En plena Exposición Rural de Palermo, Javier Milei enfrentó al campo con la misma crudeza con la que maneja la economía: no habrá baja de retenciones por ahora. Mientras las entidades agropecuarias valoran el gesto de diálogo, el malestar crece y asoma el riesgo de un divorcio político y económico entre el Gobierno y un sector clave para la generación de divisas.
No hubo rodeos ni frases ambiguas. Javier Milei, fiel a su estilo brutalmente sincero, le dijo a la Mesa de Enlace que no hay plata para bajar retenciones. Y ahí, sobre el polvo de la pista central de la Exposición Rural de Palermo, se terminó de sellar una verdad incómoda: el campo, que tanto ayudó a sostener la economía argentina con dólares frescos y superávits comerciales, vuelve a quedar atrapado en la encrucijada fiscal de un Gobierno que se jacta de su motosierra pero que no logra encontrar la llave para destrabar uno de los impuestos más distorsivos y odiados por el agro.
Marcos Pereda, vicepresidente de la Sociedad Rural Argentina, lo blanqueó sin vueltas tras la reunión: “Milei nos dijo que no hay espacio para bajar nada”. Su frase retumba con la sequedad de quien sabe que el sueño libertario de barrer impuestos choca de frente con un Excel que no cierra. Porque el ajuste no es solo contra el Estado bobo que Milei tanto denuesta; también es un boomerang que está dejando a productores, sobre todo a los chicos y medianos, peleando por sobrevivir con cuentas en rojo, insumos carísimos y un mercado interno casi paralizado.
Es cierto: el presidente hizo algo que muchos otros mandatarios no habían hecho. Se sentó cara a cara con la Mesa de Enlace en la antesala de la Muestra Rural, un gesto político que Lucas Magnano, de CONINAGRO, destacó como positivo. Pero hasta ahí llega el mérito. El diálogo, sin decisiones concretas, corre el riesgo de convertirse en un saludo protocolar para la foto. Y el campo lo sabe. Saben que si no hay señales claras, las bases se van a calentar y la presión por medidas más drásticas —tractorazos, protestas, paros— puede volver a escena.
La paradoja es feroz: Milei, el presidente que llegó a la Rosada prometiendo liberar al mercado de las cadenas estatales, termina confesando que no hay recursos para liberar al campo del yugo impositivo. Y las patronales agropecuarias no están dispuestas a tragarse la pastilla sin protestar. “Vamos a seguir insistiendo porque la producción que podemos darle al país es la que necesita para salir adelante”, advirtió Pereda. Una frase que suena a advertencia más que a simple declaración de principios.
Mientras tanto, en el aire flota otra preocupación. José Luis Volando, vicepresidente de Federación Agraria Argentina, lo expresó con claridad: el drama del campo no se limita a las retenciones. Hay un entramado de problemas estructurales que se siguen acumulando como capas de sedimento en el fondo de un río cada vez más difícil de navegar. El crédito escasea, la agricultura familiar se asfixia, y los costos productivos no paran de escalar mientras los ingresos se licúan. “Hay que reconocer que el presidente no es de reunirse con las organizaciones, así sea la Unión Industrial, la CGT o lo que fuera, por lo cual tenemos que aprovechar esta posibilidad”, admitió Volando, casi con resignación, como si supiera que ese mano a mano con Milei podía ser la única ventanita para contarle en primera persona lo que está pasando tierra adentro, lejos de los brillos de la City porteña.
Es ahí donde late el verdadero drama: Milei, un presidente que se mueve como pez en el agua entre tecnicismos económicos y auditorías fiscales, parece aún ajeno a la realidad cruda que atraviesan las rutas argentinas. Volando lo dijo sin eufemismos: el interior profundo vive un drama que no siempre llega a la Casa Rosada, porque “cuando va al interior va a lugares muy focalizados”. Dicho en criollo, el presidente camina por zonas “vips”, pero no se mancha las botas en los campos anegados ni charla con el pequeño productor que se endeudó para comprar gasoil.
La fotografía que dejó la reunión en Palermo es la de un Gobierno encerrado en un corsé fiscal que no logra destrabar ni con toda la fe libertaria. Milei necesita los dólares del campo, pero no puede soltar las retenciones porque el agujero fiscal es monumental. El campo, por su parte, necesita señales concretas, porque la paciencia tiene un límite y la bronca se cocina a fuego lento, pero constante.
Lucas Magnano contó que se habló, incluso, de las últimas medidas que afectaron al INTI y al INTA, dos organismos clave para la investigación y el desarrollo tecnológico en el agro. Otra línea roja que empieza a preocupar a los dirigentes: porque sin innovación, sin genética de punta, sin transferencia tecnológica, la competitividad del campo argentino se licua frente a Brasil, Paraguay o Uruguay, que vienen empujando con políticas más previsibles y menos manotazos fiscales.
La promesa de que las reuniones serán “más continuas”, como celebró Carlos Castagnani de CRA, suena bien. Pero el campo aprendió a desconfiar. Demasiados gobiernos prometieron diálogo mientras las retenciones seguían drenando el esfuerzo de miles de productores. Y la sensación en Palermo fue, otra vez, la de una verdad incómoda: el Gobierno de Milei se choca con sus propias limitaciones económicas, y lo que para el presidente es una ecuación fiscal, para el campo es un grillete que estrangula las posibilidades de crecer y generar riqueza.
“Está todo bastante parado”, resumió Volando en Splendid AM 990. Una frase que es más que un diagnóstico económico: es un lamento, casi un susurro de desesperanza, de un sector que siente que siempre termina poniendo el hombro, pero nunca recibe el alivio que le prometen. Porque, aunque parezca mentira, la motosierra libertaria también corta del lado del agro. Y en la pista de Palermo, entre aplausos y relinchos, se terminó de confirmar que, por ahora, las retenciones siguen vivitas y coleando.
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