“Pongo las manos en el fuego”: Martín Menem y el blindaje político en medio de la crisis

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En medio del escándalo por los audios que involucran a la Agencia Nacional de Discapacidad, el presidente de la Cámara de Diputados no dudó en blindar políticamente a Karina Milei y a Eduardo “Lule” Menem, calificando todo como una operación electoral. La estrategia del oficialismo se centra en negar, victimizarse y culpar a la “vieja política”.

Martín Menem apareció en los medios para enfrentar uno de los escándalos más incómodos del gobierno libertario: los audios atribuidos a Diego Spagnuolo, ex titular de la Agencia Nacional de Discapacidad, que lo mencionan a él, a su primo Lule y a Karina Milei en un presunto circuito de coimas. Lejos de un gesto de prudencia, el presidente de la Cámara de Diputados eligió una defensa enfática: repitió siete veces la frase “pongo las manos en el fuego” para desestimar las acusaciones. La apuesta del oficialismo es clara: convertir una sospecha de corrupción en un relato de conspiración política.

El escándalo de los audios explotó como una bomba en la escena política a tan solo dos semanas de las elecciones, y el oficialismo reaccionó con una rapidez calculada. Las grabaciones atribuidas a Diego Spagnuolo, recientemente desplazado de la Agencia Nacional de Discapacidad, abrieron la puerta a sospechas sobre un supuesto circuito de retornos ilegales vinculados a la compra de medicamentos. En esas grabaciones se mencionan directamente a Eduardo “Lule” Menem, asesor cercano a Karina Milei, y a la propia secretaria general de la Presidencia. La situación golpea en el corazón mismo del poder, y es ahí donde Martín Menem decidió plantar batalla.

Lejos de mostrarse cauto, el presidente de la Cámara baja eligió un tono desafiante. Una y otra vez repitió la misma fórmula: “pongo las manos en el fuego por Karina y por Lule”. La insistencia revela tanto la necesidad de blindaje político como la fragilidad del terreno en el que se mueven. Porque lo que está en discusión no es solo la autenticidad de un audio —que el propio Menem reconoce no poder asegurar—, sino el contenido de fondo: la sospecha de que el gobierno libertario, autoproclamado paladín contra la corrupción, podría estar involucrado en prácticas que prometía erradicar.

Menem no dudó en calificar la denuncia como una “monumental operación política” destinada a ensuciar la gestión de Javier Milei. Según él, la maniobra no es casual: ocurre justo cuando el oficialismo busca consolidar poder en las urnas y cuando “la vieja política” se siente amenazada. Esta narrativa, que mezcla victimización con épica refundacional, es el guion con el que La Libertad Avanza busca amortiguar cada golpe. Sin embargo, la reiteración del discurso conspirativo no logra despejar la sospecha central: ¿por qué un funcionario de máxima cercanía al presidente fue separado de su cargo en medio de semejante denuncia?

El intento de diferenciarse del kirchnerismo apareció como un recurso recurrente. Martín Menem insistió en que, a diferencia de lo que hubiera hecho la oposición, el oficialismo no cuestiona a la Justicia y ya desplazó a Spagnuolo. Sin embargo, la jugada se parece más a un movimiento defensivo para ganar tiempo que a una muestra de transparencia. Separar a un funcionario no resuelve el escándalo de fondo: las grabaciones existen, fueron difundidas y mencionan nombres concretos que el oficialismo no puede borrar con declaraciones de fe.

En su intervención, Menem fue más allá de la coyuntura. Colocó el episodio dentro de un marco de confrontación histórica: la batalla contra los feudos, los privilegios y la “corporación política”. Con frases grandilocuentes aseguró que lo que está en juego es “jubilar a la vieja política” y “cambiar la Argentina para siempre”. La retórica del enemigo interno cumple una doble función: justificar las tensiones internas dentro de La Libertad Avanza —que no son pocas— y convertir cada denuncia en parte de una guerra cultural contra un sistema que, según ellos, se resiste a morir.

