Milei, Bullrich y Petri desmantelan las fuerzas de seguridad con ajuste, abandono y cinismo

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La triada compuesta por Javier Milei, Patricia Bullrich y Luis Petri avanza con una política de ajuste feroz sobre las Fuerzas Armadas y las fuerzas de seguridad. Detrás de los discursos grandilocuentes sobre defensa nacional y lucha contra el narcotráfico, se esconde una realidad marcada por la precarización, el abandono y el vaciamiento sistemático del sistema de defensa.

Pocas imágenes resumen mejor la contradicción del gobierno de Javier Milei que un militar vendiendo empanadas en la puerta de una unidad del Ejército para subsistir. Mientras el presidente clama por un «Estado mínimo» y se presenta como el gran defensor del orden, sus políticas están licuando desde adentro a las propias fuerzas armadas y de seguridad que dice venir a fortalecer. Bajo la tríada conformada por Milei, Patricia Bullrich y Luis Petri, se está llevando a cabo un vaciamiento sin precedentes de los recursos, los salarios y la operatividad de las instituciones militares y policiales del país. Y lo más grave: con un cinismo revestido de marketing que busca ocultar una realidad dramática.

La ministra de Seguridad, que gusta de presentarse como la encarnación misma de la mano dura, permitió un congelamiento de haberes de los gendarmes, prefectos y policías federales durante los primeros seis meses del año. Recién luego de amenazas de rebelión interna, tuvo que otorgar aumentos que, paradójicamente, rompieron el propio techo salarial que el gobierno les impone al resto de los trabajadores estatales. ¿Doble vara? No. Una lógica: disciplinamiento, abandono y luego concesión limitada como forma de control. En paralelo, se postergan las compras de equipamiento básico y se cierran cursos de formación de agentes por falta de presupuesto. El resultado: personal mal pago, mal equipado y con una moral por el piso.

En el Ministerio de Defensa, la situación no es mejor. Luis Petri asumió con un discurso nacionalista que prometía fortalecer la capacidad bélica del país, pero a los hechos nos remitimos: no hay partidas presupuestarias para mantenimiento de vehículos, la logística está paralizada y el reequipamiento está congelado. El Fondo Nacional de la Defensa (FONDEF), que había sido creado para garantizar una inversión sostenida y planificada en tecnología militar, fue brutalmente subejecutado. De los 422 mil millones de pesos previstos, sólo se ejecutaron 11 mil millones. Traducido: más del 97% del presupuesto para defensa quedó durmiendo en un Excel mientras se deterioran radares, aeronaves y armamento.

Pero si algo queda claro es que el vaciamiento no es producto del descuido, sino de una decisión política explícita. La narrativa libertaria de Milei aborrece todo lo que huela a Estado, incluso cuando se trata de sectores tradicionalmente vinculados a la derecha como el Ejército o la Policía. La consigna «no hay plata» se volvió el arma ideológica para justificar el ajuste, aunque a la vez se derroche en pauta para influencers libertarios, viajes en aviones privados o sueldos astronómicos de funcionarios de confianza.

Lo que ocurre con los efectivos de seguridad y militares es un espejo del resto de las políticas públicas del gobierno libertario: promesas grandilocuentes, realidades miserables. Mientras Milei se saca selfies con marines estadounidenses y Bullrich sobreactúa puestas en escena con drones y uniformes, en las bases militares argentinas escasea el combustible, los chalecos están vencidos y los soldados no llegan a fin de mes. La diferencia entre el show y la gestión nunca fue tan brutal.

La paradoja se vuelve grotesca cuando se recuerda que el actual gobierno se ha vendido como el único capaz de garantizar el orden y la defensa del país. ¿Cómo hacerlo con fuerzas desmoralizadas, mal equipadas y desfinanciadas? ¿Cómo sostener un discurso de soberanía cuando se cancela la producción nacional de blindados, se paralizan los contratos con INVAP para tecnología estratégica y se depende cada vez más de donaciones extranjeras para sostener la operatividad mínima?

Más aún: ¿cómo se puede hablar de lucha contra el narcotráfico o el terrorismo con una fuerza federal como la Gendarmería sin móviles, sin combustible y con gendarmes que deben cubrir tres turnos por falta de personal? La situación es tan crítica que, incluso, altos mandos han comenzado a expresar en privado su preocupación por el impacto del ajuste en la operatividad de las fuerzas.

Pero lejos de asumir responsabilidades, el gobierno sigue buscando enemigos. Si no son los sindicatos, son los periodistas, si no son los jubilados, son los científicos. Y ahora, incluso, los propios uniformados comienzan a ser objeto de desprecio silencioso. El delirio ideológico de Milei, que ve en el Estado a un Leviatán infernal, ha llegado al punto de dispararse en su propio pie: ha convertido en blanco de su motosierra a las instituciones que históricamente respaldaron a los gobiernos conservadores.

En definitiva, el tridente Milei-Bullrich-Petri no sólo está destruyendo la capacidad operativa de las fuerzas de seguridad y defensa, sino que está horadando uno de los pilares simbólicos de su relato político. Si alguna vez creyeron que podían gobernar con uniformados como escudo, hoy se encuentran vaciando ese escudo hasta dejarlo como papel mojado. Y lo hacen con crueldad, con desprecio y con una irresponsabilidad que raya lo criminal.

Es cierto: las fuerzas de seguridad y defensa necesitan reformas profundas, controles democráticos y una redefinición estratégica para el siglo XXI. Pero lo que está haciendo este gobierno no es reformar ni modernizar. Es arrasar, empobrecer y quebrar por dentro. Y en esa lógica, no hay orden ni seguridad posibles. Sólo caos, frustración y una peligrosa sensación de abandono. Milei se jacta de ser un outsider que vino a destruir «la casta». Pero lo que está destruyendo, en tiempo real, son las bases mínimas de funcionamiento del Estado, empezando por aquellas que, contradictoriamente, le garantizan algo parecido al control territorial y al monopolio legítimo de la fuerza.

Quienes hoy aplauden su motosierra deberían preguntarse qué quedará en pie cuando termine de pasar por encima de todo. Porque si hasta los uniformados que le aplaudieron comienzan a levantar la voz, es porque el ajuste llegó tan profundo que ya ni el cinismo alcanza para maquillarlo.

Fuente: https://www.pagina12.com.ar/844860-el-tridente-que-arrasa-con-los-uniformados

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