Feinmann perdió el control, atacó a trabajadores del Garrahan y lo mandaron a hacer terapia en vivo

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Durante un programa en vivo, el periodista Eduardo Feinmann perdió los estribos cuando una trabajadora del Hospital Garrahan le preguntó cuánto gana. La discusión estalló luego del anuncio del aumento salarial del 60% dispuesto por el gobierno de Javier Milei para los médicos residentes. El episodio revela una vez más cómo el discurso libertario ataca a los trabajadores que reclaman por condiciones justas mientras protege a los voceros mediáticos del poder.

Eduardo Feinmann volvió a mostrar su peor versión. Esta vez, el escenario fue un programa de televisión donde, en medio de una discusión sobre el aumento salarial para los médicos del Hospital Garrahan, el periodista estalló de furia. “¿Están conformes? ¿Consiguieron el aumento para los médicos? ¿O quieren seguir volteando al gobierno?”, lanzó, en un tono entre desafiante y paranoico, acusando sin pruebas a los trabajadores de intentar desestabilizar a Javier Milei.

La respuesta llegó con una simple pregunta que lo descolocó por completo: “¿Cuánto gana usted, Feinmann?”. Bastó eso para que el conductor perdiera la compostura: “¡Qué carajos le importa!”, gritó fuera de sí. Fue entonces cuando una de las trabajadoras del Garrahan, visiblemente indignada, retrucó con ironía: “Estás muy sacadito, Eduardo. Deberías hacer terapia”. El intercambio se viralizó inmediatamente: un periodista al servicio del poder, furioso porque alguien le exigió la misma transparencia que él reclama a los demás.

El contexto de la discusión no era menor. El 4 de noviembre de 2025, el gobierno de Milei anunció un aumento del 60% en los sueldos básicos de los residentes del Hospital Garrahan, considerado “histórico” por las autoridades del centro de salud, según informó La Nación. La medida fue presentada como un gesto de buena voluntad en medio de meses de tensiones con el personal médico, que venía reclamando por salarios de miseria y condiciones laborales cada vez más precarias.

Pero el trasfondo es mucho más complejo. Según Página|12, los trabajadores del hospital habían protagonizado múltiples protestas desde 2024, luego de que el gobierno otorgara un bono de 60.000 pesos únicamente a los médicos, dejando afuera al resto del personal de salud. Esa decisión no solo generó malestar, sino que expuso la profunda desigualdad dentro del sistema sanitario público: administrativos, técnicos, camilleros y enfermeros ganan sueldos que apenas superan los 400.000 pesos, mientras los cargos jerárquicos y médicos especialistas perciben cifras que pueden duplicar ese monto.

Frente a este escenario, el “aumento histórico” que el gobierno celebra es apenas un parche en un conflicto estructural. Porque si algo demuestran los reclamos del Garrahan es que el ajuste libertario también golpea a los hospitales, a los que Milei dice defender cuando habla de “priorizar la vida” o “cuidar a los niños”. Detrás de esos slogans, la realidad muestra guardias saturadas, falta de insumos y personal que debe multiplicarse para cubrir turnos imposibles.

En ese marco, la reacción de Feinmann no fue un exabrupto aislado: fue una radiografía perfecta del clima que el propio gobierno genera desde los medios que le son funcionales. El periodista no solo descalificó a quienes salvan vidas todos los días, sino que los acusó de un delito político, como si reclamar un salario digno equivaliera a conspirar contra la República. La lógica es clara: cuando el reclamo viene de los poderosos, se llama “libertad”; cuando viene de los trabajadores, es “golpismo”.

El episodio también revela una paradoja incómoda: mientras Milei intenta capitalizar la supuesta “eficiencia” de su administración mostrando acuerdos con hospitales públicos, su discurso antiestatal choca con la realidad de los trabajadores precarizados. El Garrahan, emblema de la salud infantil en Argentina, no es una isla: forma parte de un sistema que se sostiene con vocación y sacrificio, no con las políticas de ajuste que el gobierno impulsa.

Que un periodista que gana en dólares en un canal del Grupo La Nación insulte a una médica o enfermera que cobra en pesos es una postal de época. No se trata solo de mala educación: es la expresión más obscena de una jerarquía social donde el poder mediático se siente con derecho a humillar a quien no puede defenderse. La pregunta que hizo la trabajadora del Garrahan —“¿cuánto gana usted?”— fue, en realidad, un espejo incómodo. Porque si algo incomoda al poder, es que se le pida rendir cuentas con la misma vara que exige a los demás.

La reacción de Feinmann también tiene un costado simbólico: demuestra hasta qué punto los grandes medios han dejado de ser espacios de debate para convertirse en trincheras ideológicas. Cualquier voz crítica, por más moderada que sea, es inmediatamente tachada de “kirchnerista”, “golpista” o “planera”. El periodismo se transforma así en una parodia de sí mismo: un show donde la desmesura reemplaza a la información y el grito suple al argumento.

Mientras tanto, los trabajadores del Garrahan siguen atendiendo a cientos de niños todos los días, con sueldos que apenas alcanzan para llegar a fin de mes. Son ellos quienes sostienen con dignidad lo que el poder degrada con discurso. Y son ellos, también, los que representan la verdadera resistencia frente a un modelo que intenta convertir los derechos en mercancías y los hospitales en empresas.

Feinmann podrá seguir gritando desde su estudio de televisión. Pero la imagen que quedó en el aire —un periodista desbordado, atacando a médicos por reclamar lo justo, y una trabajadora que lo invita a hacer terapia— es mucho más poderosa que su furia. Porque, en definitiva, esa escena no solo muestra la soberbia de un comunicador, sino el abismo moral entre quienes viven de defender al poder y quienes todos los días sostienen la vida en los hospitales públicos del país.

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