Celulosa Argentina paraliza su producción y no logra acuerdo con acreedores en plena crisis

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CelulosaMientras el Gobierno celebra un supuesto superávit y recorta con motosierra derechos, subsidios y desarrollo, las industrias emblemáticas del país colapsan una tras otra. La paralización total de Celulosa Argentina —una de las mayores firmas del rubro papelero— desnuda las consecuencias dramáticas del ajuste libertario en el corazón productivo de la Nación.

Celulosa Argentina, una empresa con más de un siglo de historia en el país y considerada pilar del sector papelero, acaba de apagar los motores de todas sus plantas. Las instalaciones industriales ubicadas en Misiones, Entre Ríos y San Luis suspendieron sus actividades de manera total, y la situación no solo golpea a cientos de trabajadores y sus familias, sino que constituye una radiografía brutal del derrumbe industrial que atraviesa la Argentina bajo el gobierno de Javier Milei.

La empresa atraviesa una crisis financiera profunda y todavía no logró acordar un plan de pagos con sus acreedores. Mientras tanto, la producción está completamente detenida y reina la incertidumbre sobre el futuro de la firma. Este cuadro no es una excepción, sino un síntoma de una enfermedad que se extiende como una mancha de aceite por todo el mapa industrial argentino. El país se desangra productivamente, pero desde la Casa Rosada solo se escuchan silencios o euforias tecnocráticas sin correlato en la calle.

Lo que ocurre con Celulosa Argentina no es simplemente una noticia empresarial más. Es un símbolo de una desindustrialización feroz que está dejando a su paso un tendal de fábricas vacías, operarios suspendidos, y comunidades enteras al borde del abismo. Según reveló la empresa a la Comisión Nacional de Valores, el 29 de julio se tomó la decisión de suspender la producción en todas las plantas “hasta tanto se recupere la actividad económica del país y se regularicen los niveles de stocks de productos elaborados y en proceso”. En criollo: dejaron de producir porque no hay mercado, no hay ventas, no hay país.

La compañía comunicó además que todavía está intentando —sin éxito— llegar a un acuerdo con sus acreedores financieros. A través de un comunicado oficial, informó que continúa “en conversaciones con distintos acreedores para alcanzar un acuerdo que permita atender los vencimientos de deuda financiera”, aunque aclaran que “no se ha arribado aún a un entendimiento definitivo”. No hay soluciones a la vista, ni dentro de la firma ni en las políticas económicas del Ejecutivo nacional, cuyo plan parece limitarse a una fe ciega en el ajuste perpetuo y la ausencia del Estado.

Celulosa Argentina no es cualquier empresa. Forma parte del entramado industrial que alguna vez fue orgullo nacional. Produce papeles para uso doméstico, impresión, escritura y embalaje, y abastece tanto al mercado interno como a la exportación. Su parálisis es una tragedia para cientos de trabajadores, pero también una señal de alarma sobre el futuro de todo el sector papelero. ¿Cómo puede subsistir una industria sin demanda interna, con costos en alza y con un mercado financiero completamente cerrado?

La respuesta del Gobierno ante este tipo de situaciones ha sido la negación o el cinismo. Mientras empresas cierran, trabajadores pierden sus fuentes de ingreso y las provincias ven resentidas sus economías regionales, Javier Milei sigue repitiendo mantras libertarios como si fueran fórmulas mágicas. El superávit fiscal, por más contable que sea, no tapa las fábricas cerradas ni el drama social que eso representa.

La suspensión de actividades impacta directamente en las plantas de Papel Misionero, en la localidad de Puerto Mineral (Misiones); en Zárate (Buenos Aires); en Capitán Bermúdez (Santa Fe); y en la planta de San Luis, entre otras. Pero las consecuencias no terminan ahí. La empresa también detuvo la operación de su centro logístico y sus oficinas administrativas. La parálisis es total.

La compañía advirtió que las medidas tomadas obedecen a una “caída significativa de la demanda”, lo cual no resulta sorprendente en un contexto donde el consumo se desplomó como efecto directo del brutal ajuste promovido por el Ejecutivo. Con salarios pulverizados, inflación acumulada, tarifas desreguladas y precios en alza, el papel —como tantos otros bienes— ha dejado de ser una prioridad para los consumidores y también para las empresas que lo utilizaban como insumo.

La falta de financiamiento es otro de los dramas que enfrenta la industria nacional. Celulosa Argentina hizo referencia explícita a “la situación de iliquidez”, una palabra que se repite cada vez más en los comunicados del sector privado. Con tasas de interés estratosféricas, caída del crédito y restricciones cambiarias, no hay manera de mantener operaciones a gran escala. Y mucho menos si el Estado se retira de toda función de protección o fomento a la producción nacional.

Es cierto que la firma ya venía acumulando dificultades desde antes de este gobierno. Pero lo que hace el actual contexto es agravar y acelerar su deterioro. Y frente a eso, no hay respuesta estructural, ni ayuda de emergencia, ni siquiera un gesto político de preocupación. ¿Qué hace el Gobierno de Javier Milei mientras una de las principales firmas papeleras del país apaga sus máquinas? Nada. Celebra sus balances contables como si fueran trofeos, mientras el país real se llena de cicatrices.

El problema no es únicamente económico, es profundamente político. Porque dejar caer a empresas como Celulosa Argentina sin intervenir ni contener sus consecuencias no solo debilita el entramado productivo, sino que revela un desprecio ideológico por el rol del Estado como articulador de desarrollo. Bajo la lógica ultraliberal de Milei, cada caída es celebrada como un acto de purificación del mercado. Pero lo que se purifica aquí no es la economía: se empobrece la Nación, se aniquilan empleos, se desangra el futuro.

La situación de Celulosa Argentina no es un fenómeno aislado, sino el emergente de una política sistemáticamente orientada a desmantelar la industria nacional. No hay plan de reactivación, no hay financiamiento productivo, no hay medidas anticíclicas. Solo ajuste, motosierra y promesas vacías. Y lo que queda de ese proceso es un país cada vez más quebrado, más desigual y más triste.

La historia de Celulosa Argentina está aún en desarrollo, pero lo que ya puede afirmarse con claridad es que la parálisis de sus plantas marca un nuevo hito en el retroceso industrial argentino. No se trata de “reestructuración productiva”, ni de “eficiencia del mercado”: se trata de abandono, de desidia, de una ceguera ideológica que transforma fábricas en ruinas y trabajadores en descartables.

Y todo esto ocurre mientras el Gobierno festeja como si estuviera haciendo historia. Lo está haciendo, sí, pero de la peor manera: destruyendo un país que tanto costó construir.

Fuente:
https://www.ambito.com/negocios/celulosa-paralizo-sus-plantas-plena-crisis-y-aun-no-logro-acordar-acreedores-n6172895

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