El escritor libertario emitió un comunicado para despegarse del uruguayo Pablo Laurta, autor confeso del doble femicidio de Luna Giardina y su madre. Las imágenes, sin embargo, lo ubican junto a él en actividades públicas.
Mientras la sociedad argentina se estremece ante otro crimen de odio, el discurso antifeminista y la llamada “batalla cultural” del oficialismo vuelven a quedar bajo escrutinio. La negación de Agustín Laje revela una estrategia habitual entre los referentes libertarios: desligarse de las consecuencias del fanatismo que ellos mismos promovieron.
El doble femicidio cometido en Córdoba por Pablo Laurta volvió a exponer el costado más oscuro de la llamada “batalla cultural” que impulsa el oficialismo libertario. Laurta, un activista uruguayo vinculado al colectivo “Varones Unidos”, fue detenido tras asesinar a su expareja, Luna Giardina, y a su exsuegra. El crimen, brutal y premeditado, dejó al descubierto un entramado ideológico en el que confluyen discursos de odio, negacionismo y misoginia, legitimados desde los márgenes del poder político.
En medio del repudio social, el escritor Agustín Laje —una de las figuras más visibles del pensamiento libertario y mentor simbólico de buena parte de la militancia juvenil de Javier Milei— publicó un comunicado en el que se despega completamente de Laurta. “No tengo ningún tipo de relación con esta persona”, escribió, tras la difusión de imágenes donde ambos aparecen juntos en distintas actividades públicas, entre ellas una visita al Palacio Legislativo de Uruguay en 2016 y un almuerzo difundido por el propio grupo “Varones Unidos” en 2018.
Laje sostuvo que esas fotos corresponden a una conferencia organizada por “diversos grupos” y que no lo unía ningún vínculo personal con el femicida. Sin embargo, su explicación despertó más sospechas que certezas. En un tono que mezcla victimización y cinismo, afirmó que se trata de una “maniobra para ensuciar su nombre” y acusó a la prensa y a la “partidocracia” de usar la tragedia con fines políticos.
Pero la cuestión va más allá de una foto o un almuerzo. El problema es político y cultural. Laurta no fue un seguidor anónimo: era un activista antifeminista activo, promotor del mismo discurso de odio hacia las mujeres que Laje y otros referentes de la ultraderecha libertaria difunden desde hace años con recursos públicos y presencia mediática. Los videos, publicaciones y conferencias de estos ideólogos han servido para instalar la idea de que el feminismo es “enemigo de la libertad”, un mensaje que encuentra eco entre sectores radicalizados y, como se ve, puede derivar en violencia real.
Negar los vínculos es negar la responsabilidad política y moral. El libertarismo ha hecho de esa estrategia su marca de fábrica: se deslinda del hambre que provocan sus medidas, del desempleo que generan sus reformas, del deterioro social que produce su economía, y ahora también del odio que siembran sus discursos.
En este caso, la violencia no surgió del vacío. Laurta militaba contra la “ideología de género” y compartía materiales de los mismos autores que hoy asesoran al oficialismo en temas culturales y educativos. No es casualidad que figuras como Laje o Nicolás Márquez se hayan convertido en los predicadores de una cruzada antifeminista con impacto directo sobre políticas de género, educación sexual y derechos humanos.
La reacción del escritor, centrada en su propia “honra”, ignora la raíz estructural de la tragedia: el crecimiento de una narrativa que desprecia los avances del movimiento de mujeres, banaliza el machismo y normaliza el odio como si fuera una opinión más. En ese contexto, no sorprende que el gobierno de Milei —que eliminó ministerios y programas de igualdad— mantenga silencio.
La “batalla cultural” de los libertarios ya no es solo una disputa de ideas: es un dispositivo de poder que legitima la violencia simbólica y material. Laurta actuó bajo la lógica de un sistema que considera al feminismo una amenaza y a las mujeres, un enemigo. Por eso, aunque Laje insista en despegarse, el espejo del fanatismo devuelve una imagen que lo incluye.
La sociedad argentina enfrenta un dilema profundo: permitir que estos discursos sigan moldeando la sensibilidad colectiva o confrontar el odio con políticas de memoria, educación y justicia. Negar el vínculo, como hace Laje, es una forma más de impunidad.
Agustín Laje se despega del femicida Pablo Laurta, pero las fotos lo desmienten

















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