No faltó la apelación al apellido. “Tienen un embarazo psicológico con los Menem”, disparó Martín, recordando con nostalgia los años noventa como la “única etapa en que la Argentina fue un país normal”. La reivindicación explícita de aquella década, marcada por políticas de ajuste y privatizaciones, suena como un eco incómodo para una sociedad que aún paga las consecuencias de esas decisiones. La defensa cerrada a su primo Lule y a Karina Milei se entremezcla así con un intento de resignificar el peso del apellido Menem, ubicándolo como bandera de una supuesta estabilidad perdida.

El gobierno intentó mostrar cohesión: antes de que Menem saliera al aire, figuras clave como Karina Milei, Federico Sturzenegger y Luis Caputo amplificaron su mensaje en redes sociales. La estrategia es clara: cerrar filas y proyectar unidad frente a un escándalo que, de no ser contenido, puede erosionar la narrativa de “transparencia” con la que Milei intenta sostenerse ante la opinión pública. Incluso el propio presidente reposteó publicaciones de Menem, un gesto de respaldo que muestra la magnitud de la preocupación en la cima del poder.

Sin embargo, la sombra de Spagnuolo no se desvanece con facilidad. El exfuncionario, que según Menem visitó la Quinta de Olivos en numerosas ocasiones y hasta ofició como abogado de Milei, queda en el centro de la tormenta. Los audios lo muestran describiendo un esquema que, de confirmarse, desnudaría una contradicción brutal: el mismo gobierno que prometió dinamitar la casta estaría replicando sus prácticas más oscuras. Que la Justicia deba investigar es un hecho indiscutible, pero el intento del oficialismo de encuadrar todo como una “burda operación” no alcanza para despejar el olor a pólvora que dejan las grabaciones.

El episodio expuso también las tensiones dentro del propio espacio libertario. Lilia Lemoine había deslizado la posibilidad de que la operación proviniera desde adentro, apuntando a Marcela Pagano. Aunque Menem descartó esa hipótesis, reconoció que las tensiones existen, fruto de los cierres de listas y de la puja por cargos. Admitir las fricciones internas es un gesto de realismo, pero también un síntoma de que el frente libertario no es tan compacto como pretende mostrar.

En su afán por instalar la idea de una ofensiva generalizada contra los Menem, Martín hasta vinculó otras acusaciones recientes, como la supuesta responsabilidad de una empresa de seguridad ligada a su hermano en un violento partido de fútbol. Para él, todo forma parte de la misma campaña sucia. Esa actitud de meter todas las críticas en un mismo saco puede servir para reforzar la narrativa de persecución, pero también deja la sensación de que el oficialismo carece de respuestas concretas frente a los hechos puntuales que lo comprometen.

La frase que repitió hasta el cansancio —“pongo las manos en el fuego”— no despeja dudas. Más bien, las intensifica. Porque en un contexto de sospechas, lo que la ciudadanía demanda no son gestos de lealtad personal, sino pruebas, transparencia y una investigación judicial sin condicionamientos. La defensa apasionada de Martín Menem puede calmar momentáneamente la ansiedad del círculo libertario, pero difícilmente logre convencer a quienes ven en este escándalo la primera gran grieta en el relato de pureza que vendía el gobierno de Milei.

En definitiva, lo que se juega en este caso no es solo la suerte de un funcionario desplazado o el prestigio de un apellido. Se juega la credibilidad de un gobierno que llegó al poder prometiendo limpiar la política y que, apenas dos años después, aparece rodeado por el mismo barro que decía combatir. La pregunta que queda flotando es brutal: ¿qué quema más, los audios que salieron a la luz o el fuego en el que Martín Menem insiste en meter las manos?

Fuente:
https://www.infobae.com/politica/2025/08/25/martin-menem-hablo-del-escandalo-de-los-audios-pongo-las-manos-en-el-fuego-por-lule-y-por-karina-milei/
https://www.lanacion.com.ar/politica/martin-menem-denuncio-una-operacion-politica-tras-el-escandalo-pongo-las-manos-en-el-fuego-por-nid25082025/

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