¿Fin de la emisión? El truco contable de Milei con la que duplicó la base monetaria

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La promesa de Javier Milei de enterrar la emisión monetaria quedó reducida a una ilusión retórica. La realidad muestra que el Gobierno la mantiene viva, pero disfrazada bajo mecanismos financieros opacos y de alto riesgo que comprometen el futuro económico.

La bandera de campaña de Javier Milei fue clara: frenar la emisión monetaria a cualquier costo. Se presentó como el sepulturero del “impuesto inflacionario” y el hombre que iba a ponerle un candado a la maquinita. Sin embargo, las cifras del Banco Central no mienten: en los últimos doce meses, la base monetaria creció un 97%, prácticamente el doble. Y no por una reactivación económica que justificara semejante salto —todo lo contrario, el nivel de actividad permanece estancado—, sino por un festival de intereses, operaciones con futuros, tasas prohibitivas y un artilugio fiscal que en la jerga técnica se conoce como “deuda flotante”. En buen criollo: emisión por la puerta de atrás.

El Gobierno abandonó los adelantos directos al Tesoro, pero encontró un camino alternativo para seguir fabricando pesos. El corazón del nuevo esquema es un pacto implícito con el sistema financiero: ofrecer tasas tan altas que resulten irresistibles para que los pesos no migren al dólar. El problema es que esas tasas no se pagan con aire ni con voluntarismo: se pagan con más emisión. Es el equivalente a tapar un agujero con otro, confiando en que el telón de la “confianza del mercado” aguante lo suficiente para que nadie vea el desastre que se cocina detrás.

Los pasivos remunerados —LECAPs, pases y otros instrumentos— crecieron un 5,6% en apenas un mes, señal de que el Estado está multiplicando las deudas internas para sostener la ficción de estabilidad cambiaria. El Fondo Monetario Internacional ya advirtió que la contabilidad creativa del oficialismo, que registra estos compromisos “debajo de la línea” para que no aparezcan como gasto oficial, distorsiona la verdadera magnitud del problema. Incluso en su último informe, el FMI dejó en claro que la deuda es “sostenible, pero con riesgos elevados”, un eufemismo diplomático para decir que se camina al borde del precipicio.

Pero la emisión oculta no se limita a los pasivos remunerados. Está también la explosión de la deuda flotante: compromisos que el Estado posterga y acumula sin registrarlos como deuda formal. Según la Asociación Argentina de Presupuesto, en apenas un mes pasó de $1,25 billones en mayo a $3,87 billones en junio, un incremento brutal del 208,87%. Esa cifra incluye desde pagos a proveedores hasta transferencias a provincias, universidades y subsidios que quedaron en el limbo. Todo eso, tarde o temprano, se paga. Y como no hay recursos genuinos para afrontarlo, la lógica indica que se pagará con más emisión.

Otro capítulo preocupante son las operaciones con dólar futuro. El Banco Central vende contratos para calmar al mercado, pero si el precio pactado no coincide con el real al vencimiento, debe compensar la diferencia. ¿Con qué? Otra vez, con emisión. El economista Iván Carrino calculó que, con seis millones de contratos en juego, un error de $8 en julio y de $30 en agosto podría costar unos $200.000 millones, equivalentes al 0,4% de la base monetaria. Además, persisten sospechas de maniobras al límite de la legalidad, que podrían beneficiar a pocos con ganancias millonarias mientras deterioran el patrimonio del BCRA.

No son pocos los economistas que alertan sobre esta situación. El exviceministro Gabriel Rubinstein criticó con dureza el nivel de emisión encubierta, lo que desató un cruce con Federico Furiase, asesor clave de Luis “Toto” Caputo. El debate giró en torno a si existe una “emisión buena” y otra “mala”, si los pasivos remunerados son inflacionarios y si el dólar se sostiene por confianza o por tasas “asesinas”. Lo que queda claro es que la discusión técnica esconde una verdad incómoda: el gasto público no desapareció, solo mutó. Hoy se canaliza hacia el pago de intereses de deuda en pesos que el mercado absorbe con dificultad, y cuyo mantenimiento depende de que el clima financiero no cambie de golpe.

El economista Marcelo Trovatto, de Pronóstico Bursátil, lo sintetizó con precisión: no se gasta menos, se gasta distinto. Y ese “distinto” significa comprometer recursos futuros para sostener un modelo que evita, a corto plazo, el estallido cambiario, pero que acumula presiones latentes que pueden explotar en cualquier momento. La administración Milei, que llegó prometiendo un shock de ortodoxia, terminó abrazando una ingeniería financiera de altísimo riesgo que, lejos de erradicar la emisión, la mantiene viva bajo un disfraz contable. Un disfraz que, como todos, tiene fecha de vencimiento.

En este contexto, la pregunta ya no es si el Gobierno está emitiendo o no. La evidencia dice que sí. La verdadera pregunta es cuánto tiempo más podrá sostener esta ficción sin que la montaña de compromisos acumulados se transforme en una avalancha. La historia económica argentina tiene un largo archivo de experimentos similares y, lamentablemente, pocas veces terminaron bien.

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