Tras el fallo contra Cristina, el movimiento estudiantil entra en estado de lucha permanente

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El estudiantado de la UBA y la UNLP levantó las tomas de facultades pero mantiene viva la protesta en defensa de la democracia, frente a la proscripción de Cristina Fernández y la asfixia presupuestaria del gobierno de Milei.

La condena contra Cristina Fernández de Kirchner por la llamada “Causa Vialidad” desató una ola de tomas en facultades universitarias. Lo que comenzó como una reacción inmediata, se transformó en una declaración de guerra contra un gobierno que ajusta, reprime y proscribe. Aunque se levantaron las tomas, el movimiento estudiantil no se desmoviliza: entró en asamblea permanente. La universidad pública, golpeada por la crisis presupuestaria y cercada por el desprecio libertario, vuelve a ser trinchera de resistencia y centro neurálgico de una generación que no piensa mirar para otro lado mientras se destruyen los pilares de la democracia argentina.

Las rejas cerradas, los carteles tapizando las fachadas, los pasillos tomados por cuerpos y consignas, el aire espeso de la urgencia política. Las imágenes de los últimos días en las universidades públicas remiten a otro tiempo, a esas postales de los ochenta donde la juventud universitaria salía a la calle a defender lo que es de todos. Pero esto no es historia, es hoy. Es el ahora de una Argentina partida al medio, donde la universidad se vuelve campo de batalla y conciencia de lo que peligra: la democracia.

Desde que se conoció el fallo judicial que condenó a Cristina Fernández de Kirchner a seis años de prisión e inhabilitación perpetua para ejercer cargos públicos, el fuego se encendió en los centros de estudiantes. La reacción fue inmediata. Toma tras toma, facultades enteras se paralizaron en un grito unánime: no a la proscripción, no a la persecución judicial.

La Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, ubicada a pocas cuadras de la casa de la expresidenta, fue epicentro simbólico y físico del repudio. Desde allí se organizó una toma de puertas abiertas, convertida en espacio de contención para cientos de estudiantes movilizados. No fue solo protesta, fue comunidad, solidaridad y convicción. Agua, comida, baños, abrigo, seguridad. En plena vigilia, se cuidaron entre todos, porque la lucha, se sabe, no es sólo de consignas sino también de cuerpos.

Natalia Arakaki, presidenta del Centro de Estudiantes de Sociales, lo explicó sin rodeos: “La respuesta fue inmediata, hubo un rechazo generalizado al fallo que condena y proscribe a la líder opositora más importante del país”. Y es que la figura de Cristina Fernández no solo encarna a una exmandataria, sino también una idea de país que el actual gobierno intenta sepultar con ajustazos, operaciones mediáticas y lawfare judicial.

El movimiento estudiantil no es ingenuo. Sabe que lo que se está disputando no es sólo una figura política sino la posibilidad misma de elegir. “Es un ataque a las libertades democráticas de los y las trabajadores que tienen que poder decidir quiénes van a ser nuestros representantes”, denunció Lucía Waldman, secretaria de la FUBA. Y agregó con claridad quirúrgica: “No hace falta ser kirchnerista para repudiar un fallo proscriptivo”.

Esta es una de las claves más poderosas de la movilización: su amplitud. No se trata de una defensa partidaria, sino de una defensa democrática. No se está discutiendo si Cristina debería o no volver a presentarse, sino si el pueblo argentino tiene derecho a decidirlo sin tutelas judiciales ni maniobras golpistas encubiertas. La proscripción no es un problema del kirchnerismo, es un problema de todos.

El levantamiento de las tomas no implica claudicación. Las facultades de Filosofía y Letras, Exactas, FADU y Sociales de la UBA y varias sedes de la UNLP retomaron sus actividades académicas, pero el “estado de asamblea y movilización” se mantiene. Como en los mejores momentos del movimiento estudiantil argentino, la organización se transforma y se adapta. Si no se puede pelear con tomas, se pelea con clases públicas, paros, marchas y presencia constante.

Y en el fondo de esta lucha, late otra urgencia: la asfixia presupuestaria que viene horadando a las universidades desde la llegada de Javier Milei a la presidencia. “Nuestros docentes y no docentes siguen cobrando salarios de miseria”, denunció Lucas Grimson, estudiante de Ciencias Políticas. “Los montos de las becas están congelados, y cada vez más estudiantes abandonan sus carreras porque no pueden sostenerlas. La universidad será gratuita, pero vivir no lo es”, disparó.

A eso se suma el desprecio explícito del gobierno libertario hacia el sistema científico y universitario. Milei y su séquito no ocultan su desprecio por la educación pública. La ven como un gasto, un lastre ideológico, un semillero de “zurdos”. Pero el movimiento estudiantil ya entendió que no se trata solo de pelear por una carrera, sino por un país. “Si no tenemos democracia, no tenemos universidad pública, ni ciencia, ni desarrollo”, resumen con una lucidez que incomoda a los que gobiernan para los bancos.

La persecución judicial contra Cristina Fernández y el vaciamiento presupuestario de la universidad no son hechos aislados. Son parte de una misma estrategia de disciplinamiento social. Que no quede ninguna voz crítica. Que los jóvenes no piensen. Que los docentes bajen la cabeza. Que las mujeres se callen. Que los pobres agradezcan. Que los líderes populares desaparezcan del mapa.

Pero la historia argentina es terca. Y a veces, los estudiantes, esos “locos bajitos” que leen a Marx entre mate y mate, son los que nos devuelven la memoria. En cada cartel, en cada clase al aire libre, en cada pasillo tomado, resuena una verdad incómoda: la democracia no se negocia.

En la Argentina de 2025, donde Milei ajusta con motosierra, reprime con gendarmería y proscribe con toga, la universidad pública vuelve a pararse como faro y frontera. Una vez más, la juventud se planta. No será fácil. Lo saben. Pero tampoco están dispuestos a entregar el futuro sin pelear.

Y lo dijeron con claridad: esto recién empieza.

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