Prometieron inversiones y celebraron acuerdos pero el JP Morgan recogió las ganancias y dejó al gobierno de Milei colgado del pincel

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Mientras Javier Milei despotrica contra una supuesta “traición”, y Luis Caputo es humillado por quienes alguna vez llamó “amigos”, queda expuesto el verdadero rostro de un modelo económico que entrega soberanía a cambio de una rentabilidad efímera. Esta es la historia de cómo el JP Morgan aprovechó el experimento libertario, hizo caja y se marchó, dejando al país más endeudado, más expuesto y más solo.

En la lógica cruel del capital financiero no hay lugar para sentimentalismos ni promesas. Si alguien lo dudaba, el caso JP Morgan – Caputo se encarga de recordarlo con una contundencia obscena. Hasta hace poco, el JP Morgan era presentado por el gobierno de Javier Milei como una suerte de garante internacional, un padrino que bendecía el rumbo económico y facilitaba el acceso al “paraíso inversor”. Hoy, apenas unos meses después, ese mismo banco le da la espalda al equipo económico, se lleva sus jugosas ganancias y deja a Luis “Toto” Caputo tratando de explicar con tecnicismos lo que en criollo se resume fácil: los cagaron como a verdes.

Nada de esto ocurrió por azar. En abril, con bombos, platillos y la bendición del Fondo Monetario Internacional, se puso en marcha una nueva fase del ya conocido “carry trade”, esa bicicleta financiera que ofrece tasas extraordinarias en pesos ajustadas al dólar, para tentar a los grandes fondos especulativos. El gobierno, desesperado por mostrar confianza internacional, abrió las puertas y colocó LECAPs como si fueran caramelos en la puerta del colegio. A cambio, les pidió a los inversores que no se escaparan antes de las elecciones. Seis meses, ni uno más ni uno menos, y el mundo sería un lugar feliz.

El JP Morgan entró al juego. No por cariño ni por afinidad ideológica, sino porque olió sangre y supo que el festín estaba servido. En solo 45 días embolsaron una ganancia del 10,4% en dólares. Un rendimiento que no se consigue ni en los paraísos fiscales más osados. Era la oportunidad perfecta para salir corriendo y hacer caja. Pero había un problema: la cláusula de permanencia de seis meses. Entonces, en una jugada de manual, le sugirieron informalmente al Banco Central que elimine esa restricción. ¿El argumento? Que permitiría la entrada de nuevos fondos, lo cual era falso. Lo único que querían era abrir la puerta para salir sin pagar el peaje.

Y el gobierno accedió. Por ingenuidad, por complicidad o por desesperación. Pero accedió. Así, el mismo Caputo que alguna vez fue parte del JP Morgan, y que hoy tiene a varios ex ejecutivos del banco en cargos clave del gobierno (como Bausili, Werning o Reidel), terminó siendo víctima de su propia red de amistades. O más bien, del error garrafal de confundir amigos con lobos.

La reacción de Milei fue un clásico de su repertorio: gritos, acusaciones de traición y un infantil pataleo contra el riesgo país. Pero ni siquiera eso logró tapar la humillación. Porque el riesgo país no lo define JP Morgan con una perilla en Manhattan, sino el mercado, evaluando la solidez de los bonos argentinos. Es decir, evalúan lo que el propio gobierno está haciendo. Y lo que están haciendo, básicamente, es desmantelar el Estado, rifar las joyas de la abuela y regalar tasas siderales con tal de sostener la ilusión de estabilidad.

Mientras tanto, la economía real sangra. Comercios cerrando, precios disparados, turismo paralizado, familias que ya no ahorran para cambiar el auto o arreglar la casa, sino que directamente desahorran para sobrevivir. Porque cada dólar que se va por la canaleta de la especulación es un dólar menos que circula en la economía argentina. Los dólares “no se van del país”, como dicen Caputo y su séquito, pero sí se van del circuito productivo. Se van de la góndola, del pequeño taller, del restaurante de barrio. Se van, y no vuelven.

Esta película ya la vimos. Repsol con YPF. Marsans con Aerolíneas Argentinas. Multinacionales que exprimen recursos locales para desarrollar negocios en otras latitudes. Durante los 90, Menem privatizó hasta el timbre de la Casa Rosada. El kirchnerismo tuvo que estatizar lo que quedaba porque no había más remedio: sin control estatal, la Argentina estaba condenada a ser saqueada sin freno. La recuperación de YPF en 2012 no fue un gesto ideológico, sino una decisión pragmática frente a un déficit energético galopante. La intervención fue necesaria porque Repsol usaba los dividendos para crecer en África, mientras el país importaba gas a precio de oro.

El caso de JP Morgan es, en muchos sentidos, un calco de esa lógica colonial. Vienen, se sirven y se van. Lo nuevo es que ahora el saqueo viene con aplausos libertarios, con excusas de libertad de mercado y con ministros que festejan cuando les vacían las arcas. Caputo, a esta altura, ya ni siquiera puede sostener el relato. Dijo que el dólar iría a 1000. Hoy está en 1235 y subiendo. Dijo que había un piso. El mismo Milei se burló de ese “piso técnico”. Y así, el gobierno va perdiendo hasta la credibilidad de sus propias palabras.

La supuesta furia de Milei por la “traición” del JP Morgan solo revela su desconexión con la realidad. Este es el mismo Milei que en 2018, sin pelos en la lengua, calificaba a Caputo como “una bestia sin talento en economía”. ¿Qué cambió desde entonces? Solo que ahora lo necesita para sostener un modelo que hace agua por todos lados. El mismo Milei que admira a Elon Musk, aunque el propio Musk se haya arrepentido de la payasada de la motosierra. El mismo Milei que sueña con ser parte de Occidente, pero que no entiende que en el capitalismo financiero no hay lugar para los improvisados.

Y mientras todo esto ocurre, el pueblo argentino vuelve a pagar la fiesta ajena. No hay dólares para medicamentos, para investigación, para universidades, pero sí para que el JP Morgan se lleve su tajada. No hay reservas para el desarrollo, pero sí para la bicicleta financiera. El país se vacía, como decía Navarro, como quien vende la cama, la heladera y el colchón para pagar la tarjeta.

No fue traición. Fue un negocio. No fue un error. Fue un plan. No fue una sorpresa. Fue una advertencia que no quisieron escuchar. El JP Morgan no traicionó a Caputo. Solo hizo lo que siempre hace: sacar ventaja. Y Caputo, con su sonrisa de cínico profesional, fue cómplice y víctima. Milei, por su parte, sigue haciendo monólogos libertarios mientras la realidad lo atraviesa como una aplanadora.

La Argentina no necesita más “amigos” como el JP Morgan. Necesita soberanía económica, planificación, y un Estado que no actúe como agente inmobiliario de los fondos buitres. Pero para eso, claro, se necesita algo que este gobierno parece incapaz de ofrecer: dignidad.

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