La llegada de Javier Milei a un mega-congreso evangélico en Chaco, con entradas de hasta $100.000, enciende alarmas sobre el avance de la religión en la política y la mercantilización espiritual que parece multiplicar las arcas de pastores y dirigentes.
El presidente participará este sábado en Resistencia del “Congreso Mundial de Invasión del Amor de Dios”, en el imponente templo Portal del Cielo. Entre luces, gradas curvas y un fervor de masas, se alzan preguntas incómodas sobre la mezcla de poder, dinero y fe, mientras la Argentina se debate entre el ajuste económico y el fervor mesiánico.
Hay espectáculos que se gestan en estadios de fútbol, otros en los teatros más pomposos. Pero en Argentina, la política ha encontrado un nuevo escenario para su propio show: los altares de templos religiosos monumentales, como el que este fin de semana se convertirá en el epicentro de la devoción y la polémica. El “Portal del Cielo”, el mayor auditorio evangélico del país, acaba de abrir sus puertas en Resistencia, Chaco, y ya es noticia nacional no tanto por su acústica impecable ni por sus gradas curvas de diseño, sino porque este sábado el presidente Javier Milei subirá a su escenario, abrazado por el fervor de un Congreso Mundial que no solo convoca almas, sino que también recauda millones de pesos.

En el país que vive bajo la tensión de un ajuste feroz, con salarios que se evaporan y cuentas públicas en rojo, ver cómo se cobra hasta $100.000 por una entrada para escuchar un acto religioso, con Milei en el atril, resulta, como mínimo, un trago amargo. No importa si las entradas más baratas se cotizan en $30.000 o si incluso había opciones “Kids” por $20.000 —ya agotadas, para colmo—, porque la cifra sigue siendo obscena frente al drama cotidiano de una sociedad en la que, literalmente, la mitad de la población apenas puede llenar la olla. Mientras tanto, la cúpula del poder político y la jerarquía evangélica despliegan un show que mezcla fe, espectáculo y negocios en dosis casi idénticas.
El flamante Portal del Cielo no es cualquier tinglado improvisado. Está montado sobre tres hectáreas de terreno, con estacionamiento propio para autos y colectivos, sonido de última generación y un auditorio que, según los pastores Jorge y Alicia Ledesma, puede alojar a 20.000 personas, aunque otras cifras hablan de 10.000. Diez años llevó la construcción de este templo, cuyo precio final es tan hermético como las finanzas de ciertas iglesias que prometen prosperidad terrenal a cambio de diezmos celestiales. Los Ledesma aseguran que no se financió con deudas. Nadie explica mucho más.
Pero las preguntas, lejos de evaporarse, se multiplican. ¿Cómo no vincular este acontecimiento con la estrategia política de Milei, que se autodefine como líder de las “Fuerzas del Cielo”? ¿Es solo casualidad que un mandatario que construye su discurso en términos religiosos —casi apocalípticos— se muestre en un acto de semejante magnitud evangélica? ¿O es la confirmación de que en la Argentina, como en otras partes del continente, la fe está siendo hábilmente utilizada como instrumento de poder político?

Milei arriba a Resistencia para su primera visita oficial a la provincia como presidente. Y lo hace en un marco que suena casi a guion de serie distópica: un Congreso Mundial bautizado “Invasión del Amor de Dios”, con pastores locales y figuras internacionales como el Apóstol Guillermo Maldonado, llegado desde Miami, otro nombre conocido en el circuito de megapredicadores que mueven millones y cosechan influencia política. El operativo de seguridad es monumental. Hugo Matkovich, ministro chaqueño de Seguridad, anunció que se espera una multitud, y que la cápsula presidencial estará a cargo de la Casa Militar. No es para menos: en juego está mucho más que un simple acto religioso. Está en escena la alianza entre el Estado, el negocio de la fe y un líder político que se presenta como enviado de las alturas para redimir a los argentinos de la casta y del infierno económico.
Mientras tanto, la inauguración del Portal del Cielo fue, en sí misma, un show. El jueves pasado, el gobernador Leandro Zdero apareció junto a los pastores, entre aplausos y discursos emotivos. La entrada, en esa ocasión, fue gratuita. Pero la gratuidad duró lo que un suspiro: desde el viernes y para el sábado, todo pasó a valer dinero. Y no poco. Porque aun si se llenaran solo las 15.000 localidades con la entrada más barata, la recaudación superaría holgadamente los $300 millones. En un país donde los hospitales públicos no tienen insumos y los comedores barriales sostienen a miles de chicos desnutridos, estas cifras hieren como un bofetón.
La pregunta de fondo es qué significa que la política argentina esté coqueteando tan descaradamente con sectores religiosos que mueven multitudes y fortunas. No se trata, únicamente, de la libertad de culto. Nadie discute que cada quien pueda creer en lo que quiera. El problema es el uso de la religión como plataforma de poder, como aparato de recaudación, y como herramienta para legitimar discursos que, bajo el ropaje divino, buscan instalar agendas políticas concretas. Y en ese juego, la figura de Milei parece hecha a medida: un presidente que habla de “batallas épicas” contra demonios imaginarios, que se rodea de simbología mística, y que no duda en dejarse ver en el altar de los pastores que levantan templos de acero y concreto mientras predican la salvación espiritual.
No es casualidad que el evento se llame “Invasión del Amor de Dios”. El concepto de “invasión” implica ocupar territorios, instalar banderas, tomar espacios. Es exactamente lo que está ocurriendo en el terreno político argentino. Porque lo que se ve en Resistencia es mucho más que la fe de miles de creyentes. Es la penetración de un poder evangélico en la arena política, que ahora suma la legitimidad presidencial para reforzar su narrativa. En paralelo, la recaudación por entradas para ver a un presidente en un acto religioso pone en evidencia hasta qué punto la espiritualidad se ha convertido en un negocio lucrativo, disfrazado de fervor místico.
Milei, que se erige como el paladín de la libertad y el anticasta, se presentará en el escenario de un templo privado cuyos tickets cuestan una fortuna. Hablará, seguramente, de sacrificios, de “poner el pecho”, de ajustes necesarios para el bien de la Nación. Mientras tanto, entre la muchedumbre extasiada y el estruendo del sonido de última generación, retumbará la paradoja: el mismo Estado que recorta presupuesto a universidades, hospitales y programas sociales se despliega con operativos de seguridad gigantescos para blindar un acto religioso que mueve cientos de millones de pesos.
Es imposible pasar por alto la dimensión simbólica de este encuentro. La política argentina, con Milei a la cabeza, está ingresando de lleno en un territorio donde la religión no es solo fe, sino también influencia, dinero y poder. El Portal del Cielo, que se levanta majestuoso sobre Resistencia, es más que un edificio: es la puerta de entrada a una nueva forma de poder, donde lo espiritual y lo político se funden en un negocio que no conoce límites.
En una Argentina herida, donde la pobreza crece y la desigualdad se profundiza, la escena resulta tan impactante como dolorosa. Y la pregunta inevitable sigue resonando: ¿A quién le sirve esta alianza entre el poder político y el negocio de la fe? Porque si algo deja claro este Portal del Cielo es que, por ahora, el único cielo que se está abriendo es el de las cajas registradoras de quienes han descubierto que, en tiempos de crisis, la fe es el negocio más rentable de todos.



















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