Esto se votó: Caputo admite que la economía seguirá paralizada mientras se diluyen las reservas del país

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La madrugada posterior a las elecciones dejó una postal inquietante: un país en recesión profunda, un dólar contenido a fuerza de deuda y un ministro de Economía que habla de “comodidad” mientras el mercado financiero festeja. Luis “Toto” Caputo confirmó que el Gobierno de Javier Milei mantendrá el esquema de bandas cambiarias con un techo de 1.500 pesos. Una declaración que pretende transmitir calma, pero que en realidad desnuda la magnitud del ajuste. El dólar oficial parece domado, pero el costo lo pagan los sectores productivos y los trabajadores, con la economía real metida en un freezer.

El fenómeno comenzó a perfilarse incluso antes de los comicios. El llamado “dólar cripto” anticipó la dirección de los acontecimientos: mientras se confirmaba la victoria legislativa del oficialismo, la cotización se desplomaba y los operadores financieros celebraban el retorno de “la confianza”. En la lógica del mercado, el problema argentino se resuelve con dinero externo. En la lógica social, el resultado es una recesión cada vez más asfixiante. El Gobierno apuesta a sostener el tipo de cambio con intervención y endeudamiento, una estrategia que ya quemó más de 7.400 millones de dólares en apenas dos meses. Solo en octubre se rifaron 5.000 millones, incluyendo los 1.800 millones aportados directamente por el Tesoro de Estados Unidos. Todo para mantener una ilusión: el dólar barato en medio del derrumbe productivo.

Esa intervención –que Caputo presenta como un “éxito de estabilización”– no logró evitar la devaluación del 15% en lo que va del mes. Aun así, el ministro se muestra optimista: “Estamos cómodos con el techo de 1.500 pesos”, afirmó tras emitir su voto. Los operadores financieros entendieron el mensaje: el Gobierno seguirá apostando a la timba y a la entrada de capitales especulativos, mientras los salarios pierden poder adquisitivo y las empresas reducen personal. La euforia bursátil contrasta con el drama cotidiano del changuito vacío. La política económica del oficialismo parece escrita en los despachos de Wall Street, no en los barrios del conurbano.

El respaldo internacional es una pieza central del relato libertario. Scott Bessent, secretario del Tesoro de los Estados Unidos y arquitecto del “rescate” a Milei, lo explicó sin eufemismos: “Es mejor usar un canje de monedas que bombardear barcos cargados de drogas que vienen de Venezuela”. Su frase sintetiza la doctrina que gobierna hoy la relación entre Washington y Buenos Aires: apoyo financiero a cambio de subordinación geopolítica. Donald Trump lo dejó aún más claro: si el gobierno argentino no ganaba las elecciones, se cortaba la ayuda. Los mercados entendieron la advertencia. En la última jornada hábil antes de los comicios, el dólar oficial cerró a 1.492 pesos, rozando el límite superior de la banda.

La escena se completa con un dato revelador: la oposición demócrata en Estados Unidos cuestiona públicamente el “rescate” a Milei. La senadora Elizabeth Warren exigió explicaciones al CEO de JP Morgan, James Dimon, por la transferencia de fondos al Gobierno argentino. “No parece apropiado que un banco se beneficie de garantías financiadas por los contribuyentes cuando millones de estadounidenses no pueden pagar el alquiler ni la atención médica”, advirtió en una carta. La economía argentina se ha convertido así en un laboratorio de ensayo para los intereses de Wall Street, con Milei y Caputo como ejecutores locales.

El propio Caputo ratificó que no habrá cambios de rumbo. “Todo sigue exactamente igual”, declaró con naturalidad. Y tiene razón: el programa económico del Gobierno se sostiene sobre dos pilares inamovibles, endeudamiento externo y ajuste interno. El primero mantiene viva la ficción del dólar controlado; el segundo destruye la capacidad de consumo y producción. Mientras tanto, las reservas se evaporan y el horizonte inmediato muestra un vencimiento de deuda de 4.500 millones de dólares en enero. En ese contexto, el ministro insiste en que no se modificará “ni una coma” del plan. La pregunta inevitable es cuánto tiempo puede sostenerse un país sin pesos, sin industria y sin crédito productivo.

