El gigante financiero estadounidense Fiserv perdió más de 29.000 millones de dólares en una jornada y señaló a la “dependencia económica” de la Argentina como una de las causas del colapso. El deterioro del contexto local, la salida del cepo y las políticas de Javier Milei revelan un impacto global que contradice el relato del “orden macroeconómico”.
Mientras el Gobierno celebra supuestas mejoras en los indicadores y repite que el ajuste “ya dio resultados”, el mercado internacional envía señales opuestas: una de las empresas más grandes del mundo en tecnología financiera reconoció que su exposición a la economía argentina fue determinante en una pérdida bursátil sin precedentes. El caso Fiserv exhibe con crudeza el costo del experimento libertario y cómo la inestabilidad local amenaza incluso a los gigantes globales del capital.
El desplome de Fiserv fue tan abrupto como el desconcierto que provocó en los mercados. En apenas una jornada, la multinacional estadounidense líder en tecnología financiera y procesamiento de pagos perdió más del 40% de su valor, una caída equivalente a 29.000 millones de dólares. No se trata de una firma menor: Fiserv es una de las principales proveedoras de infraestructura digital para bancos y comercios en todo el mundo, con presencia en más de cien países. Pero en su más reciente informe ante los inversores, el propio CEO de la compañía, Mike Lyons, apuntó a la Argentina como una de las causas principales de su derrumbe financiero.
En su declaración, Lyons reconoció que el desempeño actual “no está donde queremos que esté ni donde nuestros accionistas esperan que esté”. Y al explicar las razones del colapso, señaló sin rodeos que la empresa tiene una “fuerte dependencia” de la economía argentina. En otras palabras, el destino de Fiserv estuvo atado a los vaivenes del país que hoy conduce Javier Milei, un gobierno que prometió “ordenar la macroeconomía” pero que, en la práctica, profundizó la volatilidad y la desconfianza.
El informe detalla que el deterioro del entorno económico argentino durante 2025 fue determinante para la desaceleración del crecimiento y la decepción en los márgenes de ganancia. Entre los factores señalados aparece la depreciación del peso luego de la salida del cepo cambiario, una decisión celebrada por el Ejecutivo como símbolo de “libertad económica” pero que, en los hechos, desató una ola de inestabilidad. La liberalización abrupta del tipo de cambio disparó los costos internos y erosionó los beneficios que las empresas extranjeras obtenían de las distorsiones financieras locales.
Paradójicamente, el propio Financial Times —citado en el informe— reconoció que Fiserv se había beneficiado “ampliamente de las altas tasas de interés y la inflación de Argentina”, que bajo Milei “han sido contenidas”. Esa afirmación, lejos de ser una señal de éxito, deja al descubierto una contradicción estructural: el modelo financiero que el gobierno argentino presenta como “ordenado” solo era rentable para los grandes actores cuando existía una inflación descontrolada. La aparente estabilidad actual, obtenida a fuerza de recesión y caída del consumo, golpea ahora a las mismas multinacionales que se beneficiaron de la especulación.
Durante 2023 y 2024, Fiserv había registrado crecimientos descomunales en su negocio de anticipos en Argentina: 257% en el primer año y 329% en el segundo. Esas cifras, que en su momento se vendieron como ejemplos del “éxito financiero del Mileísmo”, eran en realidad el resultado de un contexto inflacionario extremo y de tasas de interés que superaban el 150%. La economía real se derrumbaba, pero los flujos especulativos inflaban las ganancias en dólares de compañías extranjeras. Al desaparecer ese combustible, el espejismo se desmoronó.
El propio Lyons intentó calmar a los inversores señalando que, excluyendo a la Argentina, el crecimiento orgánico global de la empresa se mantuvo en 3,7%. Pero el daño ya estaba hecho: el mercado interpretó que la excesiva dependencia de un país inestable, gobernado por un economista que juega a la ruleta con la política monetaria, es un riesgo demasiado alto. En sus palabras, “la tasa de crecimiento orgánico de Argentina es del 56%, lo que suma aproximadamente 2 puntos porcentuales al crecimiento total de la compañía, que apenas supera el 5%”. Es decir, sin Argentina, Fiserv apenas crece. Con Argentina, se expone a una montaña rusa financiera.
El ajuste fue inmediato. En su última proyección, la empresa revisó a la baja su expectativa de crecimiento global para 2025: del 10% originalmente previsto a un rango entre 3,5% y 4%. Y atribuyó esa corrección, de manera explícita, a las “condiciones económicas argentinas”. Lyons explicó que, al asumir como CEO, revisó “las expectativas elevadas” que su predecesor había fijado en función del contexto de 2023 y 2024 —cuando la inflación local era fuente de rentabilidad— y que ahora, con una política económica más restrictiva, el panorama debía “reflejar de manera más realista lo que es alcanzable”.
En otras palabras, la Argentina pasó de ser un paraíso de la renta financiera a un lastre para los balances globales. Milei, que prometía convertir al país en un polo de atracción de inversiones, terminó siendo un factor de riesgo que asusta a los inversores internacionales. La caída de Fiserv funciona como síntoma de un fenómeno más amplio: la pérdida de confianza del capital global en un experimento económico que combina dogmatismo ideológico, desprotección social y un mercado interno devastado.
No es la primera vez que un gobierno argentino se presenta ante Wall Street como “garante de estabilidad” mientras hunde al país en la recesión. Pero lo de Milei tiene un agravante: su política de ajuste extremo no solo pulveriza salarios y derechos, sino que también pone en jaque los propios flujos de capital que pretende atraer. La economía real, sin consumo ni crédito, se convierte en un terreno estéril incluso para las corporaciones financieras.
El caso Fiserv expone la fragilidad de un modelo que apuesta todo a la ortodoxia. La idea de que “bajar la inflación” basta para restablecer la confianza se revela insuficiente cuando el costo social y productivo es tan alto que el propio mercado comienza a desconfiar de su sostenibilidad. Las empresas multinacionales que se beneficiaron del cortoplacismo ahora enfrentan pérdidas colosales por haber apostado a un esquema que se derrumba ante la primera señal de desaceleración.
La caída de 29.000 millones de dólares en el valor bursátil de Fiserv no es un dato anecdótico: es una advertencia. La Argentina, presentada por el gobierno como ejemplo de “liberalización exitosa”, se convierte, en la visión de los mercados internacionales, en una fuente de incertidumbre. Y si una empresa con presencia global puede ver comprometida casi la mitad de su valor por su exposición a la economía local, ¿Qué puede esperarse de los actores más pequeños, sin espaldas ni diversificación?
Lyons cerró su comunicado con una frase que resume la paradoja del momento: “Nuestros resultados del tercer trimestre y las proyecciones preliminares para 2026 reflejan ahora las condiciones actuales en Argentina”. Lo que intenta sonar como prudencia es, en realidad, un reconocimiento del fracaso de un experimento que prometía milagros económicos. La “dependencia argentina” que Fiserv menciona no es un accidente: es la consecuencia directa de un modelo financiero que ató su rentabilidad a la especulación, y que hoy sufre los efectos del ajuste, la recesión y la caída de la demanda.
La lección que deja el desplome es clara. No hay capitalismo de casino que resista a la destrucción sistemática del mercado interno. El modelo Milei, sostenido sobre la promesa de atraer inversiones y generar confianza, empieza a mostrar su verdadero rostro: una economía convertida en laboratorio ideológico, donde ni los ganadores del sistema logran escapar al colapso que ayudaron a construir.
FUENTES:
Agencia Noticias Argentinas – “Una multinacional cayó más del 40 por ciento y acusó a la Argentina”
https://noticiasargentinas.com/politica/una-multinacional-cayo-mas-del-40-por-ciento-y-acuso-a-la-argentina




















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