El Conicet culminó una misión histórica en el Cañón Submarino de Mar del Plata con hallazgos inéditos, mientras la administración de Javier Milei mantiene sus recortes a la ciencia.
Durante dos semanas, miles de personas siguieron en vivo un viaje a 3900 metros de profundidad, en el que se documentaron especies únicas y se expuso el impacto humano en el océano. El éxito internacional del proyecto contrasta con el desdén oficial hacia la investigación argentina.
“¡Gracias por el apoyo!”. Con un cartel sumergido en las frías y oscuras aguas del Atlántico Sur, los científicos del Conicet cerraron una de las misiones más significativas en la historia reciente de la ciencia argentina. No fue un espectáculo improvisado ni un capricho mediático: fue el final de un trabajo meticuloso, resultado de la colaboración entre más de 30 investigadores y el Schmidt Ocean Institute, que logró llevar la mirada del mundo a un rincón oculto del planeta, el Cañón Submarino de Mar del Plata. Y mientras la tripulación científica celebraba este hito, el eco de los recortes y la indiferencia del gobierno de Javier Milei seguía golpeando la puerta de la investigación nacional.
Lo que comenzó como un relevamiento técnico se convirtió, casi sin proponérselo, en un fenómeno social. Miles de personas —de todas las edades y rincones del país— se “sumergieron” junto a los investigadores, siguiendo cada imagen transmitida desde el robot submarino ROV SuBastian, que descendió a casi 3900 metros. Allí, donde la luz apenas se atreve a entrar, aparecieron criaturas que desafiaban la imaginación: el “pulpo Dumbo” flotando con elegancia, la “estrella de mar culona” —bautizada “Patricio” por su parecido con el inseparable amigo de Bob Esponja— y una multitud de especies que hasta ese momento eran desconocidas para la ciencia.
Durante las transmisiones, que sumaron más de 80.000 espectadores, no todo fueron asombros y sonrisas. Entre los corales y bancos de peces, también surgieron recordatorios incómodos de la huella humana: microplásticos y basura marina. Las aguas profundas, que deberían ser refugio de vida intacta, mostraban así cicatrices provocadas por décadas de desidia ambiental. Esa constatación, lejos de la fantasía de un océano intocado, otorgó al proyecto un valor adicional: no sólo se trataba de descubrir, sino también de denunciar lo que estamos perdiendo.
En un país donde la ciencia suele ser invisibilizada hasta que se convierte en espectáculo, esta misión marcó un récord de audiencia y se ganó un lugar en las páginas del New York Times. Sin embargo, la repercusión internacional no detuvo la sombra política que la rodea. El propio director del Instituto de Investigaciones Marinas y Costeras, Tomás Luppi, recordó que este logro se produce en medio de una disputa abierta entre la comunidad científica y el gobierno de Javier Milei, cuyo plan de ajuste ya ha asfixiado presupuestos, suspendido proyectos y empujado a investigadores a buscar futuro en el extranjero. La ironía es tan evidente como dolorosa: mientras afuera se aplaude la capacidad argentina de hacer ciencia de nivel internacional, adentro se la desfinancia y degrada.
No es casualidad que esta misión haya generado tanto interés popular. Hubo algo profundamente humano en esa transmisión: el asombro ante lo desconocido, la complicidad con los científicos que narraban en tiempo real sus hallazgos, el orgullo de ver a compatriotas a la vanguardia de una investigación que cualquier país desarrollado envidiaría. Fue una clase magistral de divulgación, pero también una demostración de que, incluso bajo presión, la ciencia argentina se niega a rendirse.
La campaña, parte del proyecto Talud Continental IV, no se limitó a un registro visual. Se tomaron muestras de sedimentos y de agua, se identificaron especies jamás vistas y se recopilaron datos que pronto estarán disponibles en repositorios abiertos como Conicet Digital, OBIS y GenBank. Todo ese material quedará al alcance de la comunidad científica global, porque la ciencia pública —la misma que este gobierno desprecia— entiende que el conocimiento se comparte, no se privatiza.
Y esto no termina aquí. Para fines de septiembre, una nueva fase de exploración se desplegará en los sistemas de cañones Bahía Blanca y Almirante Brown, prometiendo más revelaciones sobre los abismos submarinos. Un trabajo así requiere planificación, financiamiento y, sobre todo, estabilidad institucional. Exactamente lo contrario a lo que el oficialismo ofrece. Mientras la tripulación prepara su próximo viaje, el presupuesto para la ciencia sigue siendo una incógnita, la incertidumbre ahoga equipos de trabajo y las políticas oficiales parecen decididas a convertir logros en reliquias de un tiempo mejor.
Que esta misión haya sido seguida por decenas de miles de personas no es una casualidad: es una muestra de que la sociedad argentina no es indiferente al valor de la ciencia. La pregunta incómoda es si el gobierno estará dispuesto a reconocerlo o seguirá aferrado a su cruzada contra todo lo que huela a investigación pública. Porque lo que vimos en las pantallas no fue sólo un desfile de criaturas extrañas; fue la prueba de que tenemos el talento, la tecnología y la pasión para liderar investigaciones de nivel internacional. Y, al mismo tiempo, fue un recordatorio brutal de que todo eso puede desmoronarse si la política decide darle la espalda.
En el fondo del océano, donde la presión es inmensa y la luz escasa, los investigadores del Conicet demostraron que se puede avanzar, descubrir y emocionar. En la superficie, donde la presión es política y la luz la apagan los recortes, el desafío es aún mayor: sobrevivir para que la próxima misión no sea sólo un recuerdo de lo que alguna vez fuimos capaces de hacer.
Fuente:
- https://www.lanacion.com.ar/sociedad/el-conmovedor-mensaje-con-el-que-los-cientificos-del-conicet-cerraron-la-mision-en-el-canon-nid10082025/
























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