El crecimiento que no llega al empleo: el modelo Milei muestra cifras “positivas” que esconden estancamiento social

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La última actualización del nivel de actividad volvió a alimentar el relato oficial del “rebote” económico, pero basta leer con precisión los datos para descubrir que esta supuesta mejora tiene pies de barro. El indicador de septiembre mostró un aumento del 0,5% respecto de agosto y del 5% interanual, cifras que de inmediato fueron celebradas por el Gobierno como prueba del éxito del programa económico.

Sin embargo, y como viene advirtiendo la economista Julia Strada, directora del CEPA y diputada nacional por Unión por la Patria, la dinámica detrás de estos números revela una desconexión cada vez más profunda entre el crecimiento macroeconómico y las condiciones reales del empleo y la producción.

Las revisiones de la serie del INDEC corregieron al alza los meses previos y evitaron, casi por accidente estadístico, que Argentina ingresara formalmente en recesión. Junio pasó de -0,6% a -0,4%, julio de -0,1% a +0,1%, y agosto de +0,3% a +0,7%. Pero lejos de ser una señal de fortaleza, este pequeño reacomodamiento muestra que la economía argentina transita un sendero extremadamente inestable, donde una décima más o una décima menos pueden cambiar el rótulo técnico del ciclo sin modificar en lo más mínimo la vida cotidiana de las personas. Justamente por eso, Strada insiste en leer estos datos de manera integral y no como flashes de optimismo descontextualizados.

Lo verdaderamente llamativo está en la anatomía del crecimiento. Según el análisis del CEPA, más del 80% de la variación interanual positiva está explicada por componentes que dicen poco —o nada— sobre la generación de empleo. El mayor aporte proviene de “Impuestos netos de subsidios”, un rubro estrictamente contable que no representa producción, inversión ni trabajo. Le siguen la intermediación financiera, las actividades inmobiliarias y la explotación de minas y canteras, todos sectores que emplean a una porción minoritaria de la fuerza laboral. Strada sintetiza esta paradoja al señalar que la mayor parte de la contribución al crecimiento proviene de actividades “de baja intensidad en mano de obra”, mientras los sectores que sostienen casi la mitad del empleo privado registrado retroceden o directamente se hunden.

El contraste es brutal. Construcción, industria manufacturera y comercio —los pilares del empleo asalariado privado— muestran caídas profundas cuando se comparan los primeros nueve meses de 2025 con el mismo período de 2023. En conjunto, estos sectores representan casi el 45% del empleo privado registrado, pero fueron relegados por un modelo económico que celebra la expansión de actividades que, aun cuando crecen, no tienen capacidad de absorber a los trabajadores que expulsan los sectores en crisis. La recuperación, entonces, es asimétrica y excluyente por diseño: crece donde casi no hay empleo y cae donde vive la mayor parte de la clase trabajadora.



Los gráficos del CEPA permiten ver esta distorsión con claridad. Mientras el nivel de actividad muestra una curva ascendente desde comienzos de 2025, el empleo asalariado registrado permanece estancado alrededor de los 6,2 millones desde mayo de 2024 y, de hecho, se insinúa a la baja en los últimos meses. La correlación histórica entre actividad y empleo —lo normal, lo esperable, lo que sostiene cualquier recuperación genuina— se rompió. Lo que crece, crece sin trabajadores. Lo que cae, arrastra a los trabajadores consigo. Y en el medio, el Gobierno intenta instalar la idea de un país que se recupera sin que la población perciba ninguna mejora concreta.

Incluso si el ritmo actual se sostuviera, el año podría cerrar con un rebote del 4,5%, en línea con las últimas proyecciones del FMI. Pero se trata de un rebote que, como recuerda Strada, es esencialmente estadístico: depende del derrumbe previo, del piso bajísimo dejado por diciembre de 2024, y del impulso de sectores que funcionan al margen de la economía real. El nivel de actividad sin estacionalidad confirma esta idea: el promedio entre diciembre de 2023 y septiembre de 2025 sigue por debajo del promedio del período enero 2022 a noviembre 2023. Es decir, el país no recuperó aún la dinámica económica previa al shock libertario.

Lo que queda expuesto, en definitiva, es el corazón del experimento económico de Javier Milei. Un esquema que festeja la suba de los impuestos netos de subsidios como si fuera mérito productivo, que abraza la intermediación financiera como motor del crecimiento mientras la industria cierra plantas y la construcción se vacía, y que considera un éxito el repunte de la minería aunque ese impulso apenas derrame en el mercado laboral. Un país que celebra datos que no impactan en la vida de la mayoría es un país que se está acostumbrando a que la economía funcione de espaldas a la sociedad.

Por eso la lectura de Strada resulta tan incómoda para el discurso oficial: porque desnuda que lo que crece es el Excel, no la Argentina. La actividad se mueve, sí, pero lo hace en un mundo paralelo donde la expansión se concentra en sectores que emplean poco y donde la mayoría de los trabajadores queda atrapada en la quietud o en el retroceso. La desconexión entre crecimiento y empleo ya no es un riesgo: es una realidad consolidada. Y en ella se juega el verdadero fracaso del gobierno libertario: administrar un país que crece sin mejorar la vida de su gente.

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