La histórica empresa Industria Montecarlo SACI decidió apagar las máquinas en su planta de Eldorado. Durante 30 días, los 12 trabajadores calificados que sostienen la producción quedarán suspendidos sin un peso en el bolsillo. La explicación oficial apunta a la caída de ventas y al aumento descontrolado de costos.
La noticia cayó como un baldazo de agua helada en Eldorado. Industria Montecarlo SACI, una de las firmas con más trayectoria en la forestoindustria misionera, resolvió paralizar por completo su producción de palitos de madera, cucharitas, escarbadientes y otros insumos que alimentan tanto el consumo interno como las necesidades de su casa matriz en Buenos Aires y del mercado de exportación. La decisión, que se extenderá desde el 18 de agosto hasta el 22 de septiembre, arrastra consigo a sus 12 operarios, quienes fueron notificados de que no percibirán su salario durante ese lapso. Se trata de trabajadores calificados que, de un día para el otro, fueron arrojados a la incertidumbre absoluta.
No se trata de una medida improvisada ni de un capricho empresarial. Según comunicó el apoderado de la firma, la drástica determinación responde a una doble pinza asfixiante: una caída prolongada y sostenida en las ventas durante los últimos dos años y un incremento feroz de más del 100% en los costos directos e indirectos en apenas doce meses. El resultado es el mismo que se repite a lo largo y ancho del país: fábricas paralizadas, empleados suspendidos y comunidades enteras sumidas en la angustia. Lo que en papeles se justifica como una “suspensión” es, en los hechos, una condena social que desnuda cómo la recesión se lleva puestos a los eslabones más débiles de la cadena.
La planta de Eldorado no es una más. Con más de cuatro décadas de historia, Industria Montecarlo se convirtió en un símbolo de continuidad productiva, resistiendo crisis de distinta índole. Sin embargo, lo que hoy enfrenta no es un simple bache económico, sino la combinación explosiva de una política económica nacional que castiga la producción y un mercado interno que se achica día tras día. La excusa de la “falta de demanda” funciona como pantalla para ocultar la verdadera raíz del problema: un modelo económico que destruye el poder adquisitivo de los trabajadores y anula la capacidad de consumo. ¿Quién compra productos de madera si el bolsillo no alcanza ni para lo básico?
El caso de Eldorado resume una radiografía dolorosa. Doce familias, de un momento al otro, ven desaparecer sus ingresos. El aviso fue frío: presentarse recién a finales de septiembre. Ni un peso de por medio, ni siquiera un paliativo que amortigüe el golpe. En una ciudad que depende fuertemente de la forestoindustria, esta suspensión significa mucho más que un ajuste contable. Es una señal de alarma que anticipa el futuro inmediato de un sector que ya acumula heridas abiertas. El cierre temporal no sólo implica máquinas apagadas: implica ollas vacías, cuentas impagas y la certeza de que la “recuperación económica” prometida desde arriba es un relato que no llega a los barrios.
En este contexto, la actitud de la empresa desnuda otra problemática que rara vez se dice en voz alta: la precarización camuflada en la legalidad de las suspensiones. Bajo la etiqueta de “no goce de sueldo”, lo que se ejecuta es un despido encubierto de corta duración. Una manera prolija de trasladar la crisis al trabajador sin asumir costo alguno. Se habla de “suspensión por 30 días” pero en el día a día significa angustia, deuda, migración forzada hacia changas y un deterioro emocional que ningún balance contable registra. El drama de estos 12 trabajadores es el drama de miles en el país: ser descartables en un sistema donde la variable de ajuste siempre son las personas.
Resulta inevitable subrayar el trasfondo político. Las recetas económicas que hoy empujan al abismo a empresas históricas como Montecarlo SACI no son neutrales ni inevitables: son consecuencia directa de un modelo de gobierno que privilegia la especulación financiera y abandona la producción. Cuando se prioriza la bicicleta financiera por encima de la industria nacional, lo que se genera no es crecimiento sino desguace. La recesión del mercado interno no es un accidente: es la consecuencia de políticas de ajuste que destruyen el salario real, pulverizan la capacidad de compra y obligan a empresas a parar sus máquinas porque simplemente no hay quién consuma.
