El colapso en Ezeiza evidencia la incapacidad del gobierno de Milei

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El aeropuerto internacional de Ezeiza enfrenta un caos logístico sin precedentes, donde mercadería clave, desde insumos médicos hasta autopartes, queda frenada por un sistema de cargas mal implementado y la falta de personal.

El colapso en Ezeiza revela la improvisación del gobierno de Javier Milei: promesas de eficiencia económica se traducen en retrasos críticos que afectan a la industria, la salud y la vida cotidiana de los argentinos.

Desde hace dos semanas, Ezeiza se transformó en un monumento a la desorganización: toneladas de mercadería permanecen varadas al aire libre, víctimas de un sistema de cargas que se estrenó sin respaldo ni planificación. El control de salidas, centralizado ahora bajo el nuevo software de Aeropuertos Argentina 2000, fracasó estrepitosamente, dejando sin respuestas a las empresas y ciudadanos que dependen de esos envíos.

El impacto es brutal y concreto: insumos médicos, textiles, autopartes y equipos industriales están atrapados sin fecha de salida. Médicos y hospitales sienten la presión, talleres de reparación frenan sus actividades y la industria enfrenta retrasos que podrían traducirse en pérdidas millonarias. Todo por un sistema que, en teoría, prometía agilizar los trámites y modernizar el aeropuerto. En la práctica, Milei entregó caos y abandono.

Este año, los envíos por courier se multiplicaron por 30, y los depósitos no lograron adaptarse al aumento exponencial. La falta de planificación y la nula ampliación del personal encargado son síntomas claros de un gobierno que improvisa y prioriza la imagen sobre la gestión efectiva. Mientras el presidente hablaba de convertir a Argentina en “la Irlanda de Sudamérica”, el país se convirtió en un ejemplo de ineficiencia donde hasta el papel higiénico de importación queda retenido.

La situación no solo es económica: es una humillación nacional. Empresas que dependen de insumos esenciales para producir y vender ven sus operaciones paralizadas; hospitales luchan por mantener la atención mínima; y los consumidores, atrapados en la espera, sienten que el Estado los deja a merced del desorden. La corrupción y la falta de capacidad técnica del gobierno se evidencian de manera cruda en cada contenedor varado, en cada informe de retraso y en cada historia de trabajadores que no pueden cumplir con su tarea.

El colapso de Ezeiza no es un accidente aislado: es la consecuencia directa de un modelo de gestión que prioriza promesas grandilocuentes sobre resultados concretos. El exceso de importaciones, la implementación precipitada de sistemas críticos y la subestimación de la logística muestran, sin lugar a dudas, que la administración de Javier Milei está lejos de la eficiencia que pregona y muy cerca de convertirse en un ejemplo de cómo no gobernar.

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