Milman sale del Congreso y entra directo a Comodoro Py

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El exfuncionario y actual dirigente cercano a Patricia Bullrich fue procesado por corrupción en la causa 4550/2022, que investiga maniobras fraudulentas dentro del Ministerio de Seguridad. El juez Daniel Rafecas cerró la instrucción y envió el expediente a juicio oral.

El diputado Rodolfo Tailhade reveló que Gerardo Milman, histórico operador de Bullrich y figura mediática de la oposición, fue finalmente procesado por corrupción. La causa describe un entramado de contrataciones falsas, recibos truchos y fondos desviados en efectivo por más de 120 mil dólares.

El velo de impunidad que rodeó durante años a Gerardo Milman comienza a rasgarse. Lejos de la imagen pulcra y victimista que el exfuncionario intentó sostener en los medios, la Justicia Federal confirmó su procesamiento por corrupción en la causa 4550/2022, caratulada “Bullrich, Patricia – Milman, Gerardo s/administración fraudulenta”. El expediente, instruido por el juez Daniel Rafecas, avanza hacia el juicio oral tras detectar maniobras irregulares dentro del Ministerio de Seguridad, puntualmente en la Dirección Nacional de Inteligencia Criminal (DNIC).

Durante los años 2017 y 2018, bajo la gestión de Bullrich, se realizaron al menos 18 contrataciones truchas con el supuesto objetivo de refaccionar una oficina conocida como “Sala de Situación y Fusión”. Pero la investigación demostró que la obra nunca se ejecutó, que los pagos se realizaron por fuera de los canales administrativos y que se usaron recibos falsos y firmas adulteradas. El resultado fue un desfalco al Estado por más de 120 mil dólares, dinero que, según la hipótesis delictiva, terminó en los bolsillos de quienes integraban ese circuito de corrupción.

La causa desnuda la cara más obscena del poder macrista: una red de funcionarios que usaban la estructura del Estado para su propio beneficio mientras posaban como paladines de la transparencia. En el caso de Milman, la Justicia sostiene que se trató de un “circuito de pagos simulados” destinados a personas que jamás realizaron tareas, una operatoria diseñada para desviar fondos públicos bajo la apariencia de gastos institucionales.

El procesamiento de Milman no sorprende a quienes siguen de cerca su carrera. Durante años, fue uno de los hombres de máxima confianza de Patricia Bullrich, su vocero, su asesor estrella, su “mano derecha” tanto en el Ministerio de Seguridad como luego en su aventura política dentro de Juntos por el Cambio. A la sombra de Bullrich, Milman acumuló poder, contactos, fondos y una impunidad que parecía blindarlo de cualquier sospecha. Pero las pruebas ahora lo colocan en el centro de un esquema que combina corrupción administrativa, falsificación documental y uso indebido de recursos públicos.

El diputado Rodolfo Tailhade lo expresó con crudeza en su publicación: “Pero cómo Jerry?!! No era que no tenías ni denuncias? Ahora sabemos que todo es falso, una mentira gigante como vos y toda tu vida.” El mensaje, cargado de ironía y furia, refleja no solo la caída de un funcionario que se vendía como ejemplo moral, sino también el agotamiento de una sociedad que asiste, una vez más, al espectáculo del cinismo político.

Porque Milman no es un caso aislado. Es el reflejo de una forma de gobernar basada en la mentira y la simulación, donde los discursos de transparencia encubrían una maquinaria de saqueo institucional. Durante el macrismo, la palabra “república” fue usada como escudo retórico mientras se vaciaban áreas sensibles del Estado y se beneficiaba a los mismos de siempre. Hoy, ese relato se desmorona a la luz de los hechos judiciales.

El propio Tailhade, uno de los diputados más activos en el seguimiento de causas de corrupción, recordó que Rafecas ya dispuso el cierre de la instrucción y el envío a juicio oral, lo que implica que el expediente está listo para debatirse públicamente en tribunales. Allí se ventilarán los detalles de las contrataciones truchas, los pagos en efectivo, las firmas falsificadas y los nombres de quienes integraron la red que robó dinero del Estado bajo el paraguas del Ministerio de Seguridad.

La gravedad del caso alcanza también a Patricia Bullrich, que aunque no fue procesada, aparece mencionada en el expediente. Su responsabilidad política es ineludible: las irregularidades ocurrieron bajo su gestión y con funcionarios de su confianza. Milman no era un asesor marginal ni un técnico de tercera línea, sino su hombre más cercano, su alter ego político y su escudo mediático. El procesamiento del exfuncionario golpea de lleno a su credibilidad y deja en evidencia el doble estándar moral de quienes hablan de “honestidad” mientras saquean lo público.

El escándalo judicial, además, deja al descubierto las vínculos entre sectores del poder político y mediático. Milman fue durante años un invitado frecuente en los sets de televisión del Grupo Clarín, donde defendía a Bullrich y atacaba a sus adversarios con tono desafiante. Hoy, como señaló Tailhade, ese mismo “alcahuete de Clarín” pasa del Congreso al banquillo de los acusados.

En un país golpeado por el ajuste y la pérdida de derechos, casos como este reafirman la impunidad con que ciertos sectores de poder operan dentro del Estado. Pero también muestran que la Justicia, aunque lenta, todavía puede desenmascarar a quienes creían estar por encima de la ley.

El procesamiento de Gerardo Milman marca un punto de inflexión. Ya no se trata de rumores ni de denuncias en redes sociales: hay una causa judicial sólida, pruebas concretas y un juez federal que considera acreditada la maniobra fraudulenta. El envío a juicio oral abre una nueva etapa, donde la sociedad podrá escuchar, con nombres y documentos, cómo se usaron fondos públicos para financiar una farsa institucional.

La historia de Milman, como tantas otras en la política argentina, desnuda la distancia entre el discurso y la realidad. Mientras algunos se golpean el pecho hablando de transparencia, la Justicia los alcanza por corrupción. La doble moral de quienes señalaban con el dedo al kirchnerismo mientras se llenaban los bolsillos con plata del Estado hoy queda expuesta.

La pregunta que queda flotando es si Patricia Bullrich —la autoproclamada “dama de hierro” de la lucha contra el delito— seguirá guardando silencio o si, finalmente, dará explicaciones sobre la conducta de su exmano derecha. Porque el juicio que se avecina no solo pondrá a prueba la responsabilidad penal de Milman, sino también la coherencia moral de todo un espacio político que hizo de la mentira una forma de poder.

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