Milei y Pullaro no convencen: la baja participación en Santa Fe expone el desencanto con ambos gobiernos

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La jornada electoral del domingo 26 de octubre de 2025 en la provincia de Santa Fe y en todo el país dejó al descubierto más signos de la crisis de representación y movilización ciudadana que una efervescencia democrática. Con las urnas cerradas a las 18 h, más de 36 millones de argentinos estaban habilitados para renovar 127 bancas de la Cámara de Diputados y 24 escaños del Senado, bajo el nuevo sistema de boleta única de papel (BUP) estrenado en elecciones nacionales.

El dato más alarmante es el de la participación: cerca del 66 % del padrón nacional concurrió a votar, lo que implica que más de doce millones de ciudadanos habilitados decidieron no emitir su sufragio.  En la provincia de Santa Fe, la implantación de la BUP, aplaudida por sectores oficiales como un avance en transparencia y agilidad, encontró una jornada que si bien se desarrolló sin mayores incidentes, mostró un ritmo de concurrencia moderado y desigual entre regiones.

Este escenario no puede entenderse sin la tensión estructural que atraviesa el sistema político nacional: en un clima de fuerte polarización —donde la elección se lee como test de fuerza del gobierno del presidente Javier Milei y de su coalición La Libertad Avanza—, los debates y disputas locales quedan subsumidos por la gran narrativa federal del “cambio” versus el “establishment”. En ese contexto la presencia de una boleta uniforme es bienvenida, pero no basta para revertir el desgaste de la participación.

Que menos de siete de cada diez ciudadanos habilitados hayan votado, en un sistema donde el sufragio es obligatorio, es una señal clara de desencanto o desconexión: la gente no se siente convocada o bien ve el acto de votar como rutina sin contenido transformador. A ello se suma que el debut de la BUP —aunque técnicamente exitoso en su despliegue— no pareció transformar el sentido de la elección: la boleta única operó como mecanismo, pero no incentivó por sí sola una mayor movilización.

Para Santa Fe, provincia que renovaba nueve bancas nacionales, la jornada plantea interrogantes particulares. La lucha electoral se efectuó en un espacio donde el debate se mezcla entre lo provincial —infraestructura, educación, agro, trabajo— y lo nacional, el legado inmediato y el futuro del país. Pero la lectura inmediata indica que ese segundo eje dominó la escena. Si la elección era vista mayormente como un plebiscito indirecto sobre el gobierno nacional, ¿qué espacio queda para la agenda propia del interior y sus urgencias concretas? Esa pregunta emerge con fuerza.

A su vez, el alto ausentismo implica que la victoria de una u otra fuerza, aunque relevante, no cuenta con un respaldo masivo de la ciudadanía: los resultados pierden algo de legitimidad en clave de movilización y compromiso. El paisaje electoral sugiere que el poder se define más entre quienes concurren que por la mayoría del electorado, y que los márgenes de acomodamiento político están siendo ocupados por el núcleo activo mientras que la mayoría espera o se abstiene.

En definitiva, la elección legislativa en Santa Fe transcurrió con normalidad operativa pero con una movilización que resulta explicativa de un sistema político que no logra, en esta coyuntura, involucrar al ciudadano de a pie. La boleta única trae mejoras formales, pero no resuelve por sí sola la desconexión entre el cuerpo electoral y la construcción de una cultura de participación más robusta. Si lo que se definía era el rumbo del país, cabe preguntarse si ese rumbo refleja también la voz de los sectores que optaron por quedarse al margen.

Fuentes: La Nación (“Votó el 66% del padrón”) ; El Litoral (“Poca participación y polarización nacionalizada…”)

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