En Merlo, el peronismo bonaerense selló una mesa colegiada con Máximo Kirchner, apostó a la campaña “Cristina libre” y denunció persecución política bajo el gobierno de Javier Milei. Tras una unidad trabajada con tensión, el PJ se prepara para resistir la embestida libertaria y blindar a Kicillof ante la tormenta política.
En la Argentina de Javier Milei, donde la política parece cada día más un ring que un parlamento, el peronismo bonaerense se atrincheró en Merlo. No fue casual. No es casual nada en un país en el que la libertad de una ex presidenta pende de un hilo judicial, en el que detenciones selectivas de concejalas como Eva Mieri se convierten en símbolos de advertencia y en el que hasta el nombre de la fuerza política necesita un lifting urgente para sobrevivir a la demolición discursiva libertaria.
En el Teatro Municipal de Merlo, entre butacas atestadas y la expectativa que chisporroteaba en el aire, el PJ bonaerense se sentó a discutir cómo seguir existiendo. Porque de eso se trata todo, de existir, de no ser aniquilados ni por la topadora judicial ni por el tsunami ideológico que Javier Milei ha desatado con una furia que roza el éxtasis libertario. A tres días del plazo legal para inscribir alianzas, Máximo Kirchner y Axel Kicillof dieron un paso que nadie quería pero todos sabían inevitable: parieron una mesa colegiada. Una especie de comité de crisis, de frente de resistencia, de mesa chica donde se digitan decisiones que pueden definir el futuro inmediato de la provincia más poblada del país y, quién sabe, del peronismo entero.
No fue un paseo de unidad romántica. Hubo tensión, hubo tironeos y hubo –como siempre en la liturgia justicialista– demoras teatrales. El axelismo prefería La Matanza. El kirchnerismo duro, Merlo. Se impuso Merlo, con el “Tano” Menéndez haciendo valer su localía. Espinoza, hombre fuerte de La Matanza, tuvo que manejarse con la diplomacia de un equilibrista en medio de la tormenta. Así es el peronismo: poder territorial, negociaciones infinitas y la amenaza constante de la fractura.
La decisión más trascendental fue la creación de la mesa colegiada integrada por Máximo Kirchner, Verónica Magario, Mariel Fernández, Gabriel Katopodis y Federico Otermín. Cinco nombres que funcionan como un mapa de poder interno: Magario y Katopodis orbitan alrededor de Kicillof; Fernández y Otermín, del universo Máximo. Y todos, inevitablemente, con la sombra tutelar de Cristina, aunque ella esté tras las rejas de una prisión domiciliaria que se convirtió en la cruz que carga el peronismo bonaerense.
La orden es garantizar ecuanimidad entre los sectores. Equilibrio, contrapesos. Una alquimia imposible que el PJ intenta practicar mientras afuera retumban los discursos libertarios que señalan a la política como un cáncer a extirpar. No es solo semántica. En Merlo se habló con crudeza de persecución. Se denunció el encarcelamiento de militantes, de dirigentes, de Cristina. Fue un congreso atravesado por el miedo y la bronca, sentimientos que hace rato se mezclan en la militancia peronista como nafta y chispa.
Cristina Álvarez Rodríguez, Mariel Fernández, Magario, Fassi, Vilar, Sujarchuk. Nombres que pueblan el álbum de fotos del congreso y que definen las coordenadas del poder peronista. No faltó nadie de peso. Hasta 236 congresales se conectaron en remoto para no perderse la cita que, según los cálculos, reunió 691 votos y superó el quórum con holgura. Esas cifras son el dato frío. El calor lo pusieron los discursos, especialmente el de Mariel Fernández, que no escatimó pólvora: “Cristina no está sola. En cada rincón de la patria pedimos por su libertad. El pueblo humilde no olvida y no tiene dudas de que es inocente, de que la metieron presa porque nos defiende y nosotros vamos a cuidar a quienes nos cuidaron”. Palabras cargadas de emoción y de estrategia política. Porque Cristina, incluso privada de su libertad, sigue siendo la figura alrededor de la cual gira el destino del peronismo bonaerense.
El congreso también fue escenario para el caso Eva Mieri, la concejal quilmeña detenida. Bienvenido “Bebe” Rodríguez Basalo, abogado y presidente del Colegio de Abogados de Quilmes, subió al escenario para denunciar la “privación ilegal de la libertad” de Mieri. La escena tuvo ribetes dramáticos. Porque en este país, una concejala puede dormir en una celda por su militancia. Y eso, para el peronismo, es un límite que no está dispuesto a dejar correr.
Adrián Pérez, secretario general de la UOM quilmeña, hizo temblar el teatro con su exigencia de volver a parir un nuevo peronismo, uno capaz de ganar. Porque eso está en el corazón del drama peronista actual: no basta con resistir, hay que ganar. Y la maquinaria electoral necesita nombres, frentes, apoderados cruzados, como bien lo subrayan los armadores políticos de Kicillof. Para que el miércoles próximo no haya tropiezos en la inscripción de la alianza, deberá estar garantizado ese equilibrio quirúrgico que evite exclusiones fatales.
Mientras tanto, afuera, Milei afila su retórica de demolición. Se despacha contra Kicillof cada vez que puede, especialmente usando la causa del Ciadi y las sentencias de Loretta Preska como munición gruesa. “No puede haber un solo militante de la provincia de Buenos Aires que no defienda al gobernador y a su gestión”, tronó Menéndez en Merlo, dejando claro que la suerte de Kicillof y la del peronismo bonaerense están atadas con el mismo hilo.
Queda flotando una certeza amarga: la unidad que el PJ bonaerense exhibió en Merlo es, en parte, producto del terror que genera el gobierno de Javier Milei. No es unidad nacida de la confianza, sino del instinto de supervivencia. Porque Milei no solo quiere pulverizar el Estado. Quiere triturar a la política. Y el peronismo lo sabe mejor que nadie: si el libertario logra imponer su relato, si logra convencer a los argentinos de que la política es solo una mafia, no habrá mesa colegiada ni apoderados cruzados que salven al partido más poderoso de la historia argentina.
Así, entre discursos inflamados, nombres pesados y la omnipresente figura de Cristina, el PJ bonaerense cierra filas. Conscientes de que, esta vez, no se juegan solo una elección. Se juegan su existencia. Porque en la Argentina de Milei, hasta existir se volvió subversivo.
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