Consumo en caída libre y precios contenidos: la extraña receta de Milei para una economía que no arranca

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Aunque desde la Casa Rosada aseguran que no hay convalidación monetaria y que el proceso de desinflación es “sólido”, la presión del dólar, el desconcierto en las empresas y la caída del consumo pintan otro escenario. Las listas de precios vuelan por WhatsApp, pero las ventas no acompañan. Un modelo que castiga el bolsillo sin encender la economía.

Desde el entorno presidencial insisten en un mantra: “la inflación es un fenómeno estrictamente monetario”. Bajo esa lógica, repiten con convicción casi dogmática que, como la base monetaria está fija desde hace doce meses, los precios deberían desacelerarse inevitablemente. No importa si el dólar pega un salto, si los alimentos suben, si los salarios caen o si el consumo se desploma. Para Milei y su equipo económico, lo único que vale es la matemática de los agregados monetarios. Y si algo no cierra, el problema es del que consume. O peor: del que ya no puede consumir.

Pero mientras el Presidente y sus economistas celebran sus gráficos, en las góndolas se vive una película muy diferente. Las remarcaciones de precios volvieron a activarse con fuerza tras el último sacudón cambiario. Aunque desde algunos supermercados aseguran que están rechazando nuevas listas y que “no se está convalidando nada”, otras fuentes del sector reconocen que hubo aumentos significativos por parte de varias empresas: Unilever con subas del 7 al 8%, Mastellone entre 3 y 4%, Danone con movimientos similares, Arcor entre 3 y 5% y otras marcas que circularon listas con ajustes de hasta 9%. Esas remarcaciones, aunque intentan justificarse con movimientos previos al alza del dólar, revelan la fragilidad de un modelo económico donde cualquier sacudida se traslada —rápida o lentamente— al bolsillo del ciudadano.

La respuesta oficial ante estos incrementos roza el cinismo técnico. “¿Te asustaste y remarcarte? Menger te va a pasar la factura”, dijo una fuente económica cercana a Milei, en referencia al economista austríaco Carl Menger, fundador de la escuela marginalista. Una cita académica que intenta ridiculizar al empresario que ajusta sus precios ante la incertidumbre cambiaria. Pero también una frase que desconoce —o desprecia— la realidad económica de millones de argentinos: el miedo no está en los márgenes empresariales, sino en el vacío de las heladeras.

El gobierno asegura que, si sube el precio de un bien, otro bajará porque el dinero circulante es siempre el mismo. Es decir, la inflación es un juego de suma cero. Pero la calle no responde con fórmulas: responde con changuitos vacíos. Las grandes cadenas reconocen que hay una migración masiva hacia segundas marcas o marcas blancas. El consumo masivo, base fundamental del tejido económico y social argentino, atraviesa un proceso de contracción tan silencioso como alarmante. Las empresas lo saben, y por eso tantean con aumentos controlados. Pero el margen se agota. No hay volumen. No hay ventas. No hay respiro.

Desde el oficialismo creen que la montaña de pesos heredada del «Plan Platita» de la gestión anterior tenía un efecto retardado de entre 18 y 24 meses sobre la inflación. Y que ellos, tras solo doce meses de disciplina monetaria, ya empezaron a torcer el rumbo. Pero incluso si esa interpretación fuese cierta —y es más una fe que una ciencia—, el daño colateral que está generando el ajuste es profundo. La economía real no se maneja con gráficos de Excel. No se vive en términos de agregados monetarios, sino de necesidades insatisfechas.

La industria alimentaria, representada por Copal, intentó bajarle el tono a las remarcaciones. En un comunicado sostuvo que “no observamos un aumento generalizado de precios” y que cada empresa define sus ajustes según su estructura de costos. También remarcaron que “la transmisión a precios no es automática, proporcional ni lineal”, lo cual es técnicamente cierto. Pero las estadísticas también son claras: los alimentos y bebidas han mantenido una inflación por debajo del nivel general, aunque eso no implica que los precios hayan bajado, sino que han subido más lento. Y para una población empobrecida, incluso esa moderación es insuficiente.

Las listas de precios que circulan por WhatsApp entre supermercados, distribuidores y funcionarios del Ministerio de Economía cuentan una historia distinta. Una historia que no aparece en los comunicados, pero que se percibe en cada compra, en cada ticket, en cada familia que estira lo que no alcanza. Una historia de aumentos silenciosos, de estrategias comerciales que intentan evitar titulares pero que impactan de lleno en la mesa diaria.

La ortodoxia económica del gobierno no admite excepciones. Ni siquiera frente a la evidencia. Desarmaron las LEFI, liberaron $10 billones, y aunque aseguran que eso no tendrá impacto inflacionario porque se reemplazó por encajes no remunerados, lo cierto es que ese mismo movimiento alimentó la reciente corrida cambiaria. El mercado respondió con una estampida hacia el dólar, y los precios lo reflejaron al instante. La política monetaria puede estar “fija”, pero los efectos de esas decisiones no se limitan al papel.

Todo este esquema tiene una consecuencia directa: el derrumbe del consumo. Sin recuperación sustentable a la vista, con salarios pulverizados y empleo informal en aumento, la economía argentina se desliza hacia un territorio conocido, pero cada vez más riesgoso: el de la recesión con inflación reprimida. Una bomba de tiempo que el gobierno se niega a ver mientras se regodea en su gesta monetarista.

La narrativa de la desinflación se construye sobre un terreno resbaladizo. Puede haber meses como marzo donde los precios bajan. Pero también puede haber estallidos, como los que provocó la suba del dólar. El propio equipo económico admite que estas oscilaciones serán “transitorias”. ¿Pero qué significa eso para quien tiene que comprar la leche o el pan todos los días? Nada. Absolutamente nada. Porque la economía real no espera a que cierren las ecuaciones técnicas. Exige respuestas concretas.

El discurso oficial es claro: no habrá convalidación monetaria. Pero lo que no dicen es que tampoco hay plan para reactivar el consumo, ni para frenar la caída del poder adquisitivo, ni para proteger a quienes hoy están más expuestos. La estrategia es aguantar. A cualquier costo. Con un desprecio evidente por las consecuencias sociales. Como si la estabilidad de los precios fuera un fin en sí mismo, aunque se logre a costa de vaciar las mesas, las góndolas y los estómagos.

Mientras tanto, la pelea por los precios continúa. Los empresarios tantean, los supermercados negocian, y los consumidores ajustan donde pueden. En este juego desigual, el gobierno juega de árbitro ausente. Porque si algo caracteriza al modelo Milei es que no cree en la intervención del Estado. Ni siquiera para moderar el hambre.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/economia/la-suba-del-dolar-desato-una-pelea-en-las-gondolas-nid04082024/

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