Las tasas de interés se dispararon hasta el 190% en operaciones de adelanto de cuenta corriente. Es un golpe letal para las pequeñas y medianas empresas, que dependen del crédito para pagar salarios y comprar insumos. El circuito financiero absorbe todos los pesos disponibles, dejando seca la plaza productiva. Sin crédito, sin ventas y con costos en alza, por día cierran 30 empresas y 450 personas pierden su empleo. La contracara del “dólar quieto” es la parálisis del trabajo y la caída del consumo. Lo que Milei presenta como estabilidad es, en realidad, una economía detenida por el miedo.

Los analistas advierten que, ante la falta de dólares y la presión sobre los precios, el Gobierno podría verse obligado a imponer un nuevo cepo cambiario. Pero Caputo se resiste: prefiere un país en recesión antes que reconocer el fracaso del modelo. La historia reciente ofrece un espejo inquietante. En 2017, durante la gestión de Mauricio Macri –también con Caputo al mando de Finanzas–, el guion era idéntico: sostener el tipo de cambio con deuda hasta que el sistema estalle. Entonces, como ahora, se prometía crecimiento a cambio de sacrificio. Lo que vino después fue una corrida cambiaria, un préstamo ruinoso con el FMI y una crisis social que aún duele.

Mientras tanto, el deterioro se mide en cifras concretas. El índice de Precios Mayoristas subió 3,9% en septiembre, sin incluir el salto reciente del dólar. El costo de la construcción en el Gran Buenos Aires aumentó 3,2% en agosto. Las ventas minoristas cayeron 4,2% interanual según CAME, y el endeudamiento familiar se disparó: más de 11 millones de personas recurren al crédito para sobrevivir, con una deuda promedio de 3,7 millones de pesos por persona. Es la radiografía de un modelo que sustituye el salario por la tarjeta y el trabajo por la especulación.

Los datos del Estimador Mensual de Actividad Económica (EMAE) confirman la tendencia: la economía cayó 0,1% mensual en julio y se estancó en el segundo semestre. La consultora Vectorial lo sintetizó sin ambigüedades: “El programa económico del Gobierno nacional no posee un enfoque industrial, prioriza la apreciación del tipo de cambio y la apertura importadora, sacrificando la actividad manufacturera”. En otras palabras, la motosierra no corta privilegios, corta empleos.

Incluso el Vaticano observó la gravedad de la situación. El papa León XIV envió una carta a la Unión Industrial Argentina en la que pidió “defender la industria como motor de desarrollo y empleo” y advirtió que “proteger a los trabajadores implica cuidar el entramado productivo que los sostiene”. Es una advertencia moral frente a un modelo que celebra la especulación mientras destruye la producción. El mensaje contrasta con el discurso de Milei, que insiste en que el mercado “se autorregula” y que la intervención estatal es un obstáculo. La realidad muestra lo contrario: la intervención existe, pero en favor de los poderosos.

En este contexto, hablar de “estabilidad” es un abuso del lenguaje. La economía argentina no está estabilizada, está anestesiada. El dólar planchado es una ficción sostenida con deuda externa, mientras la inflación en alimentos y tarifas continúa erosionando los ingresos populares. La victoria electoral de La Libertad Avanza apenas posterga el estallido. El mercado compró tiempo; la sociedad perdió futuro.

El Gobierno promete continuidad, pero lo que garantiza es más ajuste, más endeudamiento y menos industria. El país se hunde en una recesión planificada donde cada dólar que entra por la ventana de Wall Street sale por la puerta del Banco Central. Milei y Caputo celebran los aplausos de los traders mientras el changuito argentino sigue vacío. El dólar barato lo pagan los que producen y los que trabajan. Lo que se juega, más que el valor de la moneda, es el destino de la economía real.

El “día después de mañana” al que alude Bernarda Tinetti no es una metáfora apocalíptica: es una descripción precisa de lo que viene. Una economía congelada, un mercado que impone sus reglas y un gobierno dispuesto a obedecerlas sin reparos. Lo que el oficialismo llama “libertad” es, en verdad, dependencia. Y lo que presenta como “orden” es simplemente la resignación de un país que vuelve a hipotecar su futuro en nombre del dólar.

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