicación de archivos podría ser utilizada como arma política, algo que despierta dudas tanto en republicanos como en demócratas.
En paralelo, el caso ya provocó consecuencias en figuras destacadas del establishment. Larry Summers, exsecretario del Tesoro y exrector de Harvard, anunció su retiro de la vida pública tras la publicación de correos que revelan una relación cercana con Epstein. El episodio muestra cómo la causa funciona como una caja de Pandora: ningún actor político o económico con vínculos pasados con el magnate se siente completamente a salvo.
Epstein y Trump fueron cercanos en los años 80, cuando ambos brillaban en el universo empresarial de Nueva York. Su distanciamiento a principios de los 2000 nunca fue del todo claro, y ese es precisamente el tipo de vacío que la publicación de archivos podría empezar a explicar. En un país donde la división política ya es profunda, el caso vuelve a encender debates sobre transparencia, responsabilidad y el blindaje de privilegios que rodeó al financista durante décadas.
La expectativa es enorme. Las víctimas exigen verdad; los legisladores buscan cerrar un capítulo incómodo; los asesores de Trump intentan controlar el daño; los medios preparan sus análisis en un clima de tensión creciente. Todo esto ocurre en un contexto global donde las democracias enfrentan cuestionamientos serios y donde gobiernos como el de Javier Milei, que promueven un modelo de alineamiento automático con Estados Unidos, miran hacia Washington como brújula política. Es inevitable preguntarse qué impactos tendrá este movimiento en la narrativa internacional sobre transparencia institucional, un concepto que el libertarismo de Milei invoca en discursos pero aplica con una selectividad evidente, especialmente en temas que comprometen a su propio entorno.
La publicación de los archivos Epstein no solo es un acto legislativo: es una prueba de fuego sobre cuánto está dispuesto el poder estadounidense a exponerse a sí mismo. Las víctimas llevan años esperando. La sociedad reclama respuestas. Y el mundo observa de cerca cómo una de las tramas más turbias de la política norteamericana da un paso hacia una verdad incómoda que, por décadas, muchos prefirieron evitar.
El Congreso estadounidense aprobó por amplia mayoría publicar los archivos del magnate y delincuente sexual Jeffrey Epstein
























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