La fábrica textil Blanco Nieve, con más de tres décadas de historia en Río Grande, bajó sus persianas y despidió a 35 trabajadores tras meses de sueldos impagos y caída en las ventas. La apertura de importaciones, avalada por el gobierno de Javier Milei, aceleró la crisis y dejó a familias enteras en la incertidumbre.
El cierre de Blanco Nieve, que producía para marcas con licencias oficiales de River, Boca y Racing, se suma a una serie de despidos en la industria textil fueguina. Las trabajadoras, que intentaron sobrevivir vendiendo sábanas para cobrar sueldos atrasados, hoy custodian la planta cerrada mientras el dueño invoca “fuerza mayor” para pagar la mitad de las indemnizaciones.
La imagen de una fábrica cerrada con candado resume, de manera brutal, el drama que atraviesan cientos de trabajadores en el sur del país. Blanco Nieve, la histórica textil de Río Grande, Tierra del Fuego, dejó de existir sin previo aviso. Treinta y cinco personas —muchas con más de una década de antigüedad— quedaron en la calle tras meses de conflicto salarial, promesas incumplidas y un escenario económico que se volvió insostenible bajo el actual modelo de apertura comercial promovido por el gobierno de Javier Milei.
Durante más de treinta años, Blanco Nieve fue símbolo de trabajo y producción local. Fabricaba la reconocida marca Casablanca y tenía contratos con gigantes del fútbol argentino como River, Boca, Racing e Independiente. Sin embargo, la caída del consumo interno y el ingreso masivo de productos importados destruyeron la ecuación que sostenía su actividad. El derrumbe no fue abrupto, sino progresivo: desde agosto la empresa dejó de pagar sueldos, prometió abonar en cuotas y nunca cumplió. Las trabajadoras, cansadas de esperar, recurrieron a una salida desesperada pero digna: vender por su cuenta los juegos de sábanas y acolchados que ellas mismas producían.
Con el apoyo de la comunidad fueguina, organizaron ferias en Tolhuin y Ushuaia, logrando sobrevivir unas semanas. Pero el 1 de noviembre, al llegar al trabajo, encontraron el portón cerrado. Nadie dio la cara. Ni el dueño, Diego Russo, ni el personal jerárquico. Luego llegaron los telegramas de despido: invocaban el artículo 247 de la Ley de Contrato de Trabajo, una cláusula que permite a los empleadores pagar solo la mitad de la indemnización cuando alegan “fuerza mayor”. En otras palabras, los despidieron y además les recortaron la compensación.
Desde el sindicato SOIVA calificaron la maniobra como “abandono patronal” y denunciaron que Russo “huyó sin dar explicaciones”. La delegada Marcela Cárdenas contó que “nos apersonamos a trabajar como cualquier día normal y nos encontramos con el portón cerrado. Intentamos comunicarnos con Recursos Humanos, y nos dijeron que la empresa no va a abrir más”. Su testimonio revela no solo la precariedad con que se maneja el sector, sino también la soledad en que quedan los trabajadores ante un Estado que mira para otro lado.
La crisis de Blanco Nieve no es un hecho aislado. Forma parte de una cadena que arrastra a toda la industria textil argentina. Tierra del Fuego, históricamente protegida por regímenes especiales que fomentaban la producción local, atraviesa una desindustrialización acelerada. Las políticas del gobierno nacional, orientadas a la apertura indiscriminada de importaciones y la reducción de costos laborales, han generado una competencia imposible de sostener para las pymes nacionales. En los últimos días, otra empresa fueguina, Sueño Fueguino, también despidió personal.
La historia se repite: los empresarios cierran, los trabajadores quedan a la intemperie, y el Estado se corre de su rol regulador. En este contexto, el discurso oficial que promete “modernizar” la economía se traduce en el cierre de fábricas, la pérdida de empleo y la precarización. La “libertad” que pregona el presidente Milei tiene su contracara en la libertad de los empresarios para abandonar sus responsabilidades y en la impotencia de los trabajadores para defender sus derechos.
El impacto no se mide solo en números, sino en vidas. Detrás de cada despido hay familias que no saben cómo llegar a fin de mes, hijos que dependen de un salario que ya no existe, y comunidades enteras que ven esfumarse su tejido productivo. En Río Grande, las ex trabajadoras permanecen dentro de la planta para resguardar las maquinarias y la mercadería, esperando una respuesta del Ministerio de Trabajo que no llega. Su resistencia es, al mismo tiempo, un acto de supervivencia y una denuncia silenciosa contra la indiferencia estatal.
Resulta paradójico que mientras el gobierno celebra supuestas “inversiones” y “acuerdos comerciales”, en los hechos se está destruyendo el entramado industrial que durante décadas sostuvo empleo y desarrollo regional. Las políticas de Milei no solo golpean al trabajador: erosionan la soberanía económica del país, reduciendo la producción nacional a simples enclaves dependientes del capital extranjero.
En este contexto, Blanco Nieve se convierte en un símbolo del costo humano del modelo libertario. La “eficiencia del mercado” deja fábricas vacías y familias desamparadas. Y si algo queda claro tras este nuevo cierre, es que la crisis no es producto de la “fuerza mayor”, sino de la fuerza política de un gobierno que decidió poner la economía al servicio de los importadores y los especuladores financieros, en lugar de proteger a quienes producen y trabajan.
La historia de Blanco Nieve debería ser un llamado de atención para todo el país. Lo que hoy ocurre en Tierra del Fuego puede repetirse en cualquier provincia. La destrucción del trabajo industrial, presentada como una consecuencia inevitable del “sinceramiento económico”, es en realidad una elección política. Y como toda elección, tiene responsables con nombre y apellido.
Fuente
El Ancasti, Por la crisis, cerró textil con 30 años de trayectoria y dejó a 35 obreros sin trabajo, https://www.elancasti.com.ar/politica-y-economia/por-la-crisis-cerro-textil-30-anos-trayectoria-y-dejo-35-obreros-trabajo-n598021/amp

















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