Gracias a Milei Argentina quedó fuera del mapa sojero pasando del boom exportador al estancamiento crónico

Durante décadas, la soja fue sinónimo de expansión, divisas y protagonismo global para la economía argentina. Pero en el siglo XXI, mientras el mundo multiplicó su demanda de proteínas y energía vegetal, Argentina decidió bajarse del tren del crecimiento. El país que alguna vez fue líder en la revolución agroindustrial hoy observa desde la banquina cómo Brasil y Estados Unidos amplían su ventaja, y cómo China se convierte en el gran jugador mundial. En el medio, una oportunidad histórica se desvanece entre regulaciones, retenciones y una política económica errática que castiga en lugar de incentivar.

De potencia sojera a nación estancada

En los años noventa, la adopción del paquete tecnológico —siembra directa, glifosato y soja transgénica— transformó radicalmente la producción agropecuaria argentina. Fue una revolución silenciosa pero profunda, que disparó la producción de soja de 3 a 50 millones de toneladas entre 1990 y 2019. Este salto posicionó al país como un actor clave en la exportación mundial de oleaginosas, convirtiéndose en el principal generador de dólares durante más de dos décadas.

Sin embargo, desde 2007, el panorama cambió. A pesar del contexto global favorable, con más de 2.000 millones de personas saliendo de la pobreza extrema y demandando más alimentos, Argentina no aumentó su producción ni sus exportaciones. Peor aún, en 2025, la producción de soja permanece estancada en los mismos niveles que hace 18 años.

Un modelo que se empobrece desde adentro

El retroceso no se debe a causas climáticas ni a falta de tecnología, sino a decisiones políticas que minaron la competitividad del sector. La vuelta de las retenciones en 2002, los cupos a las exportaciones, el cepo cambiario y el desdoblamiento del dólar fueron políticas que transformaron a la soja en una actividad castigada en lugar de estratégica. Desde 2007, con las retenciones trepando al 35%, los incentivos para invertir en el campo se desvanecieron. Muchos productores buscaron otros cultivos, otros países o simplemente abandonaron el negocio.

Así, mientras Brasil cuadruplicó sus exportaciones de porotos de soja y superó el 50% del comercio mundial, Argentina ni siquiera logró mantener su posición relativa: hoy exporta menos porotos que Paraguay y Canadá, y depende de importaciones para procesar harina y aceite. Paradójicamente, sigue siendo líder en exportación de aceite y harina, pero con una base productiva que se achica y una competitividad amenazada.

Una demanda global en expansión (que nos ignora)

El contexto internacional no podría ser más favorable. La soja es hoy la principal fuente de proteína vegetal del planeta. El 80% de su producción se destina a la alimentación animal y su demanda se duplicó en los últimos 20 años. China, epicentro del cambio, triplicó su consumo desde 2007 y hoy absorbe un tercio del total global.

Para responder a esta transformación, Estados Unidos y Brasil expandieron su superficie sembrada en un 60%, apostando a más productividad, más tecnología y más exportaciones. En cambio, Argentina mantuvo el mismo nivel de superficie sembrada desde hace casi dos décadas, como si el mundo no hubiera cambiado.

La caída de los precios internacionales en dólares reales tras la pandemia tampoco ayudó, pero esa tendencia afectó a todos. Lo que diferencia a Brasil y EE.UU. es que se prepararon con políticas de incentivo, inversión en innovación y estabilidad macroeconómica. Argentina hizo exactamente lo contrario.

Un liderazgo que se desdibuja

A pesar de su retroceso, Argentina conserva ciertos roles clave en el mercado mundial: es el principal exportador de aceite y harina de soja, productos con mayor valor agregado que el poroto. Pero incluso esa ventaja es frágil: la industria necesita importar porotos para poder sostener el nivel de molienda, un absurdo para un país que alguna vez fue líder productor.

Mientras tanto, India y la Unión Europea se consolidan como principales compradores de aceite y harina respectivamente, mientras Argentina no logra consolidar políticas de largo plazo que le permitan aprovechar esa demanda creciente.

¿Hay salida?

Los autores del informe de Infobae señalan que algunos cambios recientes podrían marcar un punto de inflexión: la unificación del tipo de cambio, la eliminación de cupos de exportación y la reducción temporal de algunas retenciones. Sin embargo, para el sector de la soja, estas medidas son aún insuficientes.

El verdadero desafío es político y estructural: hace falta una reforma profunda que recupere la competitividad perdida. Eso implica eliminar trabas regulatorias, incentivar la inversión, garantizar previsibilidad macroeconómica y apostar una vez más a la tecnología y al conocimiento.

De no hacerlo, Argentina seguirá siendo espectadora en un juego que alguna vez supo liderar. El país tiene tierra fértil, recursos humanos capacitados y capacidad industrial para volver a ser protagonista. Pero sin decisiones estratégicas, ese potencial seguirá siendo solo eso: potencial.

El caso de la soja es el reflejo perfecto del retroceso económico argentino: una oportunidad que el mundo ofrece, pero que el país desaprovecha por culpa de sus propias políticas. Mientras el mundo pide más alimentos y más proteínas, Argentina responde con regulaciones, impuestos y estancamiento. Una vez más, se elige perder.

Fuente:

  • https://www.infobae.com/opinion/2025/06/08/argentina-pierde-protagonismo-en-el-mercado-global-de-la-soja-frente-a-brasil-y-estados-unidos/?outputType=amp-type

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *