Pese a su discurso triunfalista, el gobierno libertario enfrenta el retorno de la inflación, con alimentos disparados, salarios pulverizados y una clase media y baja cada vez más empobrecida. Entre pronósticos sombríos y cifras crudas, la estrategia de Milei cruje bajo el peso de la realidad.
Mientras el presidente Javier Milei se jacta de la supuesta victoria sobre la inflación, los precios se encarecen nuevamente, sobre todo en alimentos básicos, ahogando los ingresos de millones. Los datos privados revelan un rebrote inflacionario que, lejos de ser una anécdota, desnuda la fragilidad de la política económica oficial y amenaza la principal carta electoral del oficialismo.
No hay épica que alcance para tapar el ruido implacable de las góndolas. Aunque Javier Milei y su equipo insistan en dibujar un relato de triunfo sobre la inflación, la realidad se cuela en los bolsillos con la misma fiereza de siempre. Junio llegó con la curva inflacionaria pegando la vuelta, en una señal inquietante para un gobierno que ha hecho del “enfriamiento de la economía” su bandera política y su coartada para el ajuste. Pero el enfriamiento, si es que existe, parece solo estar ocurriendo en el consumo, no en los precios que siguen su escalada silenciosa.
En los primeros seis meses del año, el gobierno se jactó de haber hecho descender la inflación interanual del 84,5% de enero al 43,5% en mayo. Una proeza estadística que, en el mundo real, se siente más bien como un espejismo. Porque junto con los precios, también se desplomaron los salarios, las jubilaciones y las pensiones. No sirve de mucho que las góndolas suban más lento si los sueldos son tan flacos que ni alcanzan para llegar al mostrador. Y es allí donde la épica mileísta se estrella contra la pared: menos inflación, sí, pero también menos plata en el bolsillo. Resultado: la gente sigue sin volver a los comercios.
El rebote de junio es particularmente dramático en los barrios populares, donde la inflación siempre se siente como un golpe más brutal. Allí, los precios de los alimentos duplican el promedio general. Y si en el resto del país el consumo cae, en esas zonas directamente se derrumba. No es un detalle menor. Según la encuesta de Latam Pulse, la inflación ocupa el segundo lugar entre las mayores preocupaciones de la sociedad, solo superada por el temor al desempleo. Es decir: el monstruo inflacionario sigue vivo y coleando, y se convierte en un enemigo directo de la estrategia electoral de La Libertad Avanza.
Las consultoras privadas que corren siempre un paso adelante del Indec midieron en junio aumentos de precios minoristas de entre 1,5% y 1,8%, números casi idénticos a los de mayo, pero que pulverizan la narrativa de que el problema estaba resuelto. Incluso el índice oficial de la Ciudad de Buenos Aires, el IPCBA, se disparó al 2,1%, rompiendo con el clima de euforia que había generado la medición de mayo, la más baja en cinco años y motivo de festejos oficiales. Como si la inflación se hubiera tomado un breve recreo solo para volver con más bríos.
Los datos duros siguen martillando la confianza en el plan libertario. El Instituto Estadístico de los Trabajadores (IET), de la Universidad Metropolitana (Umet), y el Centro para la Concertación y el Desarrollo (CCD) registraron también un 1,8% en junio, pero advirtieron que la cifra implica una aceleración del 50% respecto a mayo. Para Nicolás Trotta, director del CCD, la raíz del problema está clarísima: la duplicación de la suba en los alimentos, que pone en jaque la supuesta estabilidad cambiaria y la estrategia oficial de anclar el dólar y frenar paritarias. Y es que, en la Argentina, el precio del pan y de la carne es mucho más que una cuestión económica; es un termómetro social y político.
La fragilidad del plan libertario se vuelve todavía más visible cuando se mira el futuro. Los analistas advierten sobre varios fantasmas que amenazan con incendiar los números del gobierno. Entre ellos, las expectativas de devaluación, la imposibilidad del Banco Central de acumular reservas sin recalentar los precios, la caída de las liquidaciones del campo y la fuga de dólares en distintas formas de ahorro en divisa extranjera. Todo esto tensiona al máximo la estabilidad cambiaria, el corazón mismo de la estrategia oficial para frenar la inflación y llegar con algo de oxígeno a las elecciones de octubre.
Mientras tanto, la suba del dólar sigue siendo la chispa que prende el fuego. El billete del Banco Nación se disparó un 10,3% entre el 18 de junio y el viernes último, y esa suba impactó de lleno en los alimentos. Carne, verduras, productos de almacén: todo se encarece, y detrás suben la pobreza y la indigencia. Marina Dal Poggetto, de la consultora EcoGo, puso el dedo en la llaga al recordar que las presiones cambiarias son casi una tradición en la Argentina antes de una elección. Y esta vez no es la excepción. Para el gobierno, el desafío es monumental: sostener la calma en el mercado de cambios, evitar un salto inflacionario y, al mismo tiempo, lidiar con un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional que sigue enredado.
Por si faltara algo, la consultora LCG, vinculada al senador Martín Lousteau, sumó otro factor de inestabilidad: la fragilidad política. El gobierno de La Libertad Avanza empieza a ver cómo se le escurren entre los dedos sectores con los que hasta hace poco dialogaba. El “plan motosierra” puede servir para discursos encendidos en televisión, pero la gente se está cansando de ajustar siempre en el mismo lado del mostrador.
Y si se busca una radiografía más cruda de la tragedia cotidiana, basta mirar lo que pasa en los barrios. Según el Instituto de Investigación Social, Económica y Política Ciudadana (Isepci), los precios de la Canasta Básica de Alimentos en territorio bonaerense treparon un 3,41% en junio. Dentro de esa suba, los productos de almacén volaron un 4,1%, los cortes de carne un 3,6% y las verduras un 1,26%. Para una familia, eso significa haber necesitado $186.330,15 más que en junio del año pasado solo para comprar los mismos productos de almacén. Y $110.339,65 adicionales para la misma carne. Y otros $75.067,08 si querían llevarse a casa las mismas verduras. Las cifras marean, pero son la mejor fotografía de lo que está pasando: la plata no alcanza, los sueldos no suben, y la inflación se cobra su tributo en forma de hambre.
Isaak Rudnik, director del Isepci, lo resumió sin vueltas. Aunque haya una desaceleración de los precios, los aumentos en productos y servicios esenciales siguen impidiendo que las familias puedan planificar un presupuesto. Es decir, se vive al día, con la angustia de no saber si mañana se podrá pagar la comida.
Mientras Milei sigue agitando el discurso de la victoria sobre la inflación, los hechos cuentan otra historia. Una historia donde el dólar se recalienta, los alimentos vuelven a dispararse y la ilusión del “orden económico” se desvanece al ritmo de las góndolas. Porque en la Argentina, como bien sabemos, no se puede cantar victoria mientras el supermercado siga siendo un campo de batalla. Y esa es la batalla que el presidente libertario, por ahora, está perdiendo.
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