Petri avanza con el cierre del Hospital Naval como parte del plan de ajuste de Javier Milei

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El ministro de Defensa impulsa el vaciamiento de un emblema sanitario con más de 80 años de historia, bajo el argumento de “racionalizar recursos”, en una maniobra que expone el desinterés del gobierno de Milei por el bienestar de las Fuerzas Armadas y la sociedad civil. En línea con el plan de ajuste extremo que promueve la administración de Javier Milei, el ministro Luis Petri busca clausurar el Hospital Naval Pedro Mallo, dejando sin atención a miles de militares retirados, personal en actividad y ciudadanos comunes. La medida, camuflada en un discurso de eficiencia presupuestaria, amenaza con borrar de un plumazo una institución clave del sistema de salud nacional.

Luis Petri, el ministro de Defensa del gobierno libertario, ha decidido dar otro paso al frente en la carrera por desmontar lo que queda del Estado. Esta vez, el objetivo es el Hospital Naval Pedro Mallo, una institución sanitaria emblemática con más de ocho décadas de historia que presta servicios a personal de la Armada, sus familias y, desde hace años, también a ciudadanos civiles. En la lógica del ajuste brutal que impone Javier Milei, todo lo que no genere ganancia inmediata parece descartable. Y, por supuesto, el sistema de salud pública es una de las primeras víctimas.

El plan, hasta ahora no anunciado oficialmente, circula entre pasillos con la contundencia de lo inevitable. Petri lo presentó como una propuesta para “racionalizar” recursos, eliminando el hospital central y trasladando parte del personal y los pacientes al Hospital Militar Central, ubicado en Palermo. Suena lógico en la superficie, pero esconde una decisión cargada de consecuencias: el cierre de un establecimiento sanitario clave no sólo dejaría sin atención directa a más de 300.000 beneficiarios sino que anularía décadas de experiencia, estructura edilicia e identidad institucional.

Lejos de ser una carga fiscal, el Hospital Naval cumple una función estratégica en el ecosistema de la salud nacional. No sólo atiende urgencias y tratamientos complejos, sino que actúa como centro de formación, investigación y respuesta frente a emergencias. Durante la pandemia de COVID-19, por ejemplo, se transformó en un bastión de contención, colaboración interinstitucional y cuidado. ¿De qué sirve achicar el Estado cuando eso implica destruir estructuras que funcionan, que salvan vidas, que tienen historia?

Pero Petri, obediente a la doctrina mileísta, no parece dispuesto a escuchar razones. Su lógica es la del Excel: cerrar, reducir, trasladar. En la práctica, la medida implicaría cesantear personal civil y uniformado, discontinuar servicios críticos y generar un cuello de botella en el Hospital Militar Central, que ya de por sí funciona con una infraestructura exigida. Además, se pasaría por alto el impacto emocional y social que tendría para miles de familias que construyeron su historia ligada al Pedro Mallo.

Hay una dimensión simbólica que no puede ignorarse. Cerrar el Hospital Naval no es solo una acción técnica, es una declaración de principios. Es decirle a los veteranos, a los retirados, a los soldados que arriesgaron su vida en misiones nacionales e internacionales, que ya no son prioridad. Es demostrar que la tan mentada “revalorización de las Fuerzas Armadas” que pregonó Milei en campaña era apenas un recurso demagógico para captar votos de sectores conservadores, pero que en los hechos se diluye ante el mandato fiscalista del Fondo Monetario Internacional.

En el Congreso, los rumores del cierre encendieron alarmas. El bloque de Unión por la Patria ya presentó un pedido de informes, mientras que legisladores cercanos a los propios aliados del oficialismo expresaron su desconcierto. “No se puede destruir una institución sin diálogo ni planificación”, argumentaron. Sin embargo, desde Defensa se niegan a confirmar o desmentir la información. La estrategia parece clara: avanzar con sigilo, sin asumir el costo político, y ejecutar la clausura como un hecho consumado.

La situación también genera preocupación dentro de la Armada. Aunque las declaraciones oficiales escasean, se sabe que numerosos altos mandos ven con malos ojos la desaparición del hospital. No es para menos: perder un centro de salud propio implica aumentar la dependencia del sistema civil en un momento en que la salud pública nacional también está siendo desfinanciada y desmantelada. Si el hospital se cierra, los cuadros militares deberán peregrinar por turnos y guardias como cualquier ciudadano desprotegido, perdiendo el acceso directo y la atención personalizada que hasta ahora garantizaba la institución.

En paralelo, el personal del Hospital Naval se encuentra sumido en la incertidumbre. La falta de comunicación oficial agrava los temores de despidos masivos, recortes salariales y traslados forzosos. Médicos, enfermeros, técnicos y administrativos están entre la angustia y la indignación. Se trata de profesionales con años de trayectoria que han sostenido la atención sanitaria en condiciones adversas y ahora son tratados como números prescindibles. El desprecio por el capital humano, tan propio del modelo neoliberal, encuentra aquí otra expresión brutal.

Resulta irónico que un gobierno que enarbola las banderas de la libertad y la soberanía nacional esté dispuesto a desmantelar una institución que ha contribuido a garantizar la independencia sanitaria de las Fuerzas Armadas. ¿Qué pasará si hay una catástrofe o conflicto en el que se requiera atención rápida y especializada? ¿Quién asumirá la responsabilidad si el Hospital Militar Central colapsa por sobredemanda? ¿Qué dice esto sobre la planificación estratégica del país?

El cierre del Hospital Naval no puede analizarse en abstracto. Forma parte de una secuencia más amplia y alarmante. En apenas unos meses, el gobierno de Milei ha congelado programas de salud, paralizado la entrega de medicamentos oncológicos, desfinanciado hospitales y amenazado con privatizar el PAMI. El caso del Pedro Mallo es apenas un eslabón más de una cadena que ahorca sin piedad al sistema de salud pública en nombre del ajuste. Pero este ajuste, lejos de ser quirúrgico, es una carnicería.

No hay racionalidad en cerrar lo que funciona. No hay eficiencia en destruir lo que da resultado. No hay futuro posible si se dinamita lo que garantiza la vida. El Hospital Naval Pedro Mallo representa mucho más que un edificio: es memoria, es servicio, es comunidad. Dejarlo morir es aceptar que el Estado ya no tiene responsabilidades con quienes lo han servido, con quienes lo sostienen día a día, con quienes confían en él para vivir.

Petri podrá hablar de austeridad, de reingeniería, de modernización. Pero los hechos lo condenan: está impulsando una medida cruel, insensata y peligrosa. Y lo hace con la misma frialdad con la que se destruye una maqueta, ignorando que detrás hay personas, historias, compromisos. El pueblo argentino no debería permitir que esta decisión pase desapercibida. Porque cuando se cierra un hospital, lo que se abre es la puerta al abandono.

Fuente: https://www.lapoliticaonline.com/politica/hospital-naval/

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