Mientras el ministro de Economía, Luis “Toto” Caputo, sonríe para las cámaras junto a ejecutivos de fondos de inversión globales, la economía argentina camina por una cornisa cada vez más angosta. A ocho años de su primer experimento al frente del Ministerio de Finanzas, Caputo reescribe la tragedia de 2018 con los mismos ingredientes: deuda en dólares, déficit maquillado, reservas ficticias y un dólar reprimido para llegar con aire a las elecciones. Solo que esta vez, el libreto incluye una dimensión más oscura: la posibilidad real de una implosión social e institucional.
Según advierte el economista Pablo Tigani en una columna publicada en Ámbito, el déjà vu no solo es económico sino también político. Aquel cóctel explosivo de atraso cambiario, ajuste fiscal recesivo y endeudamiento externo que derivó en la mayor asistencia del FMI en la historia, ahora se reproduce bajo el ropaje libertario de Javier Milei, con Caputo operando nuevamente como director de orquesta. Y el escenario es todavía más frágil: con una sociedad exhausta, un sistema político al borde del colapso y un gabinete que sigue jugando con fósforos en un depósito de nafta.
Dólares prestados, futuro hipotecado
Los números oficiales confirman que el Gobierno volvió a poner en marcha la máquina de endeudarse para simular estabilidad. La cuenta financiera de abril arrojó un ingreso extraordinario de u$s14.200 millones, de los cuales u$s12.400 millones provinieron del FMI. Sin embargo, las reservas netas siguen en rojo por u$s7.200 millones, lejos de la meta pactada con el Fondo, y el superávit fiscal se sostiene gracias a la motosierra y no al crecimiento económico.
Lejos de generar divisas genuinas, el Ejecutivo emitió el BONTE 2030 —un bono en pesos suscripto en dólares al 29,5%— y anunció una operación de repo por u$s2.000 millones que implica más deuda en divisas, pero sin generar ingreso real de capital productivo. Es decir, más bicicleta financiera, más intereses futuros y cero inversión estructural.
El espejo retrovisor: Macri y De la Rúa
Tigani no duda en trazar paralelismos: “¿Es 2025 el año donde Macri y De la Rúa se dan la mano en el espejo retrovisor? Todo indica que sí. Y lo peor, con Caputo al volante otra vez.” La afirmación no es gratuita: el modelo económico actual combina los peores elementos del colapso de 2001 con el descalabro financiero del macrismo.
Las cifras lo ilustran con crudeza. En mayo, la recaudación tributaria cayó 17,6% interanual, con desplomes del 39,8% en Ganancias y del 21,1% en derechos de exportación e importación. Mientras tanto, el consumo no despega: el IVA creció apenas 3,9% interanual, pero cayó 0,9% intermensual. A la vez, el turismo y la fuga de divisas aumentan: u$s961 millones salieron solo en abril. El supuesto superávit fiscal se convierte, entonces, en un espejismo sostenido por tijera, endeudamiento y atraso cambiario.
Un plan viejo con un decorado nuevo
La arquitectura del modelo Milei-Caputo es idéntica a la de 2018, con un lenguaje nuevo pero las mismas intenciones. El discurso de la “libertad económica” esconde controles cambiarios no declarados, represión financiera encubierta y una monumental toma de deuda que solo pospone el ajuste real. La economía crece en vulnerabilidad, no en productividad.
Lo que se presenta como orden macroeconómico es, en realidad, un sostenido “plan llegar”: un intento desesperado por mantener el tipo de cambio bajo a cualquier precio hasta cruzar el umbral de octubre. El problema es que ese precio puede ser el estallido social.
La historia se encadena, no se repite
Argentina vive en una lógica de repetición con mutaciones. Si el 2001 fue el estallido del modelo de convertibilidad y 2018 la fractura de la confianza en el gradualismo, 2025 se perfila como el año de la convergencia de ambas crisis. Con una diferencia sustancial: la legitimidad política y social del gobierno está mucho más debilitada y el margen de maniobra técnica se redujo a casi cero.
“La historia argentina no se repite, pero se encadena”, sentencia Tigani. Hoy, Caputo no solo vuelve a rifar el futuro en nombre de una estabilidad fugaz, sino que lo hace con mayor cinismo técnico y en un país más pobre, más desigual y más harto.
¿Un colapso anunciado?
Lo que está en juego no es solo la economía, sino el contrato social. Si en 2001 el default fue la chispa y en 2018 la corrida fue la alarma, 2025 podría ser el incendio total: la síntesis brutal entre el ajuste brutal, la deuda sin sentido y la licuadora social.
Luis Caputo, aquel que entregó las reservas en manos de los fondos especulativos hace siete años, vuelve a escena con el mismo libreto y el mismo objetivo: evitar el sinceramiento económico antes de las elecciones. Pero esta vez, no hay FMI que pueda salvarlo, ni ciudadanía que tolere otro colapso anunciado.
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