La multinacional sueca SKF confirmó el cierre de su planta en Tortuguitas tras 90 años de producción. Convertida ahora en importadora desde Brasil, deja 150 trabajadores en la calle y marca un nuevo capítulo del derrumbe industrial bajo el gobierno de Javier Milei.
La política de apertura comercial sin controles y la eliminación de medidas de protección al trabajo argentino están dejando una estela de fábricas cerradas. El caso de SKF, símbolo de la industria metalúrgica nacional, refleja una tendencia que se repite: mientras Brasil cuida su producción, Argentina entrega su industria a los intereses extranjeros.
El cierre de la planta de SKF en Tortuguitas es mucho más que una noticia empresarial: es un síntoma. En un país que alguna vez fue potencia industrial, la decisión de la firma sueca de dejar de producir localmente para importar desde Brasil representa el colapso de un modelo productivo que, bajo la administración de Javier Milei, se desmantela a pasos acelerados.
Con 150 puestos de trabajo calificado destruidos, la empresa confirmó su salida del sector manufacturero local y su reconversión en importadora. Es el final de una historia que duró 90 años, atravesando dictaduras, crisis financieras y políticas erráticas, pero que nunca había sufrido un golpe tan letal como el actual.
Desde la UOM, su secretario general Abel Furlán fue tajante: “Mientras el mundo cuida su producción, Argentina abre sus puertas a todo lo importado”. No es una frase al pasar: en un contexto global donde las potencias protegen sus industrias con aranceles y subsidios, la Casa Rosada decidió hacer exactamente lo contrario.
Las consecuencias se sienten en cada parque industrial del país. Córdoba y Buenos Aires concentran las mayores caídas productivas, con cifras que retroceden a niveles similares a los de la pandemia. La ADIMRA reportó una baja del 5,2% interanual en la producción y un uso de capacidad instalada en su punto más bajo desde 2020. Las fábricas, literalmente, trabajan a media máquina.
Y si alguien necesitaba un ejemplo, SKF lo ofrece en bandeja: una empresa con tecnología, mercado y trayectoria que opta por importar lo que antes fabricaba. Un modelo de desindustrialización “a la Milei”: destruir el trabajo nacional bajo el dogma de la competencia global. Lo mismo ocurrió con Lumilagro, la histórica fabricante de termos argentinos, que ahora importa el 60% de su producción. En ambos casos, los despidos fueron inevitables.
Las autoridades provinciales intentan mitigar los daños, negociando indemnizaciones más justas para los despedidos. Pero la realidad es que el problema excede cualquier mesa técnica: las decisiones que empujan este derrumbe se toman en Balcarce 50.
En este contexto, los industriales locales advierten que el modelo libertario solo promete precios bajos a corto plazo y desocupación estructural a largo plazo. “La apertura indiscriminada promete precios bajos, pero sale cara a futuro”, advirtió el presidente de ADIMRA, Elio Del Re, en un diagnóstico que ya suena repetido pero que nadie en el gobierno parece dispuesto a escuchar.
La historia reciente muestra cómo el Estado argentino, bajo Milei, renunció a su rol de árbitro y protector del empleo. Las empresas que cierran no lo hacen por ineficiencia, sino por falta de condiciones competitivas ante un tsunami de productos importados, muchas veces subsidiados en origen.
Mientras tanto, Brasil —el país al que ahora recurrirá SKF para abastecer al mercado argentino— avanza con un modelo exactamente opuesto: proteger su industria, financiar la innovación y defender el empleo. El contraste es brutal y deja a la Argentina en un papel marginal dentro del Mercosur, como simple mercado de consumo y no como socio productivo.
El caso de SKF podría convertirse en un caso testigo del nuevo paradigma económico: fábricas que cierran, importaciones que crecen, trabajadores que pierden sus empleos y un gobierno que aplaude desde la teoría del libre mercado. Todo en nombre de una “eficiencia” que solo beneficia a las multinacionales y castiga a quienes producen en el país.
La caída del empleo industrial no es un daño colateral: es una consecuencia directa del plan económico libertario. Y mientras se destruye el tejido productivo, se construye un país dependiente, desigual y cada vez más vulnerable.
Porque cuando se apagan las máquinas en Tortuguitas, no solo se pierden 150 empleos. Se apaga también una parte de la Argentina que alguna vez creyó en la producción nacional como camino de desarrollo.
Desindustrialización en marcha: el cierre de SKF expone el fracaso del modelo económico de Milei

















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