El supuesto “milagro económico” del gobierno libertario muestra sus grietas: mientras el Presidente celebra supuestos logros financieros, las pymes mueren en silencio. Ayerra, el funcionario designado para fortalecerlas, admite el colapso. La gestión Milei vuelve a exponer su fracaso con una posible renuncia que delata el costo humano del ajuste.
La narrativa oficialista se deshace ante la cruda realidad: 13.000 pequeñas y medianas empresas cerraron sus puertas durante los primeros seis meses del gobierno de Javier Milei. Esta cifra, escalofriante en sí misma, no la difundió un opositor, ni un sindicalista, ni un economista crítico. La confirmó el propio secretario de la Pequeña y Mediana Empresa, Tomás Ayerra, quien —según trascendió— evalúa abandonar su cargo. La devastación del entramado productivo nacional ya no puede disimularse ni siquiera desde el interior del propio gobierno.
La supuesta épica del “ajuste necesario” cae hecha trizas frente a esta cifra. Cada pyme que cierra no es solo un número. Son familias en la calle, sueños destruidos, historias truncadas. Es producción nacional que se pierde, empleos que se esfuman, industrias que quedan a merced de importaciones sin control o de un mercado interno devastado por la recesión y el consumo desplomado. Y si Ayerra, el funcionario encargado de asistir y sostener a ese universo clave para la economía argentina, está a punto de irse, el mensaje es claro: ni siquiera desde adentro creen en el plan libertario.
Según el portal Mundo Empresarial, la salida de Ayerra aún no es oficial, pero se da en un contexto de fuerte deterioro del aparato productivo y en medio de una ola de versiones que hablan de su inminente reemplazo. El dato más contundente —que el propio Ayerra reconoció en declaraciones radiales— es que desde la asunción de Milei ya bajaron la persiana 13.000 empresas. Un sinceramiento brutal, una confesión que desarma cualquier relato optimista.
La situación no es menor. Tomás Ayerra no es un técnico cualquiera. Llegó al cargo de la mano del secretario de Industria, Juan Pazo, y su figura había sido presentada como parte del nuevo equipo económico “pro mercado”, con promesas de desburocratización, estímulo a la inversión privada y eliminación de trabas estatales. Sin embargo, la gestión libertaria, lejos de dinamizar el sector pyme, parece haber sido su sentencia de muerte.
La lógica de Milei —ese ajuste quirúrgico que supuestamente solo afectaría a la casta— está demostrando su rostro más crudo: el cuchillo no va contra la corrupción, sino contra la producción. Contra quienes dan empleo real, generan valor agregado y sostienen las economías regionales. El cierre de 13.000 pymes no es un daño colateral. Es un crimen económico.
Este panorama confirma lo que muchas cámaras empresarias vienen advirtiendo, aunque con temor a represalias. La motosierra no distingue entre gastos superfluos y sectores productivos. Se lleva puesto todo. Subsidios eliminados sin transición, acceso al crédito congelado, tarifas dolarizadas, caída estrepitosa de la demanda y una apertura comercial que amenaza con destruir lo que aún queda de industria nacional. Esa es la tormenta perfecta que arrasa con las pymes.
No sorprende que Ayerra esté pensando en dar un paso al costado. En las últimas semanas, distintas fuentes indican que se encuentra desgastado, sin poder real de decisión y cada vez más aislado dentro de la estructura oficial. La Secretaría que encabeza parece hoy una oficina vaciada, sin herramientas ni recursos. Una cáscara vacía que ya no puede hacer frente a la magnitud del desastre. Su posible renuncia es la expresión más clara del fracaso de la política industrial de Milei, si es que alguna vez existió una.
Resulta casi cínico que mientras el Presidente se jacta de sus supuestos “superávits gemelos” y festeja frente a CEOs y financistas en conferencias internacionales, el tejido pyme —que emplea al 70% de los trabajadores privados del país— agoniza sin ayuda. La desconexión entre la macro que dibujan desde el Ministerio de Economía y la micro que se vive en las calles es abismal. Mientras Milei le habla a los mercados, las fábricas apagan sus máquinas.
El colapso del entramado pyme no es solo una cuestión económica. Tiene consecuencias sociales profundas. El cierre de cada empresa arrastra consigo despidos, pérdida de ingresos, aumento de la informalidad y desintegración del entramado comunitario. Las pymes no solo producen bienes y servicios; también son nodos de contención social, generadoras de identidad local y dinamizadoras de la economía popular. Su desaparición masiva representa un drama de dimensiones históricas.
En este contexto, el sincericidio de Ayerra resulta revelador. La cifra de 13.000 cierres no fue impuesta por la oposición ni inflada por los medios críticos. Fue admitida por el propio secretario Pyme. Un dato oficial que tira abajo el relato del éxito. Y si encima ese mismo funcionario está pensando en renunciar, el mensaje es claro: ni desde adentro del gobierno pueden seguir sosteniendo la farsa.
Pero la renuncia de Ayerra —si finalmente se concreta— no resuelve nada. Su salida sería apenas un síntoma, no una solución. El problema no es un funcionario, sino el modelo económico que encarna Javier Milei. Un modelo que desprecia el Estado, fetichiza el mercado y abandona a su suerte a quienes no encajan en el Excel de la eficiencia monetaria.
Estamos ante una tragedia anunciada. La destrucción del aparato productivo no es una consecuencia inesperada del plan económico libertario. Es su resultado natural. Cuando se reduce el Estado a la mínima expresión, se eliminan políticas activas y se consagra el darwinismo económico como doctrina, lo que sobreviene es esto: cierres, despidos, exclusión.
Si el gobierno insiste en su rumbo, la renuncia de Ayerra será apenas la primera ficha de un dominó que ya empezó a caer. Porque no hay épica posible en un país sin pymes, sin producción y sin trabajo. Y porque ningún relato de libertad puede sostenerse sobre las ruinas de 13.000 empresas.






















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