En Eldorado, la noticia golpeó con fuerza porque toca fibras profundas. La forestoindustria no sólo genera trabajo, también construye identidad. Que una fábrica con 41 años de historia decida detenerse refleja que ni la tradición ni la experiencia alcanzan para sobrevivir cuando la política económica de un país castiga de manera sistemática a quienes producen. La supuesta “libertad de mercado” que pregona el gobierno se traduce, en los hechos, en fábricas cerradas y trabajadores en la calle. Una libertad que sirve a pocos y condena a muchos.
La postal es devastadora: máquinas paradas, un silencio industrial que ensordece y 12 familias sumidas en la incertidumbre. No hay promesas oficiales que amortigüen el impacto, no hay políticas públicas que contengan, no hay un Estado que garantice derechos básicos. Lo único que existe es la cruda realidad de un mercado interno derrumbado y un modelo que convierte a cada trabajador en un número descartable. La empresa suspende, el gobierno ajusta y la sociedad paga. La ecuación es simple y brutal.
Lo que ocurre en Eldorado no es un hecho aislado, sino una pieza más del rompecabezas nacional. La recesión es un fenómeno extendido que atraviesa múltiples sectores productivos. El caso de Montecarlo SACI es apenas la punta visible de un iceberg que hunde a la Argentina en una crisis industrial sin precedentes. Mientras tanto, desde los discursos oficiales se insiste en que “los sacrificios valen la pena” y que “lo peor ya pasó”. La distancia entre ese relato y la vida concreta de los trabajadores es abismal. Las ollas vacías, los recibos de sueldo inexistentes y las facturas acumuladas son la prueba más contundente de que la realidad no se ajusta al libreto del poder.
Industria Montecarlo, con 41 años de historia, atraviesa una de las peores crisis de su trayectoria. Que una firma con semejante experiencia y trayectoria tenga que suspender toda su actividad por 30 días debería ser un llamado de atención urgente. Porque si una empresa con décadas de consolidación está al borde del colapso, ¿qué le espera a las más pequeñas, las que no tienen espaldas ni historia para resistir? Lo que ocurre en Eldorado es la evidencia más palpable de que el modelo económico actual es insostenible para quienes producen, para quienes trabajan y para quienes dependen del mercado interno para subsistir.
La paradoja es cruel: mientras se llenan la boca hablando de “inversión extranjera” y “apertura al mundo”, las fábricas locales caen como fichas de dominó. Eldorado es hoy la muestra viva de esa contradicción. Una ciudad que alguna vez fue sinónimo de trabajo y producción hoy se enfrenta a la pesadilla de fábricas paralizadas y familias enteras en vilo. Y lo más preocupante es que nada indica que se trate de un hecho aislado o pasajero. Muy por el contrario, todo apunta a que la suspensión de Montecarlo SACI es apenas un anticipo de lo que viene si no se modifica el rumbo económico.
La crisis tiene rostro humano y nombre propio. Son los 12 trabajadores calificados que, tras recibir la notificación, volvieron a sus casas con la certeza de que hasta finales de septiembre no verán un peso en su cuenta. Son las familias que hacen malabares para sostenerse sin ingresos, son los hijos que verán ajustado su plato de comida. Esa es la realidad que queda oculta detrás de las frías cifras y los eufemismos técnicos. Lo que en los comunicados aparece como “suspensión por falta de demanda” en la vida cotidiana se traduce en angustia, impotencia y desesperanza.
En definitiva, lo que ocurre en Eldorado no es sólo el problema de una empresa. Es un síntoma del fracaso de un modelo que sacrifica a la industria nacional en el altar del ajuste. Un modelo que, mientras se jacta de “ordenar las cuentas”, desordena la vida de miles de trabajadores. Industria Montecarlo apaga sus máquinas, pero lo que verdaderamente se apaga es la esperanza de un país que alguna vez creyó en el valor del trabajo como motor de progreso.






















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