El premio Nobel de Economía Paul Krugman lanzó una denuncia que expone el entramado más oscuro del gobierno de Javier Milei y su conexión con los grandes fondos especulativos de Wall Street.
Según relató, el secretario del Tesoro estadounidense, Scott Bessent, habría sido presionado por su “viejo amigo” y ex colega Rob Citrone, un multimillonario que “apostó fuerte por Milei y compró más activos argentinos justo antes del anuncio de Bessent”.
La revelación, difundida en Argentina por el diputado y economista Carlos Heller, muestra una maniobra de manual: información privilegiada, negocios turbios y un Estado utilizado para garantizar ganancias a los especuladores internacionales mientras la Argentina se hunde en la recesión.
Krugman explica que alguien del entorno de poder, sabiendo que el Tesoro intervendría para sostener a Milei, aprovechó que los bonos argentinos estaban por el piso, con el riesgo país disparado, y compró a precio de remate. Pocos días después, con el “rescate financiero” en marcha, esos mismos bonos se dispararon, generando fortunas instantáneas. Es decir, mientras la economía argentina se desplomaba y el gobierno quemaba reservas del Banco Central, los amigos del poder global hacían caja.
El propio Krugman se pregunta si Rob Citrone aprovechará el “puente financiero” respaldado por los contribuyentes estadounidenses para retirar su dinero y huir, mientras Argentina se desangra para sostener un peso cada vez más débil. La descripción es tan precisa como brutal: “Argentina está quemando miles de millones de dólares en reservas para defender el peso mientras todos corren hacia la salida”.
Lo que el Nobel está señalando no es sólo una irregularidad económica, sino una estafa internacional en la que convergen el poder financiero de Wall Street, la complicidad del Tesoro norteamericano y la dependencia política de un gobierno argentino rendido ante el capital extranjero. Krugman cierra su texto con una frase que lo dice todo: “Mientras millones de niños mueren por los recortes de ayuda internacional, los contribuyentes estadounidenses terminan pagando miles de millones para rescatar a los amigos de Bessent en un intento inútil y predecible de salvar al ‘Elon Musk del Sur’”. El apodo no es casual. En los medios internacionales, Javier Milei fue retratado con esa etiqueta absurda, como si fuera un innovador que desafía el statu quo, cuando en realidad se comporta como un empleado obediente de los mismos intereses que hace décadas saquean la región.
El caso que describe Krugman recuerda a los episodios más escandalosos de especulación financiera de los noventa y los dos mil, cuando los fondos buitres hicieron fortunas apostando al colapso argentino. La diferencia es que ahora cuentan con el apoyo abierto de Washington y con un presidente que celebra cada medida que destruye la soberanía nacional. Detrás de su retórica de “libertad” y “anticaste”, Milei ofrece la estructura del Estado al servicio de los grandes capitales internacionales.
No sorprende que los medios hegemónicos argentinos, siempre dispuestos a blindar al oficialismo financiero, guarden silencio ante la denuncia. Clarín, La Nación, Infobae y las señales televisivas afines prefieren no hablar del tema, porque los beneficiados son sus socios en el negocio de la deuda. Los mismos que financian campañas, compran bonos y manejan medios, son quienes hoy aplauden las medidas que destruyen el aparato productivo del país.
Carlos Heller, presidente del Banco Credicoop y del Partido Solidario, fue uno de los pocos dirigentes que se animó a ponerle nombre y apellido al escándalo. Para Heller, lo que Krugman revela muestra la verdadera naturaleza del proyecto libertario: un plan de saqueo organizado desde el exterior, ejecutado por un gobierno dócil y sostenido con la complicidad mediática local. En otras palabras, Milei no está rompiendo con el sistema, sino profundizando su peor versión: la subordinación total al poder financiero global.
El “puente financiero” al que alude Krugman no es una ayuda para Argentina, sino un salvataje para los especuladores que apostaron por el experimento libertario. El dinero proviene de los contribuyentes norteamericanos, pero sus beneficios terminan en las cuentas de los fondos privados que operan con información privilegiada. En el medio, el pueblo argentino paga con inflación, desempleo y pobreza. La imagen que construye el Nobel es demoledora: mientras el Tesoro norteamericano gasta miles de millones para sostener a Milei, recorta asistencia humanitaria en países pobres. Es la representación perfecta del capitalismo financiero: el dinero público destinado a salvar los negocios de los ricos.
La pregunta que queda flotando es simple: ¿hasta cuándo se podrá sostener este esquema? Argentina pierde reservas, su deuda crece, los salarios se derrumban y el gobierno festeja una estabilidad artificial que se compra a costa del hambre y del futuro. El experimento libertario ya mostró su verdadero objetivo: garantizar el retiro seguro de los especuladores antes del próximo colapso.
Krugman, desde su mirada liberal progresista, no necesita ser peronista para advertir que lo que Milei encarna es un caso extremo del “capitalismo del desastre”, ese modelo en el que las crisis no son accidentes, sino herramientas para imponer reformas regresivas y multiplicar fortunas. Milei destruye el Estado, privatiza los recursos, entrega las empresas públicas, se endeuda para sostener una moneda sin respaldo y, mientras tanto, sus aliados en Nueva York celebran las ganancias.
El gobierno argentino se presenta como un faro de libertad, pero su política económica revela una verdad incómoda: la libertad sólo existe para los que tienen capital suficiente para especular. Para el resto, para los trabajadores, jubilados, estudiantes y científicos, lo que queda es ajuste, censura y desamparo. Y mientras Milei grita “viva la libertad, carajo”, los nuevos dueños del país cuentan sus ganancias en dólares desde sus oficinas en Manhattan.
Lo que Paul Krugman expuso con datos y nombres propios no es una curiosidad académica: es la radiografía de un saqueo. La Argentina libertaria, la que prometía romper con la casta, se convirtió en un negocio para la casta financiera global. Los supuestos enemigos del Estado hoy lo usan para rescatar sus apuestas. Y los que se llenan la boca hablando de “meritocracia” son los primeros en pedir que los contribuyentes del norte paguen sus pérdidas.
La historia se repite con otros nombres, pero con el mismo resultado: un país empobrecido, una élite enriquecida y un gobierno que llama “plan de libertad” a un modelo de entrega. La denuncia de Krugman, amplificada por Heller, no es sólo un dato económico: es una advertencia moral. Porque detrás de cada rescate financiero hay un pueblo que se queda sin pan, sin futuro y sin soberanía.